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INFORMACIÓN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El problema de la ‘verdad’ en democracia

Lo inquietante es que, con el paso del tiempo, las batallas comunicacionales no son solo batallas entre mensajes rivales, sino que son conflagraciones culturales mediante las cuales se define duraderamente la verdad de las cosas

J.D. Vance habla durante una reunión bilateral con Volodímir Zelenski en Múnich, Alemania, el 14 de febrero de 2025.
J.D. Vance habla durante una reunión bilateral con Volodímir Zelenski en Múnich, Alemania, el 14 de febrero de 2025.Leah Millis (REUTERS)

El problema no es completamente nuevo: hace tres décadas, irrumpía en el funcionamiento de las democracias representativas y liberales el problema de la verdad de las cosas, eso que se llamó en aquel entonces la ‘post-verdad’ (post-truth), un estado del mundo en el se comenzaban a afirmar cosas como si estas fuesen reales y verdaderas. Con el paso del tiempo, la expresión ‘post-verdad’ comenzó a ser abandonada para subrayar el fenómeno de la ‘desinformación’, cuyo enunciado es aun blando e impreciso para describir el modo de funcionamiento de las democracias.

Hoy en día, 30 años después, sabemos establecer la diferencia entre misinformation (o información inexacta), disinformation (desinformación a secas) y noticias falsas (fake news, que es el resultado deliberado de distorsionar la realidad y la verdad de las cosas, mediante la difusión de mentiras a menudo bajo formas verosímiles): el idioma inglés, en este aspecto, es lo suficientemente sensible a los matices para describirlos con tal solo tres palabras. La complejidad, hoy, es saber discernir entre la verdad de las cosas (que el cambio climático existe, que la tierra es redonda y no plana, etcétera) y la ‘verdad democrática’, la que puede perfectamente traducirse en ideas fácticamente equivocadas que fueron promovidas en un régimen de libertades liberales y que fueron consagradas por el sufragio universal como si fuesen verdades. El primer plebiscito de salida en el que se plebiscitó una primera propuesta de cambio constitucional en Chile en 2022 estuvo plagado de información inexacta, de desinformación y de noticias falsas, pero el resultado fue democráticamente inequívoco: con o sin buenas razones, el pueblo de Chile rechazó el nuevo texto constitucional.

Todo indica que este es el nuevo modo democrático de vida, el que es sumamente inquietante.

En los últimos días, hemos asistido a dos ejemplos a escala global de lo que puede significar aceptar sin más, en nombre de la libertad de expresión, un modo democrático de vida en el que se pueden afirmar todo tipo de cosas: no es nada de fácil dirimir esta controversia tan tramposa entre por una parte las verdades democráticamente establecidas (a partir de reglas efectivamente aceptadas) y, por otra parte, la verdad democrática en la que no solo importan las reglas de la discusión, sino también la naturaleza de los argumentos y la calidad interna de las razones. Esta distinción es relevante ya que, para salir del atolladero, no tenemos otra alternativa que dirigirnos hacia formas más exigentes de democracia.

El primer ejemplo lo entregó el vicepresidente de los Estados Unidos D.J. Vance en la Conferencia de Seguridad en Múnich hace un par de semanas atrás, en el que criticó a las democracias europeas por no percatarse que el principal enemigo de la democracia no es ni Rusia ni China, sino que es interno a los países del viejo continente. Se trató de un discurso de batalla cultural, en el que Vance criticó a los líderes europeos de abandonar “algunos de sus valores más fundamentales”, al reprimir la libertad de expresión: para no creerlo. Dicho de otro modo, Vance buscó demoler en nombre de la libertad de expresión el aparato democrático crítico de los temas de la extrema derecha, especialmente sobre la inmigración, el aborto y la legítima religiosidad de las personas: sobre esto último, Vance hizo referencia al caso de un ex militar británico que fue condenado por rezar en un perímetro inferior a los 150 metros que lo separaban de una clínica de abortos. ¿Cómo no ver que el discurso de Vance no solo es extremo, sino que es radical, al oponerse a la crítica que limitan la potencia del discurso y de la política de extrema derecha?

El segundo ejemplo también lo protagonizó Vance, al afirmar ante el propio presidente de Ucrania Volodimir Zelenski que es su país y no Rusia el que originó la “operación especial” (un eufemismo para nombrar lo que fue una invasión) que ya lleva tres años de guerra y más de medio millón de muertos y heridos. Este segundo ejemplo es tan delicado como el primero, ya que sirve para mostrar de qué modo los fundamentos de la vida política global son alterados no por buenas razones, sino por la fuerza que se esconde detrás de una falsa retórica pacifista de los Estados Unidos.

¿Qué hacer cuando el problema ya no es la post-verdad, tampoco la desinformación, sino la instalación unilateral de la verdad a través de canales democráticos que están siendo desnaturalizados cada día? Por el momento, solo podemos confiar en los mecanismos de control social, los que están siendo puestos a prueba por un sistema de información en el que la propiedad de lo medios de prensa y de las redes sociales no es inocua. Lo inquietante es que, con el paso del tiempo, las batallas comunicacionales no son solo batallas entre mensajes rivales, sino que son conflagraciones culturales mediante las cuales se define duraderamente la verdad de las cosas. ¿Cómo no ver que lo que se está modificando es la doxa democrática y liberal, esto es una forma de adhesión al mundo que hasta ahora ha descansado en el saber que se origina en la ciencia, en los hábitos de la conversación preocupada por la sana persuasión y por la libre circulación de las ideas? ¿Cómo no percibir que son todas las agencias de socialización (familia, escuelas, vecindarios, sistemas de comunicación y tantas otras cosas) las que se encuentran en entredicho, horadando las disposiciones individuales y la posibilidad de un mundo común? ¿Cómo será ese estado generalizado del mundo en el que lo que impera es el todo vale, la convicción propia que no se alimenta de buenas razones y que solo se interesa por instalar su propia verdad, a cualquier precio?

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