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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Efectos secundarios

No olvidemos que todo hecho tiene sus consecuencias. Y que estas nos acecharan como facturas pendientes que dejamos de pagar

Josep Cuní
Imagen de la carátula de la serie 'House of cards'.
Imagen de la carátula de la serie 'House of cards'.

Primero fue el aliento contenido. Después el conato de repulsa de los unos contrastando con las caras de alivio de los otros. En pocas horas se invirtieron los términos y se pasó a una mustia satisfacción de un extraño y polémico deber cumplido. Lo reflejaban las tristes expresiones de los protagonistas. Caras apenadas, miradas alicaídas, sonrisas forzadas, gestos de condolencia allí donde los convencidos impacientes esperaban rostros alegres, muestras de contento, emociones positivas y euforia contagiosa. Al final, perplejidad. Y envueltos con este adjetivo estamos mientras asumimos que toda esta trama emocional que ha palpitado intensamente esta última semana se ha venido proyectando durante últimos años. Porque analizado en perspectiva, ya llevamos mucho tiempo, demasiado tiempo, viviendo peligrosamente. Y no parece que los guionistas de la serie den muestras ni de agotamiento ni de escasez de recursos.

Cosa distinta es que las altas dosis de imaginación de los últimos capítulos hagan sonrojar a una parte sustancial del público que observa como grotesco lo que algunos de los actores se esfuerzan en representar como épico. Quedó escrito en estas páginas hace más de un mes: estamos en Netflix. Pero ¡cuidado!, la cadena acaba de rescindir House of cards usando la excusa del escándalo sexual de Kevin Spacey pero sucumbiendo a la exageración imparable de una trama superada por la realidad psicodélica de Trump. Y del trumpismo entendido como el nuevo paradigma mundial de demagogia, propaganda y engaño también hay, y no poco, entre nosotros. El populismo lo invade todo y la capacidad para reconvertir los argumentos contrarios en seductoras interpretaciones a beneficio propio queda a la vista. Se aplica sin piedad. A veces rozando el ridículo, casi siempre alejándose de la lógica elemental. No son tiempos para la razón, lo son para las vísceras. Y las elecciones las removerán más porque lejos de ser la solución al problema se convertirán en acopio de argumentos para el relato, los relatos, que tanto desdeño han acumulado y tanta sinrazón ha desprendido. Un remedo de fracaso por falta de política y un sinónimo de parche por falta de alternativas.

Paralelamente, la vida continúa. Marcada por los acontecimientos, por supuesto, pero mostrando también imágenes de naturalidad como si de un espejismo se tratara. No olvidemos, no obstante, que todo hecho tiene sus consecuencias. Y que estas nos acecharan como facturas pendientes que dejamos de pagar y que ya no relacionamos con acontecimientos, evaluaciones y posicionamientos entonces comprados. El tiempo, implacable, desenvainará su espada justiciera y se cobrará su precio mientras una mayoría desviará la mirada y una minoría actuará sin contemplaciones.

Corren aires de venganza que conviene neutralizar. Suenan gritos insurgentes que es preciso acallar. Se apuntan horizontes negativos que se hace imprescindible borrar. Bastantes pruebas de ello llevamos acumuladas. A fuerza de repetir una ficción se ha conseguido convertirla en realidad. O hacerlo creer. A golpe de insistir en una posibilidad se pretende mostrarla plausible. Hay demasiados vídeos fraudulentos y mensajes manipulados que lo atestiguan. Sobran testimonios previamente preparados para lanzar primeras piedras que hagan olvidar que nadie está exento de culpa. Se han escuchado impertinentes gritos imperativos y declaraciones altisonantes contrarias a unos tan contundentes como descripciones de paisajes impensables y arcadias imposibles.

Todo eso corre el riesgo de ser potenciado por la inevitable campaña electoral mientras que se intentará rebajar su impacto aludiendo a la retórica habitual de esos ciclos políticos. Pero ante el estado de ánimo de algunos ciudadanos nadie puede hoy asegurar que su efecto sea inocuo. Porque, por un lado el procés se confundió con un procedimiento precipitado y atropellado. Y por el otro flanco se minimizaron sus efectos sociales y económicos. Saltó la alarma tarde y mal. Y fue entonces cuando la astucia se convirtió en moneda de cambio. Pero ¡ay! Incluso en este terreno un estado es más eficiente porque tiene muchos más recursos y potencial. Y entre astutos anda el juego.

Los efectos de una turbulenta rueda de prensa en Bruselas se neutralizan con las expresiones inadecuadas de la fiscalía en sus propios documentos. El asombro por el extraño comportamiento de un govern que proclama una república pero no toma ninguna otra decisión consecuente se retroalimenta por una asunción sin complejos de unas elecciones que suponen de facto la aceptación de su renuncia. Es cierto que a veces, para avanzar, es imprescindible dar un paso atrás. Tanto, como que los hechos insisten en demostrarnos que no hay nada que enturbie más la eficacia que la prisa.

Seamos positivos y esperemos que los diputados salidos de las urnas reales y legales recuperen las palabras de Heribert Barrera en su toma de posesión como President de la Cámara Catalana, abril de 1.980: “Es preciso que este Parlament no decepcione a nadie, que todos se sientan auténticamente representados y que, trabajando para todos, trabaje, en definitiva, para Catalunya”. Amén.

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