Andrés Wood: “Cuando uno hace una película como ‘Machuca’ cree que va a provocar cambios, aunque hoy soy más escéptico”
Junto a su mirada del país actual, el cineasta aborda el filme que estrenó hace 20 años, movió las agujas de la sociedad y se convirtió en una de las cintas chilenas más taquilleras de todos los tiempos
“Ya han pasado 20 años, no me hagas defenderla”, dice Andrés Wood (Santiago, 58 años), acompañando sus palabras de una risa acotada.
Por un lado, el director y guionista chileno le ve sentido a recordar Machuca: estrenada en las salas locales en agosto de 2004, originó lágrimas en los cines, reportajes en la televisión y discusiones sobre la desigualdad, además de ubicarse entre las películas chilenas más taquilleras de la historia. Por otro, no la ha visto desde que la terminó y nunca se le ha dado mucho hablar de ella. Hasta ahora.
Estrenada cuando aún estaba fresca la conmemoración de los 30 años del golpe militar, fue de esos casos raros en que una película mueve las agujas en una sociedad, agitando temas de historia y memoria a través de una fábula de niño rico y niño pobre basada en hechos reales: el propio Wood fue alumno del colegio privado Saint George´s, ubicado en el municipio de Vitacura, en el sector oriente de Santiago, y vivió allí el experimento social desarrollado por el sacerdote Gerardo Whelan, quien abrió las salas de clase a hijos de empleadas domésticas y otros habitantes de sectores populares.
Tras ambientar el filme en 1973, Wood se inventaría junto a los guionistas Mamoun Hassan y Roberto Brodsky una amistad interclase entre Gonzalo Infante (Matías Quer) y Pedro Machuca (Ariel Mateluna), estudiantes del colegio ficcional Saint Patrick que congenian pese a venir de mundos distintos y cuya amistad improbable se derrumba con el golpe de Pinochet, que a su vez da pie a una de las escenas inesquivables del cine chileno.
Hacia el final del filme se ve a Infante, el preadolescente de clase acomodada, en la población callampa (un asentamiento precario) donde vive Machuca. Es el 11 de septiembre de 1973, y un militar se dispone a detenerlo, pero el muchacho le grita, “¡Míreme!”. Como escribió el historiador Joan del Alcàzar en Chile en la pantalla, al hacer que el soldado se fije en su ropa, en su tez clara y en su pelo rubio, en ese momento “Gonzalo Infante reclama su posición de cuna, de clase”. Así, consigue salvar el pellejo.
“Hablar de Chile y no hablar de clase es muy difícil, y eso lo he tenido muy presente cada vez que he tenido que contar una historia”, afirma hoy el director de Violeta se va a los cielos (2011), que actualmente tiene a su cargo, junto a Francisca Alegría y Fernanda Urrejola, la realización de una serie basada en la novela de la escritora Isabel Allende La casa de los espíritus al alero de Prime Video y la productora Fábula (eso sí, dice que no está facultado para hablar al respecto).
Pregunta. Por distintas que sean sus propuestas, usted expuso algo que Raúl Ruiz también: una utopía de la relación interclase –la amistad en Machuca, el amor en Palomita blanca- en el contexto de la Unidad Popular. ¿Pasó así en el Saint George?
Respuesta. Pasó, y mucho. Pero es cierto que fue una utopía: una burbuja dentro de otra burbuja. El mundo real es más duro.
P. En un momento clave de la película, el personaje de Aline Kuppenheim habla de “las peras y las manzanas”: no es que unos sean mejores que otros, dice, “pero pucha que somos distintos”.
R. Eso tuvo que ver con intentar, en la forma, defender a todos los personajes. Y eso provoca que, finalmente, algo de razón tengan todos, salvo al final, quizá. Yo creo que cada uno vivió de manera muy distinta esa experiencia educacional. Con todo derecho, hay gente que dijo que lo pasó supermal. Yo tuve la suerte de vivir en una especie de micromundo donde, en segundo básico, habíamos 47 en la sala, de los cuales 18 venían de una población o eran hijos de una empleada doméstica. Para mí fue algo de una riqueza tremenda.
P. Tenía siete años para el golpe. ¿Cómo cree que la mirada de la película está teñida por la inocencia de la niñez?
R. Tengo un buen recuerdo de la niñez, y creo que ese filtro también te permite ver la política de una manera fragmentada, sin tesis tan profundas, y eso es parte importante del éxito [de Machuca]. Además, tuve la suerte de trabajarla bien, me sentí cómodo con el guion, hicimos un casting largo con los niños, pese a que no eran actores y no había una cultura a ese respecto, y comencé una colaboración fundamental en mi vida personal y profesional con Mamoun Hassan [fallecido en 2022] y con [el guionista cubano] Eliseo Altunaga.
P. ¿Ve con asombro la forma en que miraba las cosas de niño y cómo eso fue mutando?
R. En alguna parte me siento la misma persona, y a la vez tan distinto que me encantaría recuperar ciertas cosas. Además, recuerdo mucho: momentos, sentimientos, escenas, algunas de las cuales pueden ser inventadas. Algunos dirán que ser cineasta es ponerse un poquito adelante, pero mi idea ha sido estar ahí, en la fiesta, mirando desde atrás, viviendo y gozando a través de la mirada. Y en Machuca eso era algo muy fuerte. Uno ha ido perdiendo la ingenuidad, y es duro. Cuando uno hace una película como Machuca, cree internamente que va a provocar cambios: uno no es tonto y sabe que es una película, pero cree que la película tiene que transformar. Hoy soy más escéptico.
P. ¿Por qué la película se llamó Machuca si el protagonista es Infante?
R. Mis títulos siempre son títulos de trabajo, y yo quería cambiar Machuca. De hecho, al final del rodaje hice un concurso en el set… Y quedó Machuca. Ahora, no es que me imaginara un título distinto, pero todo se me hacía tan cursi, tan seudopoético. Soy pésimo para los nombres y creo, por ejemplo, que La buena vida [2008] es un mal nombre. Ahora, Machuca viene también por algo súper concreto: yo siempre he sido futbolero y en los 70 me gustaba la Unión Española, donde jugaba Juan Machuca.
P. Al interior de la clase alta que retrata la película está Patricio Infante (Francisco Reyes), el padre del protagonista, que dice: “Para Chile lo mejor es el socialismo, pero para nosotros, no”.
R. Es una frase que escuché de adolescente, a principios de los 80. Se la escuché a una persona que decía haber votado por Allende, pero que igual se fue de Chile. Creo que tenía acumulado mucho de eso en mi disco duro, y no por conciencia política, sino porque son cosas que llaman la atención. Raúl Ruiz incluye cosas de ese tipo en películas como La expropiación, y eso es lo que hoy echamos tanto de menos: la ambigüedad, la contradicción, la paradoja, eso de no tener la verdad.
P. Cuenta el cronista Óscar Contardo que usted le dijo hace más de 15 años: “De repente, paso en auto y veo a la gente esperando la micro del Transantiago y me pregunto qué están esperando para dejar la cagada, para quemar las micros”. ¿Se acordó de eso para el estallido social de 2019?
R. Claro. Alguna vez pensé, ‘¿qué están esperando para romper todo esto?’, porque vi una mecha superpotente. Pero esa vez no vi una mecha, sino miles que explotaron juntas. Y creo que, inconscientemente, La buena vida fue eso: la expresión de un malestar que no es claro, que se relaciona con un pasado no cerrado, con relaciones raras, con una ciudad de gente sola. La he vuelto a ver, y creo que habla del país del futuro. Pero el estallido me pilló por sorpresa.
P. No fue de quienes “lo vieron venir”.
R. Fui muy crítico de la transición [democrática, iniciada en 1990], pero hoy la miro distinto. Creo que fue muy compleja, y hoy no sé cuál habría sido la forma de hacerlo distinto. Ya había pasado demasiado tiempo con demasiadas injusticias, y pese a que se solucionaron millones de cosas, fue una transición compleja: por la Constitución, por Pinochet, por las privatizaciones. Son demasiadas cosas, pero hoy me digo que quizá fue lo mejor que pudimos hacer.
P. ¿Y qué pensaba para el estallido?
R. El estallido lo entendí, pero estaba medio enojado con lo que sucedía. También percibí mucha irresponsabilidad. No me sentí identificado, sino perplejo. Me decía, ‘lo entiendo, y quizá es necesario pasar por este vía crucis’. Después, me gustó la solución de buscar una nueva Constitución. Creí en la solución institucional, soy a la antigua en ese sentido, pero me sentí muy frustrado con el primer proceso constituyente.
P. ¿Y con la propuesta de la Convención Constitucional?
R. También, pero era muy difícil evaluar: tú podías ver un especialista en tal cosa y después un especialista en tal otra, y era difícil saber a qué atenerse. Hoy pienso que hacer todos esos cambios a la vez era imposible para nosotros.
P. ¿Le parecían deseables esos cambios?
R. Muchos de ellos, sí. Creo que había un espíritu que podía ser deseable, pero me pareció aberrante no escuchar a la otra parte. Me pareció tan aberrante, que me empató moralmente todo. Esta era una gran oportunidad de darle la mano al otro, de ponerlo de pie. Igual eras mayoría, igual podías negociar las cosas a tu gusto, escuchar al otro, meter sus cosas. Ahí me decepcionó mucho el mundo político, concretamente la izquierda.
P. Cinco años después, ¿qué sensación le queda?
R. Me sorprende cuánto nos cuesta hacer las cosas. Yo defiendo la política, pero hay algo que perdimos y que tiene que ver con que se nos olvida por qué estamos haciendo las cosas, a todos, incluidos los cineastas. Quizá soy una persona mucho más escéptica que hace 20 años.
P. Sus películas parecen apuntar a un alma chilena dolida. ¿Le duele Chile?
R. Después de que vio un primer armado de La buena vida, Mamoun Hassan [uno de los guionistas] me dijo: ‘No me había dado cuenta de que tenías tanta rabia con Chile’. En fin, no sabría responder: creo que hoy día no, pero hay algo que me hace pensar que sí.
P. Ha hecho siete largometrajes en 27 años. ¿Se le da bien ese ritmo?
R. Creo que es mi naturaleza, y ya me acepté un poco. Me cuesta casarme, y lo que ha pasado ahora último es que he hecho mucha televisión: quizá ya soy más un director de series que de cine.
P. ¿Lleva el cine las de perder frente a las nuevas formas de consumo audiovisual?
R. Sí. Además, yo soy de ver películas y me cuesta mucho ver series, pero entiendo el fenómeno. Ahora, con esto me pasa un poco como con la política: observo, porque estoy perdido. Igual, me cuesta encontrar películas que me toquen. Y me encantaría hacer una película que hablara del Chile de hoy, pero no sabría por dónde tomarla.
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