La ocupación, al aire
La universidad debería ajustarse a la demanda efectiva de número de alumnos y a las disciplinas que pide el mercado
La economía, al igual que la cultura, los comportamientos sociales y morales, suponen un proceso vital. Enfocar este proceso desde la nostalgia supone presuponer la continuidad de parámetros refutados por el análisis y la evidencia. Por ello, la interpretación de los datos sobre el empleo que se publican mensualmente, originan falsos debates en la mayor parte de actores socioeconómicos. Todos sienten nostalgia por una estructura del factor trabajo que es imposible que reviva. Así las cosas, el análisis se realiza tomando un modelo basado en el empleo fijo, la precariedad, el contrato a tiempo parcial, etc., es decir, basado en los resultados del mercado de trabajo, en lugar de centrarse en los nuevos fundamentos que lo origina y que han cambiado correlativamente a los bienes y servicios que se producen hoy día, a los procesos de financiación, producción y comercialización de los mismos, a la propensión al consumo de la sociedad, etc. De no producirse esta correlación nos situaríamos en tasas de paro superiores a las actuales y, probablemente, el debate continuaría girando en torno a la necesidad de crear empleo fijo, conseguir salarios independientes de la productividad y al ágora de las modalidades de contratación.
Hemos tenido décadas para prepararnos a la nueva estructura del mercado de trabajo y, por ende, para facilitar la adaptación de empleadores y empleados al mismo. Peter Drucker alertaba hace 70 años de la necesidad de propiciar organizaciones descentralizadas con especial énfasis en el trabajo basado en el conocimiento. Charles Handy vaticinaba, a mediados de los ochenta, un mercado laboral compuesto por directivos y empleados cualificados en las empresas, multitud de contratistas autónomos con muchos clientes, y trabajadores con contratos temporales bajo diferentes modalidades. La evolución de la tecnología y, por ende, de los procesos empresariales, ha evidenciado, y acelerado, esta estructura de manera palmaria. Es obvio que, ante esta nueva situación, la función pública tampoco podrá mantener su actual estatus sine die. El empleo fijo no es, ni será, la modalidad mayoritaria de trabajo, por mucha añoranza que sintamos por un pasado basado en una empresa, un trabajo, un lugar de residencia. Explorar políticas públicas, bajo este paradigma nostálgico, solo conducirá a estériles discusiones políticas sobre los guarismos del empleo que periódicamente diriman los parlamentos.
Gestionar la ignorancia no puede ser un postulado electoral. Keynes decía que los mercados pueden permanecer irracionales, más tiempo del que uno puede mantenerse solvente y nosotros ya hemos alcanzado este punto. Lo que singulariza el mercado laboral es que lo configuran seres humanos de cuya empleabilidad depende, además, el estado de bienestar. En los últimos cinco años se han perdido 3,3 millones de cotizantes a la Seguridad Social y se han incorporado 700.000 pensionistas, el paro en la Comunidad Valenciana alcanza a más de 580.000 personas y 4.900.000 en el conjunto de España, por sólo referirme a los principales índices sintéticos del desastre. Las causas de este drama no son tan simples como las deficiencias de nuestro sistema educativo, la falta de fondos para la investigación o en el recorte de programas públicos.
Es cierto que si las reformas educativas se centraran en lograr que nuestros estudiantes fuesen más eficientes en pensamiento crítico, en la capacidad de resolver problemas, en las habilidades comunicativas y colaborativas, estarían más preparados para trabajar en un mundo global. Ni la religión, ni la educación para la ciudadanía, tienen que ver con la solución de este déficit. La universidad debería ajustarse a la demanda efectiva de número de alumnos y a las disciplinas que pide el mercado, abandonando clichés bajo cuales la oferta genera la propia demanda.
En suma, se trata de optimizar el triángulo del conocimiento: educación, investigación e innovación. La intensidad de la intervención pública en estos dominios viene condicionada por la posición relativa del desarrollo tecnológico y de la eficiencia de los procesos empresariales de cada país. Por ello, y dado el punto de partida de España en estos dominios, sería sensato hacer una decidida apuesta por la innovación y ser más prudentes al hablar de apuestas voluntaristas sobre la I+D.
En cuanto a los recortes de los programas públicos, basta decir que no éramos tan ricos como los fondos estructurales y la burbuja inmobiliaria nos habían hecho creer. Por ello, es imperativo reducir el déficit de las cuentas públicas para poder seguir refinanciando el 90% de nuestro PNB. La inteligencia, no la ideología, es clave en los procesos de negociación en las instancias económicas supranacionales.
La devaluación salarial que acontece en España no es consecuencia de la normativa laboral, sino de la posición competitiva de España en un mercado regional con tipos de cambio fijos. Creo necesario que el foco del debate se centre, en adelante, más en la CEOE, el BEI y el BCE que en las instancias ministeriales, lo que no les inmuniza de la necesaria crítica política. Estos son los auténticos prescriptores de un proceso favorecedor del crédito y, por tanto, del emprendimiento en un marco laboral similar al que pronosticaba Charles Handy hace 30 años.
José Emilio Cervera es economista
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