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Náufragos en la estepa rusa

‘Chaika’ traza el destino de tres personajes desgraciados en la inmensidad de Siberia y el desierto kazajo Es la única producción vasca en Nuevos Directores

El realizador Miguel Ángel Jiménez, ayer en San Sebastián.
El realizador Miguel Ángel Jiménez, ayer en San Sebastián.JESÚS URIARTE

Siberia, Kazajstán y un lugar perdido en alta mar dibujan el triángulo por el que transitan los tres personajes principales de Chaika. Tres almas errantes, testigos y protagonistas de vivencias desoladoras que recorren y habitan parajes estériles, abandonados a su suerte. El realizador madrileño Miguel Ángel Jiménez firma la cinta, su segunda película tras Ori, y producida entre el País Vasco, Georgia y Rusia. El embrión de la cinta, estrenada en el Zinemaldia dentro de Nuevos Directores, nació tras el descubrimiento por parte de Jiménez de una fotografía de la agencia Magnum en la que varios niños juegan con los restos de un cohete de fabricación rusa en medio de la nada.

Ahysa, una prostituta de origen musulmán y procedente de Kazajstán, da vida a los otros dos personajes principales. Su propio hijo, fruto de una relación con alguno de sus clientes, y un marinero, que acepta al niño como propio y que hace las veces de tabla de salvación de Ahysa.

“No hay lugar para la alegría, todo es contención”, explica el director del filme

“Allí no hay mucho lugar para la alegría, todo es contención, silencio y sobrevivir”, reflexiona el director, en referencia tanto a Rusia como a Georgia, los lugares hasta los que ha viajado para filmar la película. La máxima impregna la cinta, oscura, porque por definición poca luz cabe en el invierno desolador y desesperante de Siberia, que dibuja a personas parcas, en palabras y sentimientos y, en algunos casos, despreciables.

Todas las personas que pueblan Chaika son fruto de las múltiples conversaciones que Jiménez, según explica, ha mantenido en sus viajes a Rusia y Georgia, de hecho, su primera película se gestó también allí. Detalles de diálogos escuetos y rostros moldeados duramente por el paso del tiempo, las inclemencias meteorológicas y la marginación. “Me gusta reflejar el modo de ser de estas personas porque es algo que me llama la atención”, añade Jiménez.

Sólo los satélites, cohetes y demás artilugios que se lanzan desde Kazajstán y cuyos fragmentos según van alcanzando el cielo van a parar a Siberia parecen ser motivo de alegría. En la zona gélida porque es la única fuente de dinero, las monedas que obtienen sus cazadores tras vender los restos a los chatarreros, y en el desierto kazajo porque directamente es el que proporciona los puestos de trabajo, eso, y el paso infinito de trenes.

“Algunos mueren donde nacieron y otros nunca encuentran su lugar”, repite el marinero en varios momentos de la cinta, y con la frase se resume la vida de Aysha, o Chaika, gaviota en ruso, todo desesperación e impotencia. Así le llamaba su madre de pequeña porque le aseguraba que podría volar tan lejos como esos cohetes que veían despegar desde la puerta de casa y también en referencia al sobrenombre que utilizó la primera mujer astronauta rusa. El desgraciado destino que envuelve a muchas prostitutas, según Jiménez, o a las mujeres golpeadas por la vida en general, que cuando parecen encontrar una tabla sobre la que agarrarse y sonreír de nuevo, la suerte las vuelve a poner a merced del peor de los futuros.

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