Svante Pääbo, el Nobel que descubrió el sexo entre neandertales y sapiens
Los hallazgos del premio de medicina transforman la perspectiva sobre el pasado remoto de la humanidad, pero también sobre el presente
Cuando en los años ochenta se estrenó la película En busca del fuego, basada en un clásico de la literatura sobre la prehistoria de principios del siglo XX, muchos científicos la criticaron con cierto desprecio por una escena que entonces parecía inverosímil: el sexo entre un sapiens —nuestra especie— y un neandertal —una especie humana extinta hace unos 40.000 años—. Aquello parecía entonces imposible, incluso absurdo: la idea de la evolución que primaba es que unas especies humanas sucedieron a otras en una evolución lineal hacia el presente, o sea, hacia nosotros mismos. Las especies más antiguas se iban quedando atrás y triunfaban las más modernas. Pudieron convivir en el tiempo y en el espacio durante un tiempo, pero no confraternizar y mucho menos cruzarse. Sin embargo, Svante Pääbo, que este lunes recibió el premio Nobel de medicina, lo cambió todo. Y de paso nos cambió a nosotros.
El propio Pääbo explica en su autobiografía, El hombre de neandertal (Alianza), que fue el primer sorprendido cuando logró sintetizar el genoma completo de los neandertales y descubrió que todos los humanos modernos, no nacidos en África, tienen entre un 2% y un 4% de genoma neandertal. De repente, las fronteras entre unas especies humanas y otras se abolieron, incluso el propio concepto: una de las reglas para separar una especie de otra es tener descendencia fértil, una definición que cada vez está más anticuada. Para algunos investigadores, los neandertales no se han extinguido porque, básicamente, somos nosotros: nunca ha habido tantos genes neandertales sobre la faz de la tierra como en la actualidad.
El pasado cambia constantemente y la prehistoria especialmente. La gran investigadora francesa Marylène Patou-Mathis siempre dice que “la ausencia de prueba no es una prueba de ausencia”. Con este trabalenguas, lo que pretende explicar es que el hecho de que no se haya descubierto algo, no significa que no exista, simplemente que con el paso de los milenios se puede haber perdido cualquier huella en el registro arqueológico. Y un descubrimiento puede echar por tierra todas las teorías vigentes hasta ese momento.
Por ejemplo, siempre se había pensado que las pinturas prehistóricas habían ido haciéndose más espectaculares a lo largo de los siglos y que la explosión del arte paleolítico se produjo en los milenios finales de la prehistoria, en el magdaleniense, hace unos 15.000 años. Sin embargo, el hallazgo de la Cueva de Chauvet, en Francia, echó por tierra todas estas teorías: se trataba de pinturas de una calidad extraordinaria, pero que habían trazado los primeros sapiens que llegaron a Europa, hace casi 40.000 años. El arte venía con ellos y ahora casi todos los prehistoriadores creen que es algo que une a toda la humanidad, seguramente desde sus orígenes.
Pääbo aportó a los estudios de la prehistoria algo que hasta ahora había escaseado: certezas. No se trataba de especulaciones, de teorías más o menos peregrinas sobre chamanismo, basadas en el estudio de sociedades contemporáneas de cazadores recolectores, como si estas no hubiesen evolucionado. Se acabó depender solamente de las excavaciones o de espeleólogos con suerte. El nuevo premio Nobel logró una información crucial e indiscutible, que no solo cambiaba el pasado, sino también el presente.
El descubrimiento del equipo de Pääbo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig fue revolucionario, porque cambiaba el concepto de especie al abolir las fronteras entre linajes humanos diferentes y, sobre todo, dibujaba un panorama muy diferente del pasado remoto de la humanidad: que los sapiens seamos los únicos humanos es una excepción, no la regla. Durante milenios, convivimos con otras especies, nos cruzamos con ellas y esa mezcla nos convirtió en lo que somos. Todas las sociedades humanas no son solo multiculturales, sino que hasta hace nada (40.000 años no es tanto en la inmensidad de la prehistoria) fueron multiespecies. De hecho, por lo menos ocho especies humanas llegaron a cohabitar en la tierra. Pääbo ha sido capaz de demostrar que la soledad de los Homo sapiens es la excepción, que la humanidad es siempre diversa y abierta al otro.
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