De ‘L'Atlàntida’ al teorema de Thomas
Contrasta la Cataluña secesionista con la de las amplias franjas sociales que viven ajenas a ese proceso de ensueño ideal
El joven desbordante de energía que era Verdaguer corrió descalzo en una competición de la Plana de Vic y con las dos pesetas del premio se compró un ejemplar de la Odisea. Estas cosas todavía ocurrían, a finales del siglo XIX. Otras fuentes aseguran que el libro que compró Verdaguer era una monografía francesa sobre la Atlántida platónica. Lo cierto es que desde entonces, a los 18 años, Jacint Verdaguer comenzó a hablar de su gran proyecto de L'Atlàntida. En realidad, el protagonista del poema será España. Esa idea de fusión hispánica le fue criticada por los extremos culturales del nacionalismo catalán. Un precoz Joaquim Folguera, fallecido tempranamente y crítico fino, salió al paso diciendo que Verdaguer tenía el espíritu nacional catalán incluso a pesar de “su españolismo superficial de limosnero ortodoxo de la señoría palatina”.
La épica de la conquista de América fascina al joven Verdaguer. Tiene presente el poema Colón de Campoamor y del gran prosista apologético Nieremberg capta la idea de una Atlantis como zócalo bajo el mar de las Canarias o en las Azores. Se suman los titanes platónicos. Luego, como capellán del vapor trasatlántico Ciudad Condal, propiedad de la dinastía Comillas, piensa la forma final de L'Atlàntida y tiene su gran triunfo. El poema condensa un caudal muy potente de mitos y tradiciones. En primer plano, Colón vive la aventura de descubrir un nuevo continente para España. Hoy, aunque suene como un decorado wagneriano algo polvoriento o aunque tengamos preferencia por su Canigó, largos fragmentos de L'Atlàntida nos siguen dejando perplejos, en buena manera anonadados. En su breve ensayo, tan olvidado como sagaz, sobre Verdaguer, Sagarra habla de eso, de su constante perplejidad ante L´Atlàntida, porque viste una fábula monstruosa y absurda con un inagotable tesoro de naturaleza, meteorología, agricultura, fauna y flora.
Así comenzó su existencia como poeta nacional de Cataluña. Sus años finales fueron turbulentos, enigmáticos, torturados. Inicialmente, el poema debía titularse Espanya naixent. Y fue Verdaguer el primer y último poeta catalán cuyos versos el pueblo sabía de memoria. Su Virolai sigue siendo una expresión emocional de la catalanidad, hasta el punto que actualmente hay quien considera que debiera ser el himno de Cataluña y no el belicoso canto de Els segadors. En su himno a la Virgen de Montserrat, Verdaguer la llama princesa de los catalanes y estrella de Oriente para los españoles. Sin embargo, seguimos en lo mismo, entre el Virolai y la apología del caganer.
En su himno a la Virgen de Montserrat, Verdaguer la llama princesa de los catalanes y estrella de Oriente para los españoles
De L'Atlàntida hispánica a lo que estamos viviendo hoy rige en muchos aspectos el teorema de Thomas, célebre en la sociología. Es el caso de las profecías autocumplidas y que Thomas formuló con mucha previsión: “Si las personas definen las situación como reales, estas situaciones son reales en sus consecuencias”. Das por real algo que no lo es, y adecuas tus actitudes a eso, de modo que el mito o el fraude histórico pueden acabar teniendo consecuencias reales. Y ahí viene el grave dilema, cuando en una comunidad acaban enfrentándose dos irrealidades o, simplemente, el deseo de que algo que no es real acabe siéndolo porque creemos que ya lo es, y por eso se enfrenta a una realidad más tangible y objetivamente real.
¿Es por eso que la Cataluña hispánica de Verdaguer se da por inexistente? Uno se pregunta si no será esta la razón de que tantos vínculos de Cataluña con el conjunto de España son postergados a fin de que se cumpla el teorema de Thomas y aquellas situaciones soñadas por el secesionismo acaban siendo reales en sus consecuencias. Para algunos, esto ya es un hecho comprobado: es decir, Cataluña solo puede existir como tal fuera de España. Es absurdo pero es que desde Madrid hay quien acepta sin más, de forma poco crítica y casi con alivio, que Cataluña ya no está en España. Es que el teorema de Thomas sirve para realidades antagónicas.
De todos modos, el contraste más aparatoso es entre la Cataluña que se define como secesionista, y por eso asume que así tiene que ser y será, y la Cataluña de cada día, con amplias franjas sociales que viven ajenos a ese proceso o, es más, indiferentes a la presunta necesidad histórica de que el teorema de Thomas proyecte como realidad estructurada lo que es un ensueño ideal. En otros tiempos, un adolescente Verdaguer se acercaba a la Font del Desmai para entrever, entre olmos y avellanos, los grandes bosques vírgenes de la nueva América. Claro, Verdaguer solo era un muchacho con barretina que buscaba la gloria, mientras que hoy la postmodernidad ha acabado con la gloria y la épica. Es como si Verdaguer ya no fuese la fuerza más indicada para sustentar el teorema de Thomas. Es una extraña contradicción buscar la plenitud de una Cataluña alejada de España y negar todo otra plenitud, considerarla relativa, como si en lugar de escribir L'Àtlàntida Verdaguer fuese un autor de guiones de TV-3.
Valentí Puig es escritor
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