Victòria entre perdedores
Emma Vilarasau destaca en la nueva obra de Pau Miró en el TNC
La nueva obra de Pau Miró es una ilusión dramática, una anamorfosis. Un dibujo con la perspectiva forzada que sólo con un espejo con la curvatura adecuada descubre su imagen reconocible. Lo interesante es que su significado profundo aflora cuando se elimina el espejo que ajusta el dibujo a un realismo costumbrista y el escenario y el drama se transforma en un lienzo abstracto y los personajes revelan su naturaleza simbólica.
VICTÒRIA
De Pau Miró. Dirección: Pau Miró. Intérpretes: Emma Vilarasau, Pere Arquillué, Mercè Arànega, Jordi Boixaderas, Nil Cardoner, Joan Anguera y Mar Ulldemolins. Teatre Nacional de Catalunya (TNC), Barcelona, 4 de mayo.
Crece cuando abandona la perspectiva del retrato coral (una fotografía del Raval de la Barcelona de 1951) y atomiza sus historias del fracaso. En esta desintegración encaja un personaje tan abierto como la joven que regresa del exilio (Mar Ulldemolins) e irrumpe en la historia como la leyenda de la mujer de la curva en la carretera. Literalmente. Aparición que desviará el curso de la trama hacia la tragedia descarnada. Descomposición que desnuda al falangista catalán (Jordi Boixaderas), despojado de triunfo moral como el personaje de La vida de los otros, y señala sus esfuerzos de traer normalidad a su existencia con un matrimonio de supervivencia. Es también la elección del momento histórico —un primer y quizá ilusorio despertar colectivo— y el poema de Josep Carner (Arbres a la tardor) en boca del maestro sin alumnos (Pere Arquillué). Elegía de la inutilidad de la lucha.
Es entonces cuando se entiende la apariencia de heroína de la República de Victòria —la protagonista—, con la silueta enlutada de las mujeres luchadoras que estallaban por las costuras de la oratoria política. Personaje a contracorriente: es el único que se mantiene erguido y con la consciencia ética despierta —después de años de somnolencia voluntaria— en medio de un campo de batalla cubierto de cuerpos caídos, física y moralmente. Una figura de Delacroix sin bandera y sin pueblo que guiar. Victòria y Emma Vilarasau se acaban de encontrar y la actriz hará que el personaje se agigante cuando abandone cierta rigidez, atenazada por su evidente voluntad de mostrarla como una mujer contenida, educada en la invisibilidad, en el orgullo interior. Será entonces cuando alcance durante toda la función la gran verdad que respira su última alocución.
Esa consciencia transformada que Vilarasau defiende sola en un escenario desnudo es la gran obra que Miró ha entretejido, aunque para tal fin haya tenido que dejar tras de sí un reguero de víctimas: el maestro, la joven exiliada, el escritor perseguido, la mujer sin marido (Mercè Arànega), el hermano traicionado (Joan Anguera), el adolescente empujado a la delación por amor de madre (Nil Cardoner), que componen una constelación de traiciones, rencores, odios, cobardías, que mantendrán unido con cemento el espeso silencio de la dictadura. Dolorosa convivencia de perdedores. Cemento que se mantiene con pocas grietas.
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