Experimentos
¿El día de la autonomía valenciana, dice usted? Venga hombre, no me haga reír, si esto es autonomía, que venga Dios y lo vea
La próxima semana encaramos otro Nou d’Octubre, un festejo que este año se presenta más descafeinado, alicaído y extravagante que de costumbre. ¿El día de la autonomía valenciana, dice usted? Venga hombre, no me haga reír, si esto es autonomía, que venga Dios y lo vea. Los gobiernos valencianos, los socialistas primero y los populares después, acostumbraban practicar un indisimulado seguidismo respecto a Madrid, pero el actual ha llegado al colmo con su retirada de la propuesta de modificación del Estatut. Por eso, pese a las constantes protestas de empresarios, intelectuales y sociedad en general, nos acaban de humillar en los presupuestos generales del Estado. Mejor sería dejar la señera y al rey Jaume I en paz e irnos a la playa, la verdad.
Pero, en fin, no hay mal que por bien no venga. Hemos caído tan bajo que ya no podemos descender más y solo nos queda mejorar, aunque sea un poquito. Me acaba de soplar el topo infiltrado en el Consell que el papel desempeñado por la Comunidad Valenciana en los últimos tiempos ha sido lo que en la jerga científica se llama grupo experimental. ¿Cómo asegurarnos de que una nueva medicina es beneficiosa?: se administra a un grupo experimental y se comprueba su efectividad comparándolo con otro grupo al que le dan un placebo, el llamado grupo de control. En la medicina actual —ya no sé si todavía en la recortada sanidad pública— estas pruebas se hacen con cuidado y con todas las garantías. Pero también ha habido prácticas experimentales criminales, como las del tristemente célebre doctor Mengele.
Pues en la vida política lo mismo. Los valencianos hemos sido un grupo experimental victimizado por el partido popular durante años. ¿Qué tal la extravagancia de dar algunas clases de secundaria en inglés, aunque ni el nivel idiomático de los profesores ni mucho menos el de los alumnos lo permitieran? Probemos, se dijeron: apareció solícito aquel inefable conseller forense y lo puso en práctica sin vacilar. Como los valencianos no se rebelaron, ahora se han atrevido con Baleares en la confianza de que no pasará nada. Otro ejemplo: ¿Qué tal si privatizamos la sanidad, o sea si regalamos el negocio sanitario a nuestros amiguetes mientras la población pierde calidad asistencial y los dependientes quedan desasistidos? Probemos: se aplicó el modelo en Alzira y luego en otros sitios y no pasó nada. Excelente. Pues ahora ya podemos hacer lo mismo en Madrid. Tercer ejemplo. ¿Por qué ningún responsable político se ha atrevido a dar la cara sobre el accidente de metro de Valencia? Está claro: la gente volvió a votarles, así que para qué molestarse: ya podemos tomarnos la seguridad a la ligera en cualquier parte de España. Y así sucesivamente. Pero se equivocaron, no todas las regiones son proclives al martirio. En Baleares se han cabreado, en Madrid han conseguido impugnar la medida ante la justicia, y en Galicia el gobierno autónomico se ha puesto de felpudo para que no lo responsabilicen del accidente de tren de Angrois.
Valencia siempre fue un chollo para el poder. Por eso, hasta me creo las medidas que anunció el presidente Fabra en las Cortes el otro día, todo aquello de que va a bajar impuestos y lo de la transparencia. Como Rajoy dice lo mismo y —naturalmente— no piensa cumplirlo, a lo mejor aquí sale y todo. Por primera vez, en un cuarto de siglo, marcamos tendencia positiva. Como dice el himno: ¡Vixca Valencia!
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