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ME BAJO EN CALLAO
Columna
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Las pioneras de Chueca

Es un hecho real que merece ser publicitado para reconocerles a Juanita y Amelia el lugar que les corresponde en la historia de Chueca

Nieves Concostrina
Metro Chueca, 27 de junio de 2017.
Metro Chueca, 27 de junio de 2017.ÁLVARO GARCÍA

En el 21 de la calle Gravina, la que discurre por un costado de la plaza de Chueca, murió el 29 de agosto de 1964 el coronel Emilio Rodríguez Tarduchy, consejero nacional de Falange, responsable de la Prensa del Movimiento y procurador en Cortes. El diario “La Vanguardia Española” publicó que falleció tras una larga enfermedad que llevó “con viril entereza y acendrado espíritu cristiano”.

Mentira cochina. Estaba sano como una pera. Ocurrió que su corazón no pudo superar un disgusto muy gordo: solo unos días antes de morir se enteró de que llevaba manteniendo relaciones con una lesbiana desde hacía 24 años, 20 de ellos de legítimo matrimonio (tuvo que esperar cuatro a que se muriera su primera esposa para poder casarse con Amelia).

Durante ese cuarto de siglo, Rodríguez Tarduchy convivió con la pareja de su mujer, Juanita (más cerca de la edad del falangista que de la de su novia), que estuvo todo ese tiempo interpretando el papel de “madrina”. Entre las dos pergeñaron a principios de los cincuenta “la caza” de un alto cargo que las mantuviera, les aportara una pátina de excelencia y, sobre todo y por encima de todo, les permitiera mantener su relación homosexual sin despertar sospechas. El falangista no descubrió el paripé hasta aquel agosto del 64, cuando las pilló en plena faena. Dos días duró vivo el octogenario tras ver lo que vio.

Esta historia no está basada en un hecho real. Es un hecho real que merece ser publicitado para reconocerles a Juanita y Amelia el lugar que les corresponde en la historia de Chueca: fueron las pioneras. Tapadas, pero pioneras.

Rodríguez Tarduchy murió cuando Chueca solo era una zona castiza con familias adineradas y como dios manda, lo que permitió a la pareja de lesbianas mantener más libremente su relación de puertas para adentro en el cuarto piso de Gravina 21, y seguir sin levantar sospechas de puertas para afuera. Siempre juntas. Siempre agarraditas del brazo cuando iban a misa. A veces a la parroquia de Santa Bárbara, a veces a la de San Antón.

Juanita y Amelia vivieron lo suficiente para sufrir la transformación del barrio. “¡Maricones!” se decían entre ellas y entre dientes, con tono rabioso, cada vez que se cruzaban con gais o presenciaban un beso en plena calle. Demasiado insoportable para su moral. Las dos murieron (una en el 90 y otra en el 99) quejándose de que a todos aquellos nuevos vecinos nadie les aplicara la Ley de Vagos y Maleantes, que Franco modificó para añadir “homosexuales” al artículo que hasta entonces solo contemplaba a rufianes y proxenetas.

Cuando paso por Gravina 21, siempre busco con la mirada el balcón de la casa donde murió “con viril entereza” Rodríguez Tarduchy y por cuyo velatorio pasó medio gobierno franquista dando el pésame a la viuda y a su novia. Las pioneras de Chueca que tendrían muy claro a quién votar el próximo 28 de abril. Dios las tenga en su gloria.

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