¿Invertebrados y felices?
Las élites de Valencia y alicante llevan lustros debatiendo sobre la incapacidad de entenderse
Cíclicamente reaparece el debate sobre las relaciones entre Alicante y Valencia o viceversa, síntoma de que se trata de un hecho que desagrada a ambas partes; pero al que ya nos hemos ido acostumbrando, del mismo modo que lo hacemos con ese grano molesto, pero no tanto como para acudir al dermatólogo a que nos lo sane. Las élites de Alicante y Valencia, porque de eso hablamos y no de otras zarandajas con dolientes y populistas hábitos, llevan lustros debatiendo sobre la incapacidad del otro para entender al uno y de este para aclararse con aquél. Ahora la polémica, tan estéril como las anteriores, ha vuelto a surgir como consecuencia de unas declaraciones del presidente de la patronal alicantina, Coepa. Dijo Moisés Jiménez, en uno de esos actos al que cada vez acuden menos empresarios porque están a lo suyo, que es sacar adelante sus empresas, que sus colegas de Valencia no habían defendido con suficiente ahínco la llegada en tiempo y forma del AVE a Alicante, añadiendo un par de cosas: “Veo difícil que Valencia entienda lo que es la provincia de Alicante”. “Necesitamos representación directa porque nuestro contexto es diferente. Somos un territorio singular y único”.
No es que Jiménez dijera cosas muy diferentes de sus predecesores. Fernández Valenzuela, tanto en su época de presidente de la Diputación como de la Cámara de Comercio de Alicante, afirmó cosas mucho más tremebundas y no pasó nada: ni se constituyó el cantón en el castillo de Santa Bárbara, ni Alicante abrió negociaciones con Murcia para ver cuál de las dos ciudades se convertía en la capital del Sureste español, tan grato para algunos franquistas. Pero sería absurdo pasar por alto las declaraciones de Moisés Jiménez. Qué significa “necesitamos representación directa” —olvidémonos del contexto diferenciado porque eso es lo que se dice siempre para enmascarar el objetivo último—. Pues, de entrada, una cosa muy evidente: ni las patronales autonómicas (Cierval), ni los grupos de presión (AVE) representados en Valencia nos sirven; pero, ¡atención!, también está diciendo otra cosa mucho más interesante, sus palabras son una auténtica carga de profundidad. Dice: la Generalitat, esta Generalitat, no nos sirve para nada, no defiende nuestros intereses y, además, no tiene un euro para invertir. A qué perder el tiempo, entonces. Si nuestros compañeros empresarios de Valencia nos dejan de lado, si nuestro Gobierno autonómico no puede ni atender el pago de sus facturas, qué demonios estamos haciendo, vayámonos a Madrid. Dejemos de perder el tiempo. El poco dinero que queda está en la Villa y Corte y las soluciones a los problemas empresariales de nuestra “singular y única provincia”, también. De lo que se trata, pues, no es de romper con Valencia, sino de ignorar Valencia y negociar el futuro con la capital del Reino de España.
Hay que convenir con el empresariado de la provincia de Alicante que ese camino es tan válido como el contrario y por qué no explotarlo, cuando el anterior no parecía conducir a parte alguna. La Comunidad Valenciana, pese a su horrísona denominación, siempre ha sido mucho más individualista que comunitaria. A qué extrañarnos. Dos anécdotas, no sé hasta qué punto apócrifas, ilustran nuestra particular idiosincrasia. La primera es del presidente de la II República. Cuentan que estaba Manuel Azaña esperando en su despacho para recibir en audiencia a un grupo de catalanes y a otro de valencianos. De los primeros, dijo: “Que pase uno, que hablará en nombre de todos”. De los segundos: “Que pasen todos, así se pelearán entre ellos”. Más recientemente, al expresidente Joan Lerma, ante los insistentes requerimientos que recibía para vertebrara la Comunidad Valenciana, se le atribuye la boutade: “También hay animales invertebrados que viven tan ricamente”. Tal vez seamos eso los valencianos, un pueblo invertebrado que cree vivir tan feliz.
No parece el caso a tenor de las cifras de paro, de la desaparición de todo el sistema financiero y de la inacabable destrucción de empresas. Y en este mundo globalizado, tengo dudas de que el empresariado de Alicante (o el de Valencia, tanto da) vaya a solucionar sus problemas resistiendo en solitario cual habitantes de una remota aldea gala ante el asedio del Imperio. Tal vez la respuesta a una quimera podría explicar mejor que nada el futuro: si los empresarios de Valencia y de Alicante en lugar de haber estado peleándose durante lustros para evitar la fusión entre Bancaja y la CAM, porque así creían defender mejor sus intereses, hubieran trabajado por la fusión, ¿creen que habría desaparecido todo el sistema financiero? Joan Lerma y Eduardo Zaplana pensaron que no (las razones de cada cual no caben en este artículo), pero nadie les hizo caso.
Francamente, no acabo de ver a Jiménez en el papel de Astérix ni a Garrigós en el de Obélix. Algo no va bien en el guión.
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