Cien objetos para contar un naufragio de 1813
Una exposición narra la aventura de un barco inglés hundido en el delta del Ebro
El museo de Arqueología de Catalunya-Girona inauguró ayer Deltebre I. Historia de un naufragio, una exposición que a través de un centenar de objetos recuperados y la narración de un marinero imaginario en primera persona, explica de forma novelada la historia de un barco de transporte militar de la armada inglesa que se hundió en la desembocadura del Ebro en 1813, durante la guerra contra Napoleón.
El barco, que muy posiblemente navegaba bajo las órdenes del capitán David Chambers, formaba parte de un convoy militar que actuó en el sitio de Tarragona por mar con la intención de detener el suministro francés y partir la península en dos partes facilitando la ofensiva aliada. El ataque fue un fracaso y durante la retirada cinco barcos embarrancaron en las Golas del Ebro. Doscientos años después, en 2008, un pescador local comunicó al Departamento de Cultura su hallazgo. Durante estos seis años se ha excavado y estudiado.
La excepcionalidad del pecio, según el director del Centro de Arqueología Subacuática de Catalunya (CASC), Gustau Vivar, radica en que "se trata de uno de los escasísimos barcos hundidos encontrados hasta ahora en Cataluña que no ha sufrido ningún expolio, con un buen estado de conservación y un alto valor científico".
De entre el centenar de objetos cotidianos recuperados a unos siete metros de profundidad, destaca una botella llena, intacta y sellada de vino Foundillon. Este vino dulce y cultivado en la zona de Alicante, de donde zarparon los barcos de la expedición, desapareció hace un siglo debido a la filoxera. Hoy en día se está recuperando su producción. Era un vino que las armadas inglesa y española tenían en sus bodegas. El Foundillon contribuía a evitar el escorbuto.
Por el momento del Deltebre I se ha destapado, empezando por la popa, solo la mitad del barco de tres mástiles, que se calcula tendrá alrededor de 30 metros de eslora. Gracias a las fuertes corrientes de la zona, a la escasa visibilidad por ser zona de fangos, y a la ausencia de submarinistas, no solo se ha conservado unos dos metros por lado de la madera del barco, sino todo lo que llevaba en su interior.
En las dependencias de los oficiales se han localizado instrumentos propios de la navegación. También han aparecido restos de mármol de la mesa del capitán, su lápiz, un sello con su nombre, parte de un pequeño crucifijo, una esponja de baño natural, o una bomba manual de cobre para achique. Se ha podido recuperar asimismo balas de fusiles de diferente calibre, bombas, granadas, espoletas, un cañón de bronce de 1798, un calibrador de cañones, tacos de pólvora y también barriles de munición.
La muestra recoge un centenar de piezas originales y está divida en cinco ámbitos dedicados a explicar el sitio de Tarragona, el cargamento de un barco de transporte militar, la vida a bordo, la construcción naval y la arqueología subacuática. La exposición se presenta acompañada por un libro de Carlota Pérez-Reverte, que descubre de manera novelada la historia del naufragio.
¡Si Patrick O'Brian levantara la cabeza!
La desdichada aventura del convoy de la Royal Navy naufragado frente al delta del Ebro parece sacada de una novela de Patrick O'Brian, el autor de Capitán de mar y de guerra y sus 20 continuaciones, la mejor saga naval de todos los tiempos (Edhasa). Seguramente, si el bueno de sir Patrick, que residía en Colliure, no hubiera muerto ya aprovecharía el descubrimiento para incorporar el episodio a sus historias, añadiendo un capón y varios improperios a los mandos causantes de la chapuza que llevó a embarrancar y hundirse a nada menos que cinco barcos (los otros cuatro están localizados y también intactos) de la mejor marina que haya surcado los mares. Aunque no conozcamos todos los detalles del barco que se excava podemos asegurar dos cosas que tranquilizarán a los fans de las novelas: que no se trata de la HMS Surprise (una fragata de 24 cañones, sin contar las carronadas, mientras que el pecio coresponde a un transporte con un solo cañón a bordo) y que el capitán no era nuestro Jack Aubrey, el afortunado, no solo porque, hábil marino, no hubiera encallado en un lugar tan conocido (a no ser que estuviera tocando el violín con Maturin), sino porque a la sazón según su ficticia biografía se encontraba en esa época prisionero de los estadounidenses o al mando del HMS Ariel en el Báltico. Ah, y la botella estaría vacía...
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