Los cuarenta años de El Penta
El mítico bar de Malasaña celebra cuatro décadas con un concierto en La Riviera
Pablo Carbonell sabe por qué en los años 80 había más bares con música en Madrid: “Éramos menos de ennoviarnos, y más sátiros”, dice, “y ningún sitio mejor que un garito oscuro y buenas canciones para desatar la libido”. El cantante de Los Toreros Muertos, hoy cincuentón, habla apoyado en la puerta de El Penta, un templo en el corazón de una Malasaña, acosada por la gentrificación. El bar sobrevive haciendo exactamente lo mismo que hace cuatro décadas: poner buena música con mucha nocturnidad.
Aunque Carbonell no frecuentó mucho El Penta, reconoce su legado. Por eso participa en el concierto multitudinario que el próximo 29 de marzo llenará La Riviera, donde Los Toreros Muertos, junto a coetáneos como Golpes Bajos y bandas más jóvenes como Lori Meyers, homenajearán el 40 cumpleaños del bar. “Venía poco porque solo iba a bares de amigos donde me emborrachaba gratis. Pero es un pedazo del Madrid musical; ese que ya no existe”.
Hoy, El Penta es una rara avis. Cuando se fundó, también: “Lo adquirieron dos chicas que trabajaban en el Sindicato Vertical de Franco”, explica Juanma Alonso, uno de los propietarios actuales. “Con el dinero del despido montaron un bar. En aquella época solo se ponía un hilo musical. Pero el hermano de una de ellas viajaba mucho a Inglaterra y se fijó en los Dj de allí. Se trajo unos cuantos vinilos, improvisó una cabina con el tocadiscos de su casa y empezó a pinchar”, cuenta Alonso.
Una estampa cotidiana hoy, pero inaudita en aquella época. “Existían el bar de cañas, el pub de copas o la discoteca. Y El Pentagrama, como se llamó al principio, juntó por primera vez los tres conceptos”, dice Alonso. El Penta era, en sus inicios, parada obligada para quienes quisieran escuchar lo que no llegaba a España, cuando Internet y Spotify no eran ni conceptos de ciencia-ficción. “Aquí se pinchó por primera vez a Elvis Costello o Graham Parker”, apunta Alonso, “y venían quienes no podían ir al extranjero a comprarse sus vinilos, o sea: casi todos”.
En los años ochenta empezaron a frecuentarlo Enrique Urquijo y Antonio Vega, antes de que soñaran con Los Secretos y Nacha Pop. Y blandían en la barra sus casetes con unos cuantos acordes grabados en casa para que los pincharan. La Movida madrileña, igual que en el cercano Agapo, empezaba a fraguarse al fondo de los garitos: “Muchos grupos empezaban a sonar aquí antes que en la radio”.
A finales de la década se traspasó a otros socios, entre ellos el cuñado de Antonio Vega. La relación estrecha del músico con el bar explica que mencionara a El Penta en uno de sus temas icónicos, La chica de ayer. Alonso y su socio eran camareros entonces, y en 1995 se les presentó la posibilidad de hacerse con el local. “No teníamos un duro y era una apuesta arriesgada, pero no podíamos dejar pasar la oportunidad”.
Les salió bien la jugada, aunque han tenido que lidiar con muchos palos en las ruedas. “Cada gobierno municipal lo ha ido poniendo un poquito más difícil”, lamenta Alonso, “cada vez se ponen más exigentes con el aforo, la hora de cierre, la insonorización...”. Y opina sobre el panorama actual: “Ya no existen casi bares donde escuchar música porque, sencillamente, abrirlos es casi una misión imposible. Y no están reduciendo el ruido o las borracheras en el barrio, porque eso se mantiene, están poniendo coto a la cultura”.
Sea como sea, El Penta se quedó congelado en los años ochenta. Sus altavoces siguen dando hoy prioridad a los primeros éxitos de Alaska, Loquillo o Burning. “Pinchamos la música nacional de entonces porque es lo que la gente reclama cuando viene. Intercalamos alguna propuesta nueva, pero El Penta se centra en los ochenta y los noventa. Es su identidad”, aclara Alonso que, a sus más de 50 años, sigue aferrado a la nostalgia: “Los vasos de tubo se mantienen. No hay discusión”.
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