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CRÍTICA

Sin empalago

La batuta de Gatti trabajó muy bien toda la gama del 'piano', extrayendo excelentes gradaciones de los instrumentistas

Cuando se ejecutan sinfonías de Chaikovski –y si se trata de un monográfico como este, todavía más–, huir del empalago sentimental suele ser una buena opción. Sobre todo porque, ante una arquitectura y una musicalidad tan sólidas como las que se muestran en las sinfonías de este compositor, parece lógico que el intérprete las resalte sin dejarse seducir por las facetas más endebles. También porque la premonición del destino, que recorre de principio a fin las dos obras interpretadas (Cuarta y Quinta), es un asunto sobradamente dramático: mejor no reblandecerlo con la autocompasión, por más que el mismo Chaikovski se incline hacia ello. Así debió entenderlo Daniele Gatti, brindando en Valencia unas versiones poco ancladas en el tufillo lastimero que las empaña con frecuencia.

ORQUESTA NACIONAL DE FRANCIA

Director: Daniele Gatti

Obras de Chaikovski. Palau de la Música. Valencia, 24 de marzo de 2015

Especialmente decantada hacia esa contención expresiva resultó la lectura de la sinfonía núm. 4, que, no obstante, resultó muy cálida. La batuta trabajó muy bien toda la gama del piano, extrayendo excelentes gradaciones de los instrumentistas. No tan buenos fueron los resultados en el otro extremo de la dinámica. Como muy positivo debe mencionarse también la plasmación de ese “perfume de ballet” que, de vez en cuando, reclaman los pentagramas del ruso, así como el cuidado y acierto con que se graduó la tensión. Gatti lució su habitual gestualidad, escueta pero muy eficaz, clarificando los planos sonoros y los colores de la partitura.

En la Quinta Sinfonía, a pesar de los magníficos solos y del juego que realizaron las diferentes secciones contestándose y contrapunteándose entre sí, el sonido de la orquesta resultó a veces demasiado denso y, puntualmente, hasta emborronado. Tampoco se consiguió siempre un ajuste impecable. El público, sin embargo, recibió con entusiasmo la interpretación y aplaudió con ganas. Como regalo se ofreció un Verdi previsible: la obertura de La forza del destino, magnífico colofón italiano para un programa ruso que discurría sobre la misma temática.

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