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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Y ahora qué?

El dopaje del Estado español no es de ahora, viene del siglo XVIII, exactamente del tratado de Utrecht

El otro día, recién eliminada la candidatura de Madrid para los Juegos Olímpicos de 2020, saltó a los medios una explicación que prontamente fue eliminada de casi todos los análisis: el dopaje. ¿De verdad no tuvo la culpa la crisis financiera o que le tocaba a otro continente o que la presentación fue grotesca? ¿Cómo atribuir a cierta laxitud judicial en la represión de estas prácticas ilegales el fracaso de un proyecto largamente acariciado? Pues bien, la primera impresión, como casi siempre, era la correcta: fue por el dopaje.

El problema es que no se trataba del dopaje de Alberto Contador y de Marta Domínguez, que también, sino del dopaje del Estado español. A nadie en su sano juicio se le podía ocurrir presentarse en nuestras penosas condiciones económicas –los italianos retiraron su candidatura por este motivo- a no ser que estuviese dopado por los sobresueldos o las comisiones y totalmente fuera de sí. Toda esta gente que ha secuestrado la estructura administrativa del Estado en sus distintos niveles había perdido el sentido de la realidad. Y como nuestros prebostes no estaban en su sano juicio el otro día en Buenos Aires, salió lo que salió: un churro. Mejor dicho, si se hubieran dopado con un relaxing chocolate con churros, otro gallo cantaría. Pero no, se doparon con autoritarismo, con incompetencia y con fanfarronería. De lo que se trataba era de darle a Barcelona en las narices: ¿o sea que vais a hacer una cadenita humana a favor de la independencia?; pues toma del frasco, ahí tenéis Madrid 2020, que va a dejar Barcelona 1992 a la altura del betún.

El dopaje del Estado español no es de ahora, viene del siglo XVIII, exactamente del tratado de Utrecht. Los nacionalistas catalanes convienen en adoptar la cifra mítica de 1714 como el terminus a quo de la postración de Cataluña. Puede ser. Sin embargo, hay que decir que también es el momento en el que el Estado español quedó convertido en una simple colonia francesa al tiempo que albergaba una minicolonia inglesa en su propio territorio. Desde entonces no hemos levantado cabeza y nuestros mandatarios, que tuvieron una pájara y se quedaron colgados del BOE, se han limitado a hacer trampa dopándose como posesos. Todo lo que vino después ha sido una burla: la dependencia francesa de los Borbones, la chabacanería criminal de Fernando VII, el baile de espadones del reinado de Isabel II, el turno de partidos caciquiles de la Restauración, la frustración republicana, la sangrienta Guerra Civil seguida de la represión franquista y, ahora mismo, el hundimiento del régimen constitucional en un muladar lleno de corrupción.

Parece que los catalanes quieren escapar de esta trampa, de esta anomalía histórica, que diría su consejero de Cultura. No es sorprendente. Pero uno tiene la sospecha de que el reto está mal planteado y de que acabarán lamentándolo. Porque cuando tus piernas se quedan inermes sobre la bicicleta la solución no está en cortártelas, sino en mirarse seriamente al espejo –conócete a ti mismo–, atenerse a las propias fuerzas y prescindir de los anabolizantes. Y es que la cadena humana del otro día también es una forma de dopaje. Uno no puede dejar de estar perplejo cuando ve a centenares de miles de personas odiando a España y botando para que no los confundan con lo que fueron sus antepasados. Y no puede sino tener una pena muy profunda cuando parlamentarios de un partido nacionalista catalán se alegran de que Gran Bretaña no haya devuelto Gibraltar, olvidando (¿o nunca lo supieron?) que también había arrebatado Menorca y que hubo que recuperarla por la fuerza de las armas.

Claro que Cataluña tiene un gran enemigo, un enemigo que la ha privado de sus derechos históricos, del libre ejercicio de su lengua y de su pleno desarrollo económico. Solo que este enemigo no somos los españoles y cometen una grave injusticia al odiarnos como nos odian. ¿Qué harán, volverse contra sus padres, contra sus primos, contra sus amigos, escupiéndoles en la cara? Miren para otro lado. Su enemigo es el nuestro, en realidad nos ha vejado mucho más que a ustedes. Dicho enemigo es el Estado español y mientras no caiga toda la casta de inútiles, chupópteros y sinvergüenzas que circulan como sustancias anabolizantes por sus venas ni nosotros podremos vivir ni a ustedes la independencia, si el G-8 decide concedérsela, les serviría de nada.

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