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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nosotros, los que no olvidamos

Qué le costaría al presidente pedir perdón a las víctimas por lo que su antecesor y su partido han hecho o por lo que dejaron de hacer

El 3 de julio de 2006 se produjo en Valencia el mayor accidente de toda la historia del metro en España. El descarrilamiento acabó con 43 muertos y 47 heridos. Ese día empezó a escribirse uno de los capítulos más vergonzosos de la historia de la infamia de este país (del valenciano, digo) al que todavía no se ha puesto final. Una sociedad deslumbrada por una ciudad de cartón piedra que no reparaba en gastar millones de euros en la visita papal o en invertir en un circuito de fórmula 1 del que solo se beneficiaron unos pocos, no advertía que la realidad no se encontraba en el decorado del faraónico altar que se levantaba en el puente de Monteolivete para mayor gloria de Benedicto XVI, sino en sus propias entrañas. El subsuelo por el que circulaban trenes obsoletos sobre vías igual de desgastadas y sin las más elementales medidas de seguridad. Los ferrocarriles, los túneles y las estaciones del metro de la línea 1 eran mucho más reales que el espejismo que las autoridades del PP fabricaron con el dinero de todos.

Mucho más cómodo que contemplar una realidad siempre desagradable era recrearse ante la mentira de una sociedad que creía vivir en la opulencia. Así fue como los valencianos dieron la espalda a las víctimas del metro, ayudados por la infecta maquinaria de manipulación y mentiras en que se convirtieron el Palau de la Generalitat y Canal 9, su terminal mediática. El PP se había propuesto borrar de la memoria el accidente o, en su defecto, relegarlo al olvido. Lo habría conseguido si la Asociación de Víctimas del Metro, como si fueran las madres de la plaza de Mayo en Buenos Aires, no hubiera guardado la memoria con concentraciones mensuales todos los días 3. Lo habría logrado si no hubiera sido porque los partidos de la izquierda (PSPV, Compromís y EU) se mantuvieron siempre firmes al lado de las víctimas. Hubiera triunfado si no fuera porque algunos medios (pocos, dos, Levante-EMV y EL PAÍS) no hubieran recordado puntualmente las 78 concentraciones que, con frío, calor o bajo la lluvia, soportaron las decenas, en escasas ocasiones centenares, de personas que acompañaban todos los meses con su solidaridad a los familiares de las víctimas en su dolor.

Ahora hay quien lamenta el olvido e incluso se arrepiente en público. Bien está, más vale tarde que nunca. Pero algunos —no demasiados, es cierto— no olvidamos ni entonces ni ahora. No podemos olvidar esa breve y superficial investigación judicial que destrozó las esperanzas de las familias, ni la farsa en que el PP convirtió la comisión de investigación sobre el accidente en las Cortes Valencianas. Un programa de televisión, casi siete años después del siniestro, y las redes sociales sacaron a las víctimas del olvido e hicieron posible que una multitud las arropara el pasado viernes. ¿Qué pasará en noviembre, por ejemplo? ¿Cuántos valencianos habrá en la plaza de la Mare de Déu? Las heridas siguen abiertas y son profundas. La frialdad con que el PP, el presidente Fabra y la consejera Isabel Bonig despachan el asunto es inhumana: “Si hay nuevas pruebas que las presenten en el juzgado”, dicen y parecen quedar en paz con sus conciencias. No han entendido que el problema no es de justicia. Esa vía ya está cegada. Lo que reclaman las víctimas es sensibilidad, comprensión, humanidad. Bastaría un pequeño gesto para que las heridas comenzaran a restañarse. Qué le costaría al presidente recorrer los apenas 100 metros que separan su despacho del punto de concentración y, sin cortesanos de por medio ni aparataje mediático, pedir perdón a las víctimas por lo que su antecesor y su partido han hecho o por lo que dejaron de hacer. Por ejemplo, no asumir ninguna responsabilidad política. ¿Tan complicado es eso? ¿Qué le costaría al presidente de las Cortes, Juan Cotino, acercarse desde su despacho, también a un centenar de metros del punto de concentración, para presentar sus excusas a las víctimas y aclarar cualquier malentendido que hubiera podido producirse? No les costaría nada. Simplemente les humanizaría, que no es poca cosa. Y mientras eso no suceda y mientras las víctimas se concentren los días 3 de cada mes, nosotros, los que no olvidamos, estaremos con ellas. Como desde hace casi siete años.

Una nota. Los resultados de la encuesta del CIS sobre la Comunidad Valenciana certifican lo que todos sospechábamos, que el PP está desenchufado de la realidad y que el PSPV está muy lejos de conectar con ella. Deberían de hacérselo mirar. Más todavía.

Otra. La derecha cutre, casposa y rebentaplenaris que anida en el PP pretende prohibir el uso del término País Valenciano. Su indecencia intelectual es tal que ello no les impide dar el nombre de Reino de Valencia a una de las avenidas principales de la capital, cuando ambos términos están en el mismo plano de igualdad en el Estatut d’Autonomia. Por cierto, en Valencia no hay ni un triste callejón que lleve el nombre de Comunitat Valenciana. ¡País! (forgiano, digo).

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