La herencia
Rajoy ha descubierto que no era oro todo lo que relucía en el legado de Aznar
En el año 1981 un vecino de Portsmund, en Inglaterra, decidió dejar su herencia a Jesucristo, para que cuando volviera a este mundo pudiera sufragar sus gastos. Ernest Digweed, que así se llamaba, entendía que el segundo advenimiento del Mesías se produciría en el año 2000 y entregó su dinero a un organismo público para que lo gestionase mientras llegaba ese día. Este inglés realizó sus cálculos basándose en el libro del Apocalipsis, pero como no estaba seguro de las cuentas decidió que si pasados ochenta años no se había producido la llegada de Cristo, la herencia se repartiera entre sus familiares.
El organismo público que administraba la herencia decidió no esperar y repartir el dinero entre los familiares. No obstante, contrató un seguro para garantizar que se cumpliría el deseo de este hombre si realmente algún día se producía la nueva llegada de Jesucristo al mundo, aún admitiendo un importante problema: cómo tener la certeza de reconocer a Cristo en su vuelta. Y es que desde que se conoció el contenido de la herencia, dos personas habían alegado ser Jesucristo para hacerse con el dinero. Evidentemente, ambos fracasaron en su empeño.
Cuando José María Aznar decidió cumplir su promesa de que solo estaría ocho años en la presidencia del Gobierno e hizo pública su herencia política, prácticamente toda su fortuna se la traspasó a Mariano Rajoy. El contenido del legado incluía la presidencia del ya por entonces primer partido político en España y la inminente presidencia del ejecutivo estatal, ya que la sucesión se produjo a las puertas de las elecciones generales. Aznar creyó que con Rajoy llegaría el segundo advenimiento del PP al Gobierno, pero erró en sus cálculos en la friolera de ocho años, que fueron los que tardó el actual líder popular en alcanzar el poder.
Rajoy no empezó con buen pie a administrar la herencia recibida, ya que sus pasos iniciales para mantener el legado fueron infructuosos. Naufragó frente a Zapatero en dos ocasiones, lo que hizo que se tambaleara la otra parte de la herencia, el liderazgo del PP. Como a los parientes del vecino inglés, los barones territoriales hicieron varios amagos para recuperar el legado y repartirse la fortuna electoral. Al final logró sostenerse en el cargo y al tercer intento Rajoy recompuso la fortuna que recibió de Aznar y lo aumentó, convirtiéndose en el presidente de esta formación política con más poder institucional en su historia.
La gran fortuna política de Rajoy se empezó a diluir con la crisis económica y con ella su figura. Y empezó a conocerse la letra pequeña del legado de Aznar, algunas historias que incluían la herencia recibida: Bárcenas, la Caja de Madrid de Blesa, la trama Gürtel, la famosa pasarela de la boda de El Escorial o la gestión de Jaume Matas en Baleares. Hasta ese descubrimiento, Rajoy había creído que su problema era la herencia que recibió de Zapatero, pero se equivocó. Su mayor quebradero de cabeza lo contenía la letra pequeña del legado de Aznar, esa que incluía también un sistema de sobresueldos para los altos cargos que se instrumentó en el partido y con el que se repartían parte de las donaciones que recibía esta formación política de un buen número de rumbosos empresarios.
El problema es serio para el PP. Rajoy ha descubierto que no era oro todo lo que relucía en la herencia de Aznar. Y Aznar ha certificado que olvidó colocar en su testamento unas mínimas garantías para, como en el caso de la vuelta de Jesucristo, tener la certeza de que el Rajoy que puso al frente del PP era el Rajoy que él quería que fuese. El asunto tiene calado, ya que Aznar, buscando en Rajoy al mesías de la derecha en España, se ha encontrado consigo mismo. Que nadie descarte que cualquier día Aznar aparezca de forma definitiva, en medio de este apocalipsis económico y político, para reclamar la titularidad de la herencia. Y ofreciéndose para realizar el nuevo reparto.
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