Dramaturgo a la vista
Una generación de autores teatrales se muestra en el circuito ‘off’ madrileño y consigue atraer la atención del público y de los grandes teatros
Los textos dramáticos son ese tipo de literatura que, director de escena mediante, pasan de las dos dimensiones del negro sobre blanco a la carnal realidad 3D de los actores. Al inicio de la cadena del teatro está el dramaturgo, que imagina esa realidad que luego, abracadabra, cobrará vida en escena. El teatro, por otro lado, es una de las disciplinas artísticas que más respeta y revisita a sus clásicos, y también son frecuentes los montajes de textos extranjeros. Pero en los últimos tiempos se produce una revalorización de los textos escritos por autores de los que están hic et nunc, aquí y ahora.
Con motivo del Día Mundial del Teatro y de la madrileña Noche de los Teatros, reunimos, en el Valle-Inclán, corazón del muy teatrero barrio de Lavapiés, a algunos de los autores emergentes que más y mejor están trabajando en estos tiempos. Son Paco Bezerra, Alberto Conejero, Denise Despeyroux, Pablo Messiez, Jose Padilla, Antonio Rojano y María Velasco.
Jóvenes, sí, pero no tanto —tienen en treinta y cuarenta y pocos años— y nada nuevos: aunque ahora disfruten de cierta visibilidad flamante llevan mucho tiempo escribiendo y bandeando dificultades. “Antes estaban los teatros grandes, que preferían llenar con Shakespeare o Chéjov, y unas pocas salas alternativas, con lo que conseguir hueco era difícil”, dice Paco Bezerra (autor de El señor Ye ama los dragones o Grooming). “Además, el oficio de dramaturgo antes era visto como una cosa para señores mayores. Eso ha cambiado: ahora atraemos a un público más joven que está interesado en textos que escribe gente de su edad”. Es curioso, y alarmante, que la obra de Bezerra Dentro de la tierra ganara el Premio Nacional en 2009 y siga sin ser estrenada.
Así que la celebrada eclosión (¿o burbuja?) de las salas alternativas ha tenido algo que ver: en sus tablas pudieron darse a conocer y ahora atraen la mirada de las instituciones públicas. De alguna manera es como se supone que deben funcionar las cosas: el off como vanguardia que abre camino, lo público para apoyar y recoger el testigo. Y tanto Ernesto Caballero, director del Centro Dramático Nacional, como Juan Carlos Pérez de la Fuente, del Teatro Español, parecen decididos a apostar por la autoría teatral española contemporánea.
“También desde lo privado se está confiando. Hay espacios y públicos para todo tipo de espectáculos. Se trata tan sólo de asumir la posibilidad del error, que es parte fundamental en toda mirada artística, tanto como los hallazgos o los éxitos. Hay que apostar e invertir”, dice Conejero (La piedra oscura, Cliff). María Velasco (Günter, un destripador de Viena o Líbrate de las cosas hermosas que te deseo) habla de la necesidad de superar la “necrofilia y el síndrome Bienvenido Mr. Marshall” y dar la alternativa a los jóvenes autores patrios. “Aquí nadie está dispuesto a arriesgar nada”, dice, “a los contemporáneos solo se les da migajas. Se les trata con paternalismo, por ejemplo, llamándoles 'nuevos' cuando han empezado a encanecer; obligándoles a renunciar a su poética, y a 'escribir a la manera de'; o pagándoles, justito, justito, la mano de obra. Es muy significativo que autores como Rodrigo García o Angélica Liddell se hayan 'exiliado”.
Los medios y el público acompañan a estos autores: “Con la crisis se ha empezado a prestar atención al circuito off, que se ha convertido en noticia”, advierte Despeyroux (Carne viva, texto nominado a los premios Max, o el próximo estreno Ternura negra). Nunca antes, como coinciden en señalar, un artista estuvo tan expuesto a la opinión del público, que comenta las obras a través de blogs y redes sociales casi en tiempo real. Eso sí, también coinciden en que esta “presión popular” no les influye a la hora de crear. “Trato de estar alerta y cuando noto esa interferencia trato de extirparla como un tumor maligno”, dice Messiez (Los ojos, Muda, Las plantas), “al final todo eso es un fantasma, una realidad virtual, una ilusión. Y no puedes escribir lo que le guste a todo el mundo”.
“Somos, además, una generación a la que no le importa estrenar en un gran teatro y luego hacerlo en una sala pequeña, no se nos caen los anillos”, apunta Bezerra. ¿Generación? Aunque cada uno es de su padre y de su madre en sus temas y planteamientos, comparten ciertas cosas. Por ejemplo, las conexiones que establecen entre ellos y el mutuo conocimiento. “Nos interesa el trabajo y el reconocimiento de nuestros pares más que lo que diga la crítica, sobre todo cuando hay tanta confusión y diversificación de la opinión. Así se genera un diálogo entre nuestras obras”, dice Despeyroux. Y no están aquí todos los que son: habría que mencionar otros nombres como José Manuel Mora, Lola Blasco, Jordi Casanovas, Marta Buchaca, Carolina África, Guillem Clua o Josep Maria Miró, entre otros. “Hay una mirada amorosa al trabajo de los otros”, dice Conejero, “el contexto es tan radical que los esfuerzos, los anhelos y la resistencia compartida nos aglutinan. Entendemos que el camino es tan frágil que todo aquel que lo transita es un compañero”.
La figura del dramaturgo, también va cobrando protagonismo a la hora de montar la obra. “Es algo que también cambia respecto a otras generaciones”, dice Velasco, “somos más dramaturgos de trinchera. Escribimos de una manera más colaborativa con la dirección. Los procesos no son tan lineales como antes, cuando cada uno se ocupaba de su parte”. Este escritor pasivo más allá de las páginas del texto es lo que Rojano (La ciudad oscura, Ascensión y caída de Mónica Seles) define como “autor florero”. Y la considera una figura obsoleta: “El dramaturgo está cada vez más implicado en el proceso de ensayos y esto repercute directamente en la calidad de la obra. Su opinión no sólo está siendo valorada, se está convirtiendo en necesaria”, dice.
Él lo ha experimentado en su último estreno, La ciudad oscura (se puede ver hasta el domingo en el Teatro María Guerrero), fruto del proyecto Escritos en escena, del Centro Dramático Nacional, que precisamente se enfoca en la escritura dramática a pie de escenario y por el que han pasado varios de estos artistas.
Otras iniciativas de investigación teatral son Espacio Teatro Contemporáneo (ETC), en la sala Cuarta Pared, que ahonda en nuevos lenguajes, así como el laboratorio LaZonaKubik, que aglutina a la productora La Zona y la sala Kubik Fabrik. Y hoy mismo abre un pequeño local que estará dedicado al autor teatral emergente y a la investigación: el espacio escénico no convencional Mínima, también en Lavapiés.
Pero si hablamos de teatro, de gran momento creativo, de multiplicidad de ofertas, también tenemos que hablar de su lado más oscuro, la precariedad en la que viven instaladas las gentes del teatro, aún cuando disfrutan del éxito. “La precariedad es un hecho, y el lugar de mierda en que los gobiernos ubican el teatro también”, dice Messiez. “Percibo una especie de optimismo raro que hace pie en la cantidad de propuestas”, continúa, “un entusiasmo heredado de las lógicas del mercado que genera jerarquías en términos del éxito o fracaso obtenido, la repugnante cuantificación de la calidad. Creo que ahí hay un malentendido atroz”.
El latigazo de la crisis ha cambiado la manera de hacer teatro, y generado cierto caldo de cultivo, pero, como señala Padilla (Haz clic aquí, Los cuatro de Düsseldorf), “no estamos aquí por la crisis y las condiciones laborales precarias, sino a pesar de éstas. Hacer teatro se está convirtiendo en un acto total de resistencia política”.
Conejero hace un buen resumen de este florecimiento en escena de textos dramáticos hechos por gente de hoy en día para gente de ahora mismo: “El sistema piramidal del teatro se empieza a astillar por la crisis y aparecen lugares intermedios. En esa cadena ya no existen los grandes montajes, los grandes presupuestos. Estalla algo. Y empieza a filtrarse una luz entre los escombros de lo que eran edificios más compactos”.
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