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ELECCIONES ALEMANIA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Por qué el ‘progresismo’ se volvió una mala palabra?

Mientras no exista conciencia sobre lo mal que está sonando la palabra ‘progresismo’, y a nadie le interese preguntarse por las razones de este fenómeno de sentido, la ruta está pavimentada para la extinción

Un retrato de Olaf Scholz del Partido Socialdemócrata (SPD) es pegado sobre carteles electorales para las próximas elecciones estatales de Hamburgo.
Un retrato de Olaf Scholz del Partido Socialdemócrata (SPD) es pegado sobre carteles electorales para las próximas elecciones estatales de Hamburgo. Fabian Bimmer (REUTERS)

Tras los resultados de la última elección parlamentaria alemana de este domingo, en la que el Partido Socialdemócrata (SPD) registró su peor desempeño histórico y la extrema derecha de Alternative für Deutschland (AfD) su mejor resultado desde la década del treinta del siglo XX, es importante detenerse una vez más sobre una pregunta inquietante: ¿por qué el ‘progresismo’ se ha transformado en una mala palabra? La pregunta es terrible ya que describe una situación generalizada de declive electoral de la socialdemocracia en los países europeos, en donde tan solo los Partidos Socialistas de España, Portugal y el Partido Laborista inglés están escapando de esta tendencia: la pregunta es por qué.

¿Hay una amenaza de extinción? No lo sabemos, pero hay que actuar como si un evento de destrucción masiva de todas las izquierdas estuviese ocurriendo.

Para responder esta pregunta tan difícil, es importante tomar nota de variaciones entre países, además de diferencias entre continentes: resulta ser un enigma político (aunque algo sabemos de las razones electorales involucradas) la situación del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), un partido que no enfrenta una competencia seria por su izquierda y que aun bordea el 30% de los votos. En cuanto al Partido Socialista portugués, nunca ha enfrentado una amenaza real por el lado de nuevas izquierdas (que existen: el Bloco de Esquerda), como tampoco el Labour (la disidencia de izquierdas se ha dado en su interior, en donde el último episodio fue Jeremy Corbin que terminó muy mal). Hasta no hace tanto, lo mismo se podía decir del SPD alemán: sin embargo, al día de hoy se observa un fortalecimiento de dos partidos por su izquierda, sorprendentemente Die Linke y esa fuerza rara y personal que es la alianza Sarah Wagenknecht. La pregunta es, entonces, sobre las razones que explican el surgimiento de fuerzas que desafían a la socialdemocracia por la izquierda y que no tienen ni tendrán destino (en tal sentido, la extrema personalización de La Francia Insumisa en su líder Jean-Luc Mélenchon y la radicalización en clave anti-socialista de su partido no auguran nada bueno).

Lo anterior no quiere en absoluto decir que la ausencia de competencia por la izquierda explica la robustez relativa de Partidos Socialistas y Laboristas: sería demasiado fácil y mecánico, y no se entienden las razones de por qué en algunos pocos países surgen nuevas izquierdas y en otros no. Pero el hecho es que no ocurren las mismas cosas cuando la socialdemocracia es hegemónica (aunque declinante) a que cuando es desafiada.

El problema se encuentra en otro lugar: en la cultura y en la aproximación política de la economía del capitalismo.

Allá por los años 2007-2008, en plena crisis financiera, varios pensamos que ese era el momento catalizador de las izquierdas para transformar el capitalismo y salir de una vez por todas del neoliberalismo. Nada de eso ocurrió. Si bien el auge de la extrema derecha se viene originando desde bastante antes de la crisis financiera (en Francia desde 1983), el hecho es que esa crisis catapultó a la extrema derecha al estrellato de la novedad política: por razones que aun necesitan ser estudiadas de modo detallado, los rescates de la banca y el uso de políticas no convencionales (por ejemplo, el quantitative easing) no fueron leídos por los pueblos en clave de izquierda, tampoco keynesiana (hay toda una agenda de investigación empírica sobre cómo esas políticas no convencionales moldearon las preferencias de los electorados). Estas políticas fueron asumidas en los países del Norte como políticas anti-populares, las que eran reforzadas por todos los partidos socialdemócratas al dirigirse hacia electorados de clase media alta y educados. Dicho de otro modo, aun se están pagando los costos de las políticas de abandono de las clases populares, las que se refugian en el abstencionismo o votan (dependiendo de las coyunturas de los países) por fuerzas anti-sistema, especialmente de derecha radical, nativista o de extrema derecha (como quiera que las llamemos).

Lo sorprendente en este desastre de izquierdas es que llevamos 15 años desarrollando el diagnóstico, y son pocos los partidos que se lo han tomado en serio: una parte de la explicación reside en el divorcio entre intelectuales progresistas (ellos mismos volcados a acentuar a cualquier precio la identidad de izquierda) y partidos progresistas de izquierda blanda cada vez más atrapados por el mantra de Thatcher: “no hay alternativa”, repetido una y otra vez por las derechas radicales, cuyas políticas se radicalizan día tras día debido a la influencia global de Donald Trump y de Elon Musk.

Este es el estado del mundo en los países del Norte: no sacamos nada con leer y entender los estudios electorales de la ciencia política que relativizan el ‘fenómeno’ (en circunstancias que el ‘fenómeno’ está produciendo consecuencias globales en todo orden de cosas): que en-realidad-los-obreros-no-votan-extrema-derecha, que el problema está en un segmento de las clases medias que votan por candidatos anti-sistema que suelen coincidir con la derecha radical, que el mundo de la derecha radical no es homogéneo (lo que es cierto) pero logra entenderse en última instancia, que todas estas cosas se explican por la polarización afectiva, y un largo etcétera. Hay un verdadero problema con la ciencia política: sus estudios pueden ofrecer pistas sobre lo que está ocurriendo, pero despolitizan la realidad al explicarla como si fuese un objeto natural.

En todo este cuadro, América Latina proporciona un llamativo contraste. En este continente, las izquierdas resisten y ganan elecciones: ese fue el caso del Frente Amplio uruguayo, lo que será muy probablemente refrendado en Ecuador por la candidata de la Revolución Ciudadana Luisa González. En Brasil gobierna Lula, en Colombia Gustavo Petro y en Chile Gabriel Boric, todos con grandes problemas, pero gobernando. Un caso anómalo es Venezuela, que de izquierda no tiene nada y de dictadura tiene todo, con una gran capacidad para intoxicar a la izquierda comunista.

Si la pregunta, en los países del Norte, es por la excepción que representan los partidos de izquierdas en España, Portugal y el Reino Unido, la interrogante en los países sudamericanos es por lo que explica la resiliencia de las izquierdas.

El denominador común en todos los países es la creciente mala fama que rodea a la palabra ‘progresismo’: ¿cómo explicarlo? Pues bien, por las mismas razones que en los países del Norte, pero con varios años de atraso. El abandono de las clases desfavorecidas y populares en beneficio de las clases medias educadas receptivas al lenguaje identitario y al sistema de ideas que ve en muchos grupos situaciones de dominación, ha mermado la capacidad universalizadora que históricamente ha caracterizado a las izquierdas. Esto es lo que explica que el progresismo sea cada vez más una fuerza que representa a grupos particulares, y no a mayorías sociales y políticas que siguen resintiendo el agravio de la explotación y de la desigualdad económica. El problema es especialmente delicado en Chile, en donde las izquierdas bregan por seleccionar, a secas, un candidato presidencial sin ninguna idea relevante, en la más completa ignorancia por los grupos a los que se debe representar (sobre esto, mucho tienen que ver las características de los candidatos). Mientras no exista conciencia sobre lo mal que está sonando la palabra ‘progresismo’, y a nadie le interese preguntarse por las razones de este fenómeno de sentido, la ruta está pavimentada para la extinción.


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