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OPINIÓN | ANTÓN BAAMONDE

La matraca

Los que más disparan contra las autonomías evitan hablar de los despilfarros de Madrid

Desde la máquina de hacer ideología se da la matraca una y otra vez con la ¿idea? de que la culpa de todo la tienen las comunidades autónomas. Diecisiete mini-estados, dicen, que España no se puede permitir. Una ruina. Es inútil, frente a este discurso, subrayar que la mayor parte del déficit corresponde en España al Estado central (60% en 2011), o que son los poderes autónomos los que se ocupan de la sanidad, la educación y los servicios sociales, y que los que abogan por su supresión tienen en mente reducir el Estado a lo mínimo, para así agrandar el territorio del dios mercado, y de sus arcángeles, las grandes empresas. Por supuesto, ya nadie se acuerda de que el origen de la crisis está en la desregulación de los mercados financieros, ni de que el rescate de España, el que ya hubo y el que vendrá, tiene por único fin financiar el gran pufo de bancos y cajas, consecuencia de un boom inmobiliario que tuvo grandes beneficiarios. Que se lo pregunten si no a Manuel Jove.

Para la máquina de hacer ideología la realidad no tiene la menor importancia. Lo único que importa es aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid. Nunca desaproveches una buena crisis, les dijeron. Y lo están haciendo a conciencia. Se apoyan en una UE que, a día de hoy, es un bastión del neoliberalismo y que busca reducir los Estados hasta niveles cercanos a los que pretendía el Nozick de los buenos tiempos —leyes, policía y poco más—. Es la destrucción de la Utopía europea y de su malla de protección social. La crueldad se extiende por el mundo. Ya casi nadie piensa con parámetros de caridad universal. Cada uno se atrinchera en sus derechos menguantes. Volvemos a Hobbes, al todos contra todos. Se extiende el odio y se buscan chivos expiatorios. Como siempre, los marcados por el estigma nunca están arriba. Nadie piensa en las plutocracias. Y sin embargo, es un dato que vivimos en una época histórica en las que se está concentrando la riqueza hasta niveles fabulosos. Aquí como en Rusia, China, Alemania o los USA.

La ideología es tan fuerte que casi nadie repara en que los que más disparan contra las autonomías esquivan siempre poner a Madrid en el punto de mira. Y, sin embargo, buena parte del despilfarro tiene su origen en las faraónicas obras de la capital del Reino. Más del 50% del déficit de Aena tiene que ver con los ocho mil y pico millones de euros de la T-4. Soterrar la M-30 —un capricho de Gallardón— le salió al erario por 7.000 millones más. Las extravagantes autopistas radiales de Madrid, paralelas a autovías gratuitas, han costado el riñón de otros 3.400, y dan pérdidas, cosa que a nadie podía habérsele ocurrido. El Metro de Madrid desde el año 1992 ha acometido obras que han hecho de él el tercero más extenso del mundo, y el que con más ascensores cuenta. La corona madrileña está llena de Seseñas que quisieron ser El Dorado. En España todos los Aves van a dar a Madrid, que es el ombligo del mundo. Y no hablemos de los 26.000 millones de agujero financiero que ha dejado Bankia tras de sí. Ahora nos dirán que es “sistémico” y que hay que apoquinar. Todos sus acreedores estarán de acuerdo. Ahora bien, ¿pagará el Real Madrid el préstamo con el que compró a Ronaldo?

Todo esto es archiconocido, pero las elites madrileñas no trabajan contra sí mismas. Aunque la liberal Esperanza Aguirre haya dejado tras de sí un reguero de deudas, de ello no se habla. Los que gastan siempre son los otros. Entre nosotros, Alberto Núñez Feijóo es una extensión de esa mentalidad centralista. No sin curiosas virguerías. Una semana dice que 17 parlamentos no se sostienen, y la siguiente que España no se entiende sin el autogobierno de Galicia, Euskadi y Cataluña. Él, sin embargo, no ha hecho nada para defender el propio. Quien lea ¿Por qué fracasou a reforma do Estatuto?" (Xaquín Fernández Leiceaga. Galaxia, 2012 ) constatará que no movió un dedo para que saliera adelante. Sí lo hizo para boicotearlo, por motivos electorales. Es listo, pero su alma no es la de un estadista. Se pasa el tiempo de televisión en televisión, y de radio en radio, pero no tiene ningún plan de fondo. Para saber qué pensar lee el Abc por la mañana.

Lo curioso es que no se sabe como saldrán de todo esto los que postulan acabar con las autonomías. Con el autogobierno catalán o vasco, no se puede, dado el enorme peso de su voluntad de ser, salvo que alguien piense en el ejército —siempre se cita el artículo 155 de la Constitución, que permite suspender la autonomía—. Así que ¿qué es lo que nos queda? Acabar con todas las demás. Ya me gustará ver a ese señor de Sevilla o Toledo al que tanto le han comido el tarro darse cuenta de que a aquellos que él quería meter en vereda no se les puede tocar —inconvenientes de la democracia— pero que sí se puede amortizar a manchegos, castellanos, andaluces, posiblemente gallegos —el aprecio que sentimos por nosotros es universalmente conocido— y tutti quanti. Tal vez tenemos lo que merecemos.

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