24 horas de horizonte
Los campos de arroz y el agua mandan en el delta del Ebro, una tierra con vocabulario propio donde los 'bous' y el río son sagrados
N-340. Es angustiante con tanto camión, pero llegar al delta del Ebro por carretera tiene su punto. El desvío está pasado L’Ampolla. El asfalto te regala una mini cuesta que sirve de mirador: verde, verde y más verde. O amarillo. O marrón del fango. O espejos de agua del color del cielo en la época de siembra. Depende de la estación. Si es verano, el olor a arroz es increíble.
Bajas la cuesta del desvío y pasa algo. Se llama horizonte. 24 horas de vistas hasta donde te llegue la vista. Una extensión de casi 8.000 hectáreas donde solo los forasteros echamos el freno de mano al parar el coche. Los habitantes de Deltebre, Sant Jaume d’Enveja, Els Muntells o Poblenou del Delta sonríen cuando los de fuera paramos el coche y se escucha el raaaaac del freno. El terreno es tan raso que no es necesario echarlo. Por eso una de las imágenes del delta es la de personas mayores andando en bici. Estampa romántica, ojo. Que también hay coches tuneados.
El Delta del Ebro es la zona húmeda más grande de Cataluña y una de las mayores de Europa. Fue declarado parque natural en 1986 y hasta aquí llegan ornitólogos de los cinco continentes. Vestidos de camuflaje y con teleobjetivos tan grandes como los de los fotógrafos del fútbol. Pueden pasarse horas en silencio en un mirador para conseguir LA foto que quieren de LA especie de ave que buscan. Acercarse al estanque de L’Encanyissada con los últimos rayos de sol y ver como arrancan el vuelo centenares de flamencos es brutal.
Los campos de arroz y el agua mandan en una tierra rica en un vocabulario alusivo a la vida del delta que a los de ciudad nos hace sentir ignorantes, porque cuando alguien te manda hacer algo, no entiendes la mitad. Las anganilles son las canalizaciones de agua que entran y salen de los arrozales. Las rodes de fang, las ruedas metálicas que utilizan los tractores entre la siega y la siembra. Amollar, soltar el agua en un campo, por ejemplo. Las baldanes son morcillas. Perxar es clavar un palo estrecho en el agua, la perxa, para avanzar con un bote de pesca. Lo bando, los comunicados que los ayuntamientos emiten por megafonía. Y que pueden leerse en una estupenda aplicación de móvil: Lo Bando del Poble. Los bous, las vaquillas, gusten o no, son sagradas. Sa-gra-das: ocupan el 90% del programa de las fiestas... Lo Bou capllaçat (atado por los cuernos); bou embolat (con fuego en los cuernos)… Lo retallador, un chaval semiprofesional que se enfrenta y finta lo bou. Cuando veáis estructuras metálicas aparentemente inútiles junto a las casas, en los pueblos, son parte del tetris imposible con el que se montan las plazas de bous. Un desafío a la arquitectura y los cálculos de estructuras. Y arròs. Nada de llamar paella a la paella. Aquí manda el ingrediente, no el utensilio.
UN LUGAR PARA COMER
Cal Machino y su imprescindible el arroz de pato. Está en Els Muntells, en el carrer Major, 195. (www.restaurantidacanmachino.com/).
DÓNDE DORMIR
Casa Cusa, una barraca en pleno Parque Natural, a pie de la pista que va a la playa del Serrallo (www.casacusa.com).
UN SITIO PARA VER
Subir a Lo Passador, el puente que une Sant Jaume y Deltebre a merendar y ver la puesta del sol. Aunque también es recomendable cualquier día de los 10 del DeltebreDansa, un festival internacional que se celebra a mediados de julio. La coreografía final en un arrozal es espectacular.
El río también es sagrado. Lo riu es vida, acertó lema la Plataforma en Defensa de l’Ebre la primera vez que el Gobierno amagó con reducir el caudal de agua que llega a la desembocadura. Los turistas que visitan el delta de puente o solo unos días en vacaciones suelen estresarse para no perderse nada de lo-que-toca-ver. Las lagunas de la Tancada y l’Encanyissada para avistar aves acuáticas, patos y flamencos, el museo en la Casa de Fusta, los miradores, la Punta de la Banya, el faro en la punta del Fangar (imprescindible el restaurante Los Vascos), el paseo en golondrina a la desembocadura…
Los que tenemos la suerte de bajar a menudo preferimos pasearnos con calma por el horizonte. Tirarnos una hora para ir al pueblo a comprar el periódico y cruzarnos con una garceta o una familia de patos que cruzan de un arrozal a otro. Pasar la tarde en el patio, haciendo nada, mientras los niños pueden pasarse horas agachados —invisibles a la mirada adulta por la altura del arroz— cazando cangrejos. Bajar a la playa y poder elegir dónde plantas la sombrilla y la toalla. Coger la bici y perdernos por los campos. En el delta nunca, salvo si sopla viento en contra, te cansas de andar en bici. Ojo con el viento en el delta, las levantadas dan miedo, traen agua del mar como para borrar la barra del Trabucador.
En el puente te acuerdas y echas de menos el transbordador Garriga y a su dueño, Fermín, cobrando coche a coche, pero eso son romanticismos de gente de Barcelona. Lo Passador, así se llama el puente, ha facilitado mucho los desplazamientos para la gente del delta. Se inauguró en 2010 con tres requerimientos técnicos: que no molestara a la vista, que tuviera tanto espacio para pasear como para los coches, y que tuviera anchura suficiente para los tractores en época de cosecha. Son enormes.
Ojo, hay otra cosa enorme en el delta. Los mosquitos. Han tardado en salir en el texto porque no hay para tanto. Es cuestión de pillarles el horario: sus horas puntas son el amanecer y el atardecer. Dos momentos en los que si sales a la calle no es que te piquen, es que te los comes mientras caminas. Fuera de aquí, y de un arrozal recién segado, hay más mito que verdad.
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