Abstención autolesiva
La idea de que las finanzas dominan a los gobiernos lleva a desistir de participar, pero el voto es lo que puede cambiar las políticas
La sociedad española lleva cuatro años, desde el giro de 180 grados dado por el presidente Rodríguez Zapatero a su política económica en mayo de 2010, acatando a regañadientes la capacidad de la Unión Europea (UE), junto con otros entes internacionales, la imposición de una política económica contraria a los programas electorales y de gobierno surgidos de las urnas. No le ha ocurrido solo a España. La Comisión Europea de Durao Barroso y su comisario de Economía Oli Rhen, dos neoliberales, ha podido imponer estas políticas gracias a la mayoría liberal-conservadora existente en el Parlamento Europeo. Pues bien, paradoja de las paradojas, ahora que los ciudadanos de este maltratado sur de la UE tienen la oportunidad democrática de rechazar al conglomerado conservador dejándole en minoría en el Parlamento Europeo, todo indica que prefieren abstenerse en una proporción más elevada que nunca, superior al 50%. Batir su record negativo y votar menos que nunca. Eso es lo que dicen los sondeos a una semana de la cita en las urnas.
Sería inexacto atribuir tan gigantesco desdén a la participación electoral a una sola causa. Pero, entre todas, domina la idea de impotencia. Lo que lleva a los ciudadanos a la abstención electoral no es la indiferencia o la ignorancia de qué es lo que está en juego. Es el convencimiento de que hay poderes superiores a los de la Unión y a los de cada uno de los estados miembros capaces de imponerles la orientación de la política económica y sus derivadas sociales. Al margen de las mayorías parlamentarias nacionales. Son los poderes que emanan del conglomerado financiero mundial y a veces lo dirigen, aunque no siempre.
En las sociedades europeas se va imponiendo poco a poco pero sin cesar la idea de que la economía está en manos de las finanzas y los gobiernos son incapaces de imponerse a ellas y a su lógica de obtener siempre más y más beneficios, sean cuales sean las consecuencias para la ciudadanía. No está nada claro que la City de Londres o las bolsas de Nueva York, Frankfurt, etcétera, dirijan el enloquecido tinglado mundial que produce beneficios sobre la base de ganar 0.0001 dólares por compra-venta de acciones, pero en cualquier caso, sí está cada día más claro que este tinglado impone sus condiciones a los gobiernos. Puede hundirles o no, y lo hace.
Rajoy ganó las elecciones con un programa que excluía subidas de impuestos y recortes en la sanidad pública y servicios sociales y tardó menos de dos meses en incumplirlo
¿Cómo dictar normas y límites a quienes se pide dinero prestado? Este era el dilema que Rodríguez Zapatero no pudo superar en 2010. No le sucedió solo a Zapatero. Les ha ocurrido en estos últimos años a los gobiernos de Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y Francia. Con presidentes de todos los colores. Recuérdese que el PP de Mariano Rajoy ganó las elecciones con un programa que excluía subidas de impuestos y recortes presupuestarios en la sanidad pública y los servicios sociales y tardó menos de dos meses en incumplirlo, tal como le reclamaba la Comisión Europea. A los gobiernos conservadores ya les va bien, en realidad cuentan con ello. Los socialistas terminan aceptándolos ante la amenaza de males peores.
A todo ello se añade que tanto la UE como España están inmersas en sendas crisis político-institucionales. En realidad, el desapoderamiento de la UE y la impotencia de los gobiernos en materia de política económica es una de las causas principales de estas crisis. El economista francés Thomas Pikkety, ahora tan de moda por haber descrito la fórmula económica de la desigualdad entre el 1% de muy ricos y todos los demás, encabeza el manifiesto europeísta lanzado hace dos semanas junto con numerosos polítologos y economistas con afirmaciones como la siguiente: “Es hora de reconocer que las instituciones existentes en Europa son disfuncionales y necesitan ser reconstruidas. La cuestión central es simple: la democracia y los poderes públicos deben recuperar el control de manera efectiva y regular el capitalismo financiero globalizado del siglo XXI”.
Respecto a España, el catedrático de Derecho Constitucional Javier Pérez Royo señalaba el sábado en este mismo diario que tiene “un sistema político formalmente representativo, en el que los gobiernos son elegidos periódicamente en elecciones competitivas, pero materialmente ha dejado de serlo en la medida en la que los ciudadanos no se sienten reconocidos en las políticas que se ponen en pràctica”.
Los gobiernos son muy estables en España, en todos los niveles, gracias a una mecànica legal pensada para evitar vacíos, pero encuesta tras encuesta todos son abrumadoramente suspendidos por unos ciudadanos que les quitan así la legitimidad que les dan con el voto. Ejemplo sublime de esta asintonía entre gobernantes y gobernados lo daba en plena campaña electoral el ministro candidato del PP, Miguel Arias Cañete. Sobre el fondo del 26% de paro y la deuda pública rozando el 100% del PIB, proclamó que gracias a su Gobierno España es, junto a Alemania, el nuevo “milagro económico de Europa. Así.
Claro está que comportamientos de este tipo en los responsables de tanto daño social y económico son los que terminan llevando a muchos ciudadanos a la abstención. Como expresión de un cierto asco por la grosera exhibición de cinismo. Pero sería mejor para todos que en lugar de a la abstención, llevara a no dar ningún voto a los autores del austericidio y alumbrar así otra mayoría en el Parlamento Europeo.
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