El pianista herido

Después de ver Instrumental, el montaje de Iván Morales basado en el libro homónimo del pianista británico James Rhodes, sales del Teatre Lliure con una angustia que sólo la música y su mejor aliado, el silencio, pueden mitigar. No se sale indemne de la lectura del libro en el que explica cómo fue violado repetidamente desde los seis años por su profesor de gimnasia y cómo encontró en la música de Johann Sebastian Bach su tabla de salvación. Tampoco se sale indemne de su adaptación teatral, defendida por Quim Àvila con armas de gran actor.

Bach entró en la vida del niño Rhodes -descubrió en una casete la Chacona en re menor que cierra la Partita para violín solo núm. 2- y sigue siendo su fiel compañero de viaje. Le ayudó a soportar el horror cotidiano en su infancia, despertando una vocación musical que hoy comparte con el público en sus recitales, entre tacos, bromas y un punto de amargura que ha dejado huella perenne en su rostro. "La vida es como una zona de guerra", dice Rhodes, que muestra sus heridas cuando toca el piano.

También Bach juega un papel clave en la adaptación de Morales, que subraya las emociones que genera el relato de Rhodes sin sobrecarga sentimental. También hay mesura y mucha disciplina en la interpretación de Àvila, demiurgo de una acción teatral que comienza como una instalación sonora, algo larga y crispada en su lacerante volumen.

El actor es a la vez técnico -maneja el sonido, las luces, las proyecciones- y marca los espacios en los que interactúa con el público; a menudo, habla en primera persona, como lector del libro de Rhodes, al que interpreta a ratos. No hay juicios de valor y, de hecho, su relato convierte al público en lector que va descubriendo con crudeza las experiencias de una travesía vital marcada por adicciones a todo tipo de drogas y medicamentos, internamientos e intentos de suicidio.

El dolor de esas heridas sin cicatrizar genera en el espectador una fuerte identificación con el autor. Bach, el tabaco y la paternidad le ayudan, y así lo confiesa, en su lucha contra el instinto de autodestrucción. Nos muestra un infierno donde el dolor y la rabia se mezclan con el sarcasmo y el humor negro - así es más soportable el relato de sus intentos de suicidio, con el primer movimiento de la Sinfonía Júpiter de Mozart como teatral fondo sonoro.

A modo de ráfagas, suenan referencias bachianas que ama Rhodes -Glenn Gould, Grigori Sokolov- y vemos también al autor en concierto. Siempre Bach, en especial la Chacona, en la transcripción para piano de Busoni o en la orquestación de Leopold Stokowsky.

El propio Àvila despide al público -no es un spoiler: lo anuncia al comenzar la obra- tocando en un Steinway el famoso Preludio en do mayor BWV 846 con estimulantes resultados tras haber seguido las instrucciones que dicta Rhodes en su manual Toca el piano: interpreta a Bach en seis semanas (Blackie Books, 2019). Tiene mucho mérito y derrocha emoción.