Magistradas... ¿qué magistradas?
En los juzgados, a los que se accede por un sistema de méritos y capacidad, la mayoría de sus titulares son juezas
Algunos habrán observado que este artículo se inspira en la película del gran Billy Wilder Uno, dos, tres, concretamente, en la conversación que mantienen el empresario de la Coca-Cola recién llegado a la sede de Berlín occidental y su ayudante, un alemán con un pasado nazi evidente quien, ante la pregunta de su nueve jefe sobre su colaboración con el Reich responde “¿Adolf, qué Adolf? Yo estaba en el subsuelo, en el metro” (aproximadamente). Este ejercicio de cinismo es el mismo que han ejercido esta semana el PSOE y el Partido Popular en su acuerdo sobre la Presidencia del Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial, cargo que recae en una misma persona. Y no me refiero ahora a la forma de designación, nueva muestra de perversión del sistema de elección a manos de los políticos, ante la mirada atónita de la ciudadanía y de la propia magistratura. Me refiero a la forma en que los todavía partidos mayoritarios en el Congreso, PSOE y PP, han pasado la mano por la cara a las mujeres magistradas de la carrera judicial, y, nuevamente como ha pasado en todas las renovaciones anteriores del CGPJ, el nombre propuesto es un magistrado.
Las mujeres tienen acceso a la carrera judicial desde 1966, aunque no fue hasta 1981 cuando pudieron hacerlo sin el consentimiento de sus maridos. Porque durante el franquismo las mujeres eran sujetos alieni iuris, o lo que es lo mismo, dependientes de un hombre: su marido.
Han pasado los años y desde 2013 son más las mujeres que los hombres en la carrera judicial, representando aquellas el 53,2% de la carrera, y, además, superan al número de hombres en todos los órganos unipersonales (excepto en lo mercantil, en los que son el 34,4%). Estos son datos del Boletín de Información Estadística 53, titulado Una perspectiva de género en la Justicia, datos que deberían sonrojar a más de uno. Según las cifras de esta publicación del CGPJ, en los juzgados, órganos unipersonales a los que se accede por un sistema de méritos y capacidad, la mayoría de sus titulares son juezas. En cambio, cuando estamos ante tribunales, órganos colegiados a los que se accede a través de concursos bajo criterios más discrecionales, la presencia de Magistradas disminuye y aumenta la de hombres. La cifra de estos últimos es mayor cuanto más alto es el rango del tribunal en cuestión: actualmente, el 85,5 % de los miembros del Tribunal Supremo son hombres, y solo un 14,5% son magistradas.
Las cifras demuestran que cuanta mayor es la discrecionalidad en la elección de los miembros de los órganos judiciales, más hombres acceden
Si hablamos de las Presidencias de los órganos colegiados, también la presencia de mujeres es mucho menor. En 2018 todavía ninguna magistrada ha presidido una Sala en el TS, ni por supuesto este órgano ni el CGPJ. En la Audiencia Nacional, aunque el Presidente es un magistrado, las cosas acaban de cambiar respecto de las Salas porque, por primera vez en 2018, 4 de las 12 Presidencias de Sala de la AN están ocupadas por magistradas. Presidentas de Tribunales Superiores de Justicia solo hay un 7,1%, y de Audiencias Provinciales un 16%. Sin embargo, el porcentaje de mujeres magistradas con más de 10 años con esa categoría, uno de los requisitos que se piden para optar a una presidencia, es del 47,9%. Tienen donde elegir.
Pese a lo que se ha clamado estos días en medios de comunicación, púlpitos de distinto signo, y redes sociales, estas cifras demuestran que cuanta mayor es la discrecionalidad en la elección de los miembros de los distintos órganos judiciales, más hombres acceden. En cambio, cuando se trata solo de valorar méritos, son las mujeres las primeras en entrar. Por ello resultaban incomprensibles los tuits indignados (e indignantes) de la cuenta de twitter de la Asociación Profesional de la Magistratura, mayoritaria en este poder, contra una fiscal que había criticado, con razón, la invisibilización de las mujeres en la cúspide de la carrera judicial, deberían revisar las bases de sus afirmaciones que son, como mínimo, erróneas. La justicia no puede silenciar el saber y profesionalidad de las juezas y magistradas, ni ignorar los datos que se han expuesto brevemente. Después nos extrañamos de tener todavía hoy una justicia, en una parte importante, patriarcal.
Ni los hombres son mejores, ni las mujeres estamos por cuota. Pongamos los méritos de todos sobre la mesa, también los de cientos de hombres mediocres, incluso malos, en sus profesiones que están donde están por los mecanismos de cooptación que caracteriza todavía hoy a los procesos de selección donde el mérito, para los hombres, no es necesariamente un requisito indispensable. En cambio, sí lo es para las mujeres.
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