La caída del topo
Lo acusan de ser el topo. Eso es una tontería. Si nunca se entera de nada
El otro día me encontré a mi amiga Consuelo y tenía una cara muy rara, como de haber llorado. ¿Qué te pasa? —le pregunté. ¿No te has enterado? Han detenido a Antonio y lo están interrogando. Llevan así una semana. ¿La policía? —le pregunté extrañado. No —me contesta—, es gente de su servicio. Debo aclarar que Antonio, su marido, es funcionario y que trabaja en Presidencia. ¡Vaya por Dios! ¿Ha armado algún lío con los papeles? —No, es mucho peor —me dice Consuelo— Lo acusan de ser el topo. Eso es una solemne tontería —la tranquilizo—. Si todos sabemos que nunca se entera de nada. Ya —me mira tristemente—, pero el hecho es que debe de caerles muy mal porque últimamente todos los días le hacían alguna insinuación malévola. Como dice nuestro coach, “cada mañana era un sobresalto, una angustia nueva y un motivo más para la desesperanza”. Pero, el jueves estalló todo. —Bueno, cuéntame, cómo ha sido eso, le pido.
Pues resulta que yo le preparo unos tupper estupendos para almorzar y un compañero se chivó. Aquel día le había hecho pochas con ñoras y el jefe se le quedó mirando con sospecha mientras señalaba acusadoramente la tartera: —“Y si además tú, cuando digo tú digo él, pero le digo tú, eres parte destacada en la causa de ese calvario, o te callas o reconoces el mérito de la gente”. —Perdone, pero no le entiendo, ¿soy yo o es él? A mí no me repliques —le cortó tajante—; preséntate en la Lubianka que te van a someter a un careo. Y así fue, mi Antonio se presentó en las cuatro torres verdes que han alzado en medio de la cárcel y un tipo malencarado le enchufó una luz en la cara gritando: —Tú y tus amiguetes os habéis ido de la lengua, lo sabemos. —¿De quién habla? El sicario echó mano del libro azul del amado líder: —“Los mismos que tanto nos habían pregonado en falso brotes verdes y amaneceres luminosos. Los mismos causantes del descalabro…” —Oiga, que yo no he hecho nada —les contestó mi marido—, ¿por qué no se mete con los de cooperación, con el de los trajes, con el del aeropuerto, que esos sí que tienen mucho que ocultar. —Calla, insensato, esos son delincuentes comunes que pueden regenerarse. “No hemos corregido todo el descalabro, pero ahora respiramos. Todavía es necesario empujar, pero ahora nos movemos” —recitó. En cambio tú, como todos los condenados por el artículo de actividades antivalencianas sois los peores. Pero os vais a enterar, porque “ha comenzado a subir la marea, y estos cambios que ahora se inician dejarán pronto su huella en la lista de la compra de cada familia”. Y ahora que caigo: no solo te huele el aliento a ñora, confiesa que te gusta el cocido. Eres un miserable, firma ahora mismo esta declaración en la que te reconoces culpable de la lista de la compra. —No es cierto —les dijo mi Antonio—, ese expediente que me quieren incoar es improductivo, no sacarán nada en limpio. —“Improductivo, sí, pero no porque fuera un pedregal estéril sino porque estaba abandonado”. —Mare meva! Tenga piedad de mí, yo no he sido. —Claro y por eso me hablas en catalán, fill de mala mare, ¿crees que no me he dado cuenta de que has dicho meva, igual que tus correligionarios de la Academia? De nada te servirá borrar el historial de navegación, sabemos que has consultado el Diccionari de esos desleales. —Total que se lo llevaron —se echa a llorar Consuelo— y desde entonces no sé nada de él. Mal asunto —pienso para mis adentros. Esta vez va en serio.
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