Un soldadito de plomo llamado Pinochet
La insólita historia del escultor chileno Juan Antonio Santis, que fabricó a mediados de los noventa una figura del dictador que se vendió ‘como pan caliente’
Era complicado meterse con la figura de Augusto Pinochet. En dictadura, evidentemente, pero incluso cuando llegó la democracia. En los años noventa, en plena transición, el general seguía siendo un intocable. No era presidente, pero continuaba en el cargo de comandante en jefe del Ejército, lo que no era poco.
Juan Antonio Santis, escultor, tuvo la ocurrencia por esa época de trabajar con la figura de Pinochet. Lo que le sucedió hace 27 años fue descabellado:
En octubre de 1996, Santis tenía 32 y estaba pasando por un mal momento económico. Egresado de Arte con mención en escultura en la Universidad de Chile, no tenía ni para pagar el arriendo. Vivía solo y le cobraban unos 80.000 pesos mensuales de la época en el alquiler. Debía tres meses de arriendo. Fue cuando pensó en un emprendimiento con la esperanza de ganar algo de dinero: la fabricación de soldaditos de plomo. En un viaje a Italia había quedado impactado con el profesionalismo con que en Europa se tomaban estas figuritas y decidió modelar algunas inspiradas en temas nacionales, como la Guerra del Pacífico. Consiguió que le regalaran cauchos de goma para hacer los moldes y comenzó a trabajar en su casa en el popular municipio de La Granja, en el sur de la capital chilena.
Pero, como suele suceder, un pequeño detalle –un pensamiento, un recuerdo, una intuición– cambió el curso de esta historia.
Esculpía los cinco soldaditos cuando recordó que, a comienzos de ese 1996, en un club de modelismo, había conocido a un militar que le pidió una miniatura de Pinochet. Santis había hecho el encargo en masilla epóxica, pero jamás se lo llegó a entregar. Para hacer la figura había mirado muchas fotos y la tenía guardada en algunos de los cajones de su casa.
–¿Le sacaré molde a Pinochet?, se preguntaba el escultor mientras trabajaba en las figuritas de la Guerra del Pacífico.
No era fácil la decisión: hasta ese momento no había imágenes de Pinochet dando vueltas por las calles chilenas, salvo una máscara de látex de fabricación extranjera que se usaba como disfraz. Santis dudaba si replicar en plomo a Pinochet, porque no había precedentes conocidos y porque no era pinochetista. Tampoco de izquierda, aunque su familia de origen –de tradición comunista y anarquista– era declaradamente admiradora del Gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende.
Santis lo reflexionó y decidió:
– “No tengo conflicto con la historia. La historia es”.
Sacó del cajón al Pinochet en masilla epóxica –de capa y manos entrelazadas, la imagen icónica de la tenida de gala– y fabricó un molde. Hizo dos o tres reproducciones.
Con su trabajo listo, el jueves 10 de octubre de 1996 tomó una micro con dirección al centro de Santiago. Quería ofrecer sus soldaditos en la Juguetería Alemana, en la galería España, de calle Huérfanos, pero ni siquiera hubo tiempo: al dueño no le interesó en absoluto. Francamente desilusionado, estaba por regresar a su casa cuando se dio cuenta de que a pocos metros de la juguetería, en el local 15 de la misma galería, estaba abierta la tienda Hobbycenter, dedicada a los juegos. Sin mucha esperanza, entró al negocio, mostró su trabajo y, para sorpresa de Santis, las señoras que estaban del otro lado del mesón le compraron toda la partida: siete u ocho figuritas de 54 milímetros –dos o tres Pinochet entre ellas–, por las que le pagaron 37.500 pesos (41 dólares).
Estaba realmente feliz –casi medio mes de alquiler–, aunque le preocupaba la reacción del comandante en jefe y de su gente. Para evitar cualquier problema, pasó a las oficinas del Ejército en calle Zenteno, en el centro de la ciudad, donde dejó una muestra del soldadito de Pinochet y una carta en la oficina de partes. No quería que su felicidad fuese empañada por eventuales líos legales o por el enojo del general hecho soldadito.
En una época en que Santis dormía de día y trabajaba de noche, la mañana del sábado 12 de octubre de 1996 despertó por una llamada telefónica. Era un amigo: “Levántate y compra el diario”, le ordenó a Santis, que de mala gana y con mucho sueño fue a buscar el periódico a la esquina.
Las Últimas Noticias, página 5. “General Pinochet en plomo”. Una pequeña crónica contaba que un escultor chileno había creado “una figura del comandante en jefe del Ejército”. “Confundido entre las figuras de la sargento Candelaria Pérez, el capitán Arturo Prat y otros héroes de la Guerra del Pacífico, emerge en la vitrina de una céntrica tienda la figura inconfundible del comandante en jefe del Ejército, general Augusto Pinochet. La figurita de plomo, obra del escultor Juan Antonio Santis M., se vende literalmente como pan caliente”.
Consideró realmente divertido lo que le sucedía. El lunes siguiente, a las ocho de la mañana, sin embargo, una segunda llamada telefónica lo sacó de la cama. En esta ocasión le hizo menos gracia: era Juan Miguel Fuente-Alba, encargado de Comunicaciones del Ejército.
Lo cuenta Santis:
“Primero me habló la secretaria y luego, directamente, el coronel. Con un tono realmente desagradable y prepotente, me preguntó cómo había tenido la osadía de hacer una figura de su general sin autorización, que era un delito y me podía mandar a la cárcel. Que me exigía retirarla inmediatamente del comercio”.
Pero Santis pensó rápido y.. mintió.
“Como Pinochet no estaba en el país en ese momento, le dije a Fuente-Alba que me comprometía a no comercializar la figurita a la espera de que el general regresara de su viaje, pero que lo que había vendido no lo podría retirar de la tienda”.
En tono amenazante, el coronel le contestó: “Espero que así sea”.
Santis creyó caer en depresión: “Salgo una vez en el diario y ya tengo problemas”.
Pero no habían pasado ni dos horas de ese lunes cuando una buena noticia le llenó nuevamente el alma: las señoras de la tienda Hobbycenter le daban una instrucción urgente. “Juan Antonio, traiga todo lo que tenga, porque tenemos filas de personas haciendo cola acá afuera. Ya vendimos las que teníamos y estamos anotando a la gente que quiere otra”.
El artista había alcanzado a hacer en esos días unas 15 figuritas de Pinochet y las llevó de inmediato a la tienda del centro: “Feliz de la vida”, relata Santis.
La negativa del Ejército a que utilizara la figura de Pinochet había sido una estupenda publicidad. El 23 de octubre de 1996, el diario La Tercera publicaba una nota titulada: “Ejército pide no vender figura de Pinochet. Jefe del Departamento Comunicacional de la institución habló con el escultor. Miniatura de plomo se comercializaba entre los 5.900 y los 12.000 pesos, con gran éxito entre coleccionistas y partidarios del general. Detenida se encuentra en estos momentos la distribución…”.
A la casa del escultor en La Granja llegó la prensa nacional y extranjera. Su historia se contó hasta en Japón y durante los tres meses siguientes, Santis ganó lo que nunca había ganado en la vida: entre 100.000 y 120.000 pesos chilenos diarios. Tuvo que contratar a tres pintores para que le ayudaran en su taller, fundía soldaditos de Pinochet toda la noche y comenzó a explorar nuevas versiones de la figura del dictador: con banda presidencial, sin banda presidencial, con bastón de mando, con uniforme de campaña, una de 75 milímetros con uniforme de gala y sin capa, una grande de 220 milímetros y hasta un busto de resina con base de madera, de 70 milímetros.
Pero el hostigamiento continuaba.
Una cierta noche de esa primavera de 1996, el escultor llegaba a su hogar cuando se percató de que lo esperaban dos jeeps de la policía militar. Mandatados por el coronel Fuente-Alba –molesto porque Santis había faltado a la verdad–, un prepotente teniente bajó del vehículo y le informó que iba a requisar la producción de las figuras de Pinochet. “No me explicaba de verdad cuál era el problema, si la figura era bonita”, pensaba el autor. Pero como no llevaban ni una orden judicial ni ningún documento, Santis no los dejó entrar. “Me metí a mi casa, dejé a los militares fuera, pero me sentí vulnerable. Como al que lo están persiguiendo”.
A los pocos días, una nueva visita. Era un coronel de inteligencia –cuyo nombre Santis prometió no revelar– que llegó a primera hora con una actitud totalmente diferente a la de sus colegas. “Vengo encomendado por mi general Pinochet”, se presentó cordialmente. “Debo elaborar un informe sobre su figurita”.
Ante tanta amabilidad inusual, Santis le ofreció café y le mostró los soldaditos de Pinochet. Al tenerlos en frente, el invitado se preguntó: “¿Qué le habrá visto mi coronel Fuente-Alba de malo si está bonita la figurita? ¿A quién no le gustaría que lo hagan en soldadito?”. Se retiró y prometió contarle lo que Pinochet resolvía sobre el asunto cuando retornara a Chile.
A los pocos días cumplió su palabra y volvió a contactarse con el escultor para relatarle lo que había sucedido horas antes en una reunión en el Ejército: Pinochet había regresado de su viaje y tuvo un encuentro de trabajo con un grupo de colaboradores para tratar distintos asuntos. De repente, Fuente-Alba había comenzado a hablar del tema del soldadito y le había mostrado un ejemplar a Pinochet. Pero ocurrió algo insólito: cuando Pinochet miró la figura, habría dicho: “¡Qué bonita! ¿Quién la hizo para felicitarlo?”. Eso se lo dijeron a Santis imitando la voz de Pinochet.
A las pocas semanas, relata el escultor, recibió una tarjeta de Pinochet donde le agradecía y le autorizaba a seguir trabajando con su figura. Corría noviembre de 1996 y Santis se sintió en absoluta libertad para seguir haciendo sus soldaditos. No representaba un peligro para el Ejército y lo comprobó a fines de 1997, cuando la secretaria de Fuente-Alba lo contactó nuevamente para sostener una reunión con el encargado de Comunicaciones de la institución.
Evidentemente el clima había mejorado: en las oficinas de calle Zenteno lo esperaban con café y galletas. La única vez que Santis había hablado con Fuente- Alba no había sido ningún agrado, pero en esta ocasión el oficial casi lo abrazó al saludarlo. Se deshacía en disculpas, aunque rápidamente informó sobre el motivo del encuentro. Pinochet dejaba la comandancia en jefe del Ejército el 10 de marzo de 1998, porque pasaría a ser senador vitalicio, y la institución le preparaba un regalo especial. El obsequio consistiría en un mueble de caoba de grandes dimensiones –diseñado por Carlos Cruz Correa, dice Santis– que cobijaría 1.106 soldaditos de plomo de cuatro centímetros representando la evolución del Ejército chileno. Se trataba de las figuritas y de algunos jeep, tanques y helicópteros.
–¿Podrá usted hacer este trabajo?, le preguntó Fuente- Alba a Santis.
–Podría, pero necesito unos seis meses.
–Estamos mal–, le contestó el coronel. Tenemos apenas tres meses.
Pese a las dificultades evidentes, el escultor aceptó el encargo. Aunque el tiempo le jugara en contra y tuviera que contratar a un grupo de personas para que le ayudaran a la producción, porque hacerlo solo habría sido imposible. Pese a que las condiciones de trabajo eran bastante especiales: no lo hicieron firmar ningún papel de confidencialidad, pero los soldaditos para Pinochet debían realizarse bajo un estricto secreto. Durante las semanas siguientes, de hecho, el Ejército empadronaba a todos los trabajadores del taller de Santis, donde se trabajaba todo el día y toda la noche. “Me parecían que estaban jugando a los espías”, relata el escultor, que modelaba en base a los cientos de planos y fotografías que el propio Ejército le enviaba para que no se le escaparan detalles.
Cuando el trabajo estuvo listo para el traslado, en marzo de 1998, enviaron a su taller del municipio de La Florida un camión que transportaba caballos. El cargamento fue a una hora inusitada, casi a medianoche. Al día siguiente lo citaron a unas dependencias de inteligencia militar en avenida Beauchef, cerca del Parque O’Higgins, para montar los soldaditos en el mueble. El trabajo sería recibido en ese mismo lugar, pero a la madrugada siguiente, por el brigadier Jaime Lepe. El militar y un subalterno esperaron a Santis en un galpón de ese recinto del Ejército, destaparon el trabajo y Lepe se mostró realmente asombrado. Le encantó el regalo que recibiría su general y firmó gustoso el documento que oficializaba la recepción.
Santis, sin embargo, debió realizar una última gestión. El mismo día en que Pinochet dejó el Ejército, el lunes 10 de marzo de ese 1998, le pidieron que se presentara en la residencia del general de calle Presidente Errázuriz, en Las Condes, para ultimar los detalles del obsequio. Fue entonces cuando ocurrió la última anécdota insólita de esta insólita historia. El escultor llegó con un ayudante que, repasando el esmalte de un soldado naranjo de la expedición Antártica, dio vuelta el tarrito de pintura encima del parquet vitrificado impecable de la casa de Pinochet. “Nunca había visto milicos correr tan desesperadamente limpiando la mancha. Estaban angustiadísimos”, recuerda el escultor.
Fue el mejor trabajo de su vida. Le quedaron nueve millones de pesos chilenos para el bolsillo, que ocupó casi de inmediato en un viaje a Inglaterra. El dinero que ganó por las figuritas de Pinochet le permitió vivir en excelentes condiciones entre 1996 y 2002, un período en el que vendió unas 3.500 reproducciones. Hubo clientes exóticos, como un ruso que se llevó todas las versiones de Pinochet. Le pedían desde otras ciudades de Chile, como Concepción, Valparaíso, Iquique y Puerto Montt. Le encargaban incluso desde el extranjero: el dueño de una tienda de soldados de Madrid –de clara tendencia franquista– le pedía una veintena mensualmente. El interés incluso llegó a París, donde Santis participó en 2001 en el mundial de la miniatura. El organizador, que sabía que era el autor de la figura de Pinochet, le pidió que llevara algunas, pero sin exhibirlas. Fue un éxito: llevó 18 y el primer día las vendió todas. La gente –abiertos partidarios o abiertos detractores– le daba el dinero para que Santis luego le enviara las encomiendas desde Chile. El escultor, impresionado, pensó en esa época que su país era conocido en el mundo por el vino y por Pinochet.
A partir de 2002, sin embargo, algo pasó en Chile que la figura de Pinochet se dejó de vender. Santis piensa que la gente la empezó a encontrar demasiado cara, posiblemente, pero el asunto es que el negocio nunca volvió a resurgir. De vez en cuando, el escultor encuentra algunas de las figuritas de su autoría en ferias de antigüedades, donde le han querido cobrar hasta 50.000. Sabe de algunas tiendas en el centro de Santiago y en Valparaíso donde venden copias de las copias de sus soldaditos de Pinochet. “Pero son tan malas copias que tienen hasta ojos de huevo frito”, cuenta con pesar Santis.
–Y hoy, con el auge republicano, ¿volvería a hacer soldaditos de Pinochet?
–Me lo han pedido –confiesa–. Pero no.
El general Fuente-Alba, que llegó a liderar el Ejército entre 2010 y 2014, enfrenta una investigación de la justicia en su contra y de su esposa por malversación de caudales públicos.
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