Vergüenza y rabia
Al menos desde 1995, ya va para veinte años, ser valencianos se ha convertido en un bochorno continuo
Al menos desde 1995, ya va para veinte años, ser valencianos se ha convertido en un bochorno continuo gracias a la rústica facundia de sucesivos gobiernos de derecha que nos han ido reduciendo sin contemplaciones a un amplio abanico de miserias, desde la intelectual hasta la de la educación básica, pasando por la sanidad pública, el prestigio de la profesión política y tantos otros etcéteras sobre la mengua constante de derechos ciudadanos cuya mención no cabría en estas líneas. Y todo ello con una desenvoltura y una locuacidad tabernaria que ni el más pueblerino de los ignorantes habría aceptado así como así. Exactamente así como así el pintoresco Eduardo Zaplana y los suyos se alzaron con el poder en el 95, dispuestos a cometer cualquier atrocidad y de saquear cuanto les viniera en gana a costa de los presupuestos públicos, esto es, del dinero de la mayor parte de los valencianos. Después cada uno de nuestros presidentes y sus compinches siguió descendiendo por ese escalón de ignominia irreversible (¡si hasta un tipo como José Luis Olivas nos presidió por algún tiempo!), hasta convertir el Consell que todavía hace como que gobierna en un coladero de mentecatos de misa diaria trufado con las delicias del género revisteril más infame en el que el protagonista tiene que salir corriendo del escenario a cuenta de unos trajes mal contados que no tuvo el detalle de abonar, como un sinpa cualquiera que aprovecha la ausencia del camarero para largarse sin pagar del bar de la esquina.
Y ahora pasa lo que tenía que pasar, que su sucesor a dedo no sabe qué hostias hacer en palacio, y como un Hamlet de repostería se devana los sesos (caso de tenerlos) para rumiar su venganza no se sabe contra quién, con lo bien que habría quedado como Macbeth castellonero de haber proclamado en las Cortes sin tapujos aquello de “Si el destino ha decidido que yo sea rey, que se me corone sin mi intervención”. Aunque también ahí habría mentido, como acostumbra, porque los dedazos que lo nombraron nada tenían que ver con el destino, y porque tampoco fue elegido sin su intervención, siempre en favor de sus conciudadanos, y con el ojo puesto en un destino más glorioso todavía, porque aquí todos ellos ofrendan nuevas glorias a España con la esperanza de que la patria verdadera les devuelva algún día tanta generosidad en forma de traslado más lucrativo todavía.
Lo cierto es que la mayoría de valencianos que votaron a esta gentecita durante casi veinte años sin interrupción son al menos corresponsables de la miserable situación en que se encuentra esta desdichada comunidad, y que parece dudoso que sean recuperables para otros proyectos de convivencia, tal ha sido su perseverancia en el error. Ahí tiene la nueva izquierda un trabajo de décadas, lo que tampoco le vendrá mal. Que vayan haciendo músculo. La pregunta es qué otros horrores han de ocurrir bajo los gobiernos de esta derecha indigna para entender de una puñetera vez que no nos representan para nada más que para sacarnos hasta el último céntimo del bolsillo a cuenta de decisiones cada vez más estrafalarias.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.