La supervivencia de la heráldica
Un puñado de escudos de la Segunda República siguen todavía hoy a la vista
La heráldica sigue hoy vigente en Madrid. Basta alzar la vista para encontrar en los frontones de edificios singulares la huella estampada en piedra con su impronta de símbolos identificadores. Así, la mirada descubre en el ático de un gran edificio oficial en la calle de O’Donnell, una súbita sorpresa. Se trata de un blasón policromo, republicano, cargado de historia. Pese a las numerosas vicisitudes sobrevenidas desde que el escudo fuera encajado en el remate triangular del edificio que lo alberga desde 1933 y aún repleto de riesgos de ser demolido, ha sobrevivido 81 años.
Disciplina de remotísimo origen, la heráldica identifica no únicamente villas y añejos linajes, sino ahora también clubes de fútbol, escuderías, marcas automovilísticas, incluso, grandes compañías comerciales. Para diseñadores, como Óscar Moreno, “la heráldica, hoy muy evolucionada, consiste en un código expresivo históricamente muy útil y eficaz, casi siempre relacionado con el poder”. Uno de los hechos históricos y de poder que en Madrid registró una expresión heráldica propia, innovadora entonces, fue la Segunda República. Con un código expresivo propio, los próceres republicanos se propusieron identificar edificios públicos, desde hospitales a escuelas, ministerios, bancos o institutos, incluso mobiliario urbano —una farola republicana subsiste frente al Palacio Real— con emblemas de corte heráldico que evocaran el nuevo orden político y municipal establecido. Así pues, de los escudos oficiales desaparecieron las coronas propias de la Monarquía para surgir los nuevos blasones timbrados con singulares castilletes, denominados coronas cívicas o muradas, que pasaban a desempeñar el papel desplegado por el regio tocado. Los castilletes definían pues la nueva heráldica.
Sin embargo, la derrota militar de la Segunda República a manos del franquismo acarreó a partir de 1939 la destrucción de centenares de escudos que durante os siete años republicanos signaron la ciudad. Muy pocos de sobreviven hoy en Madrid. Algo más de una decena.
Uno de ellos, que pasa por ser el más bello de los supervivientes, es el citado blasón de la Diputación de Madrid, que remata bajo un frontón triangular el que fuera Instituto de Puericultura, antigua inclusa de Madrid, en la calle de O’Donnell, 50.
El edificio, de estilo ecléctico en ladrillo, hoy revocado en color crema, que aloja la Consejería de Asuntos Sociales del Gobierno regional, fue ideado en 1926 por los arquitectos Francisco de Asís Fort y Baltasar Hernández Briz, para la atención de los neonatos madrileños que carecían de familia. El centro asistencial llegaría a albergar hasta 197 cunas para niños de pecho y 108 lechos para parturientas en lactancia y nodrizas. Fue inaugurado por el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, en octubre de 1933.
El gran emblema que lo tachona, de cerámica policroma y azulejería, identifica a la Diputación de Madrid, histórica gestora de la institución y muestra desde el característico castillete republicano hasta el dragón, primigenio componente del antiguo escudo de la ciudad, más las franjas diagonales, amarillas y verdes, de los territorios de los Mendoza-Infantado; amén de la luna invertida del linaje de don Álvaro, el valido decapitado, así como castillos, leones, lises y otros elementos simbólicos que dan idea de la pluralidad heráldica madrileña, con la osa y el madroño en el escusón central, además del acueducto de Segovia, cuyo ascendiente territorial sobre Madrid fue enorme hasta bien entrada la Edad Media. Frente por frente del blasón de la Diputación, casualidad, un gran escudo monárquico, con Toisón de oro y todo, parece dialogar con él desde la antigua maternidad de Santa Cristina.
El emblema republicano presidió desde entonces —y aún ornamenta— el edificio oficial. También el Banco de España, en su fachada hacia la calle de Alcalá, remata su ático con un excelente blasón coronado muralmente al modo republicano, explica José Antonio Zarza, que ha investigado este legado del ornato capitalino, al igual que otros elementos subsistentes en la puerta del Retiro llamada de América, cerca de la calle de Ibiza, y en la cancela que mira a la calle de Antonio Maura desde el paseo de las Estatuas. Otras curiosidades heráldicas republicanas, subraya Zarza, perviven en el Ministerio de Agricultura, en la plaza de Lavapiés y en el edificio de la Bolsa, junto a la plaza de la Lealtad. “Pero muchos han caído”, lamenta.
La supervivencia de los que perviven, no se sabe si obedece a ejercicios de benevolencia ideológica o se trata de descuidos. Lo cierto es que centenares de blasones republicanos fueron intencionalmente demolidos o retirados. Los que no fueron tocados, forman parte de la historia de la ciudad: quizás el más suntuoso es el que tachona el frontal del Palacio de Linares, en la plaza de Cibeles, sede de la Casa de América. Los más antiguos adintelan el palacio contiguo a la Torre de los Lujanes. Y en la región, el más espectacular blasona la fachada del arzobispado de Alcalá de Henares.
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