Marga Sánchez, catedrática de Prehistoria: “¿Soy feminazi si estudio a las mujeres del pasado, pero cuando las ocultan es ciencia objetiva?”
La historiadora de la Universidad de Granada y autora del libro ‘Prehistorias de mujeres’ denuncia la invisibilización femenina perpetrada por los arqueólogos y su impacto en la desigualdad de hoy
El chico de la Gran Dolina era una chica. El hombre de Flores era una mujer. Y la Dama de Baza no era la tumba de un hombre, sino de una mujer, por muchas armas que hubiera en el enterramiento. La historia no deja de corregirse a sí misma o, mejor dicho, de corregir el “sesgo machista” de los historiadores y arqueólogos, como critica Marga Sánchez Romero. Esta catedrática de Prehistoria de la Universidad de Granada (Madrid, 51 años, aunque se considera de Antequera) se lanzó al estudio de las mujeres en la prehistoria tras descubrir que estaban totalmente invisibilizadas. Y que eso tiene consecuencias hoy: “Está influenciando directamente el concepto, la identidad, las maneras de la mujer del presente”. “Se utiliza la prehistoria, los discursos que se hacen sobre el pasado, para justificar la desigualdad de las mujeres: no pueden hacer eso, no tienen que estar ahí, las cosas a las que se dedican no son importantes… Se construye un relato: esto ha sido así desde siempre, no intentéis cambiarlo”, denuncia.
Sánchez ha condensado todo su discurso —y las innumerables pruebas de que las mujeres han sido borradas de la prehistoria— en un libro que ya va por su tercera edición, Prehistorias de mujeres (Destino), que le ha valido la etiqueta de feminazi, un calificativo de moda: “¿Soy feminazi si estudio a las mujeres del pasado, pero cuando las ocultan es la ciencia más objetiva y pura?”, se pregunta. Para esta investigadora, los primeros culpables fueron los arqueólogos del siglo XIX, cargados de prejuicios, que hicieron lecturas equivocadas porque cuando se asomaron al pasado solo preguntaron lo que les interesaba.
Pregunta. ¿Qué preguntaban?
Respuesta. Lo que construye un relato histórico en el que lo importante son temas relacionados con el ejercicio del poder, cómo se construye la jerarquía social, determinadas tecnologías… En aquel entonces muchas fronteras se están redefiniendo y se utiliza la arqueología para decir: aquí están mis ancestros y, por lo tanto, hasta aquí llega mi Estado. Y por supuesto, las mujeres no están ahí, porque lo que hacen es construir un relato sobre las mujeres del pasado que elimina cualquier posibilidad de que ellas puedan tener el poder. Ellas, las sufragistas, están pidiendo el voto, porque también quieren ser elegidas. Pero el discurso de la época es que no estamos capacitadas para hacer eso, y acuden a la prehistoria para justificarlo. Y por eso se dejan a las mujeres detrás, no ven a las mujeres.
P. ¿En qué se nota?
R. Eso conforma una idea. Si pones a una mujer pintando Altamira todo el mundo te va a preguntar por qué dices que había una mujer allí. O si pones una mujer cazando, todo el mundo te va a preguntar por qué. Y si pones a un hombre, nunca te lo van a preguntar. En el imaginario colectivo no aparece, por eso cuando se descubre una mujer cazadora en un yacimiento, que hay muchísimas, da la vuelta al mundo como si fuera algo excepcional.
Una hoja cortante en la tumba de un hombre es una daga; si es de mujer, es un cuchillo
P. ¿Por qué le interesa mirar el pasado?
R. Yo creo que la arqueología, y especialmente la prehistórica, es un poderoso instrumento de transformación social. Yo hago arqueología porque quiero transformar la sociedad y para eso utilizo las poblaciones de la prehistoria, porque lo que enseñan es que no hay caminos únicos. Que hay muchas posibilidades; que las decisiones, que la cultura, son todo cuestiones construidas. Las sociedades del pasado han utilizado estrategias, recursos, dinámicas, decisiones muy distintas y no hay una forma unívoca de hacer las cosas. Y eso tiene utilidad en el presente, porque nos muestra que como sociedad somos capaces de tomar decisiones muy diversas que no siempre terminen en guerra y en desigualdades. La desigualdad no es necesaria, no es obligatoria, es solo una de las opciones.
P. Y los museos no ayudan, donde muchas veces las figuras de mujeres aparecen como personajes secundarios.
R. A mí esto me parece especialmente grave. El Museo Arqueológico de Almería es el que más mujeres tiene representadas y son un 33 %, según un estudio. De ahí para abajo, eso es lo máximo que tenemos en España. Una niña entra a un museo y solo ve hombres, que lo están haciendo todo, y no ve mujeres. Solo ve una allí al fondo, con una criatura en brazos, que es a lo más a lo que podemos llegar. Y la niña piensa: nosotras no hemos formado parte de la historia. Un chico lo ve y piensa: yo soy el protagonista del mundo y tú no. Si no estás en la historia, ¿cómo puedes decirme que eres igual que yo, si no has hecho lo mismo que yo? Es gravísimo, pero cada vez hay más conciencia [en los museos] y eso se nota en las exposiciones temporales.
P. En el libro habla del sesgo de la daga y el cuchillo.
R. En el estudio de los informes de yacimientos se ve claro: si aparece una hoja cortante en la tumba de un hombre, es una daga, si aparece en la de la mujer, es un cuchillo. Y es la misma hoja de metal. El modo en que nombramos los objetos también está cualificando a la persona que lo lleva.
P. El concepto de presentismo se aplica mucho para criticar lecturas progresistas del pasado, pero no las conservadoras como esas.
R. Yo no califico a la sociedad prehistórica, no digo que los hombres de las sociedades neolíticas eran unos machistas, porque no lo sé. Lo que sí califico es el comportamiento de la arqueología en el siglo XIX hasta la actualidad, muy androcéntrico y muy machista. Están pervirtiendo un pasado, al excluir a la mujer de la caza, de la guerra… Como lo del arte rupestre, ¿cómo no van a pintar las mujeres, si es una manifestación cultural a nivel mundial durante miles de años? ¿Dónde está la prueba científica que ha hecho afirmar durante muchísimo tiempo que la mujer no hacía arte rupestre? Que tú creas que no, eso no es científico. ¿Dónde está la prueba de que solo han pintado hombres? Es que no hay. Si no hay pruebas científicas, ¿por qué nos agarramos tanto a esa idea? Porque forma parte de ese discurso, esa idea general de qué es lo importante y quién lo ha hecho.
Les fastidia cuando se demuestra que había mujeres cazadoras, guerreras, que tenían poder, porque rompe esa dinámica de que los únicos que pueden mandar son los hombres
P. ¿Cuál de estas reinterpretaciones es el mejor ejemplo de las lecturas mal hechas?
R. La caza en general, porque además tiene un discurso histórico detrás. La idea de que la caza es el motor de la evolución humana tiene un discurso histórico detrás muy potente, que es el que se cuenta después de la II Guerra Mundial. Que las mujeres han estado haciendo un montón de cosas que no les corresponden, por una cosa circunstancial, y ahora tienen que volver a sus casas. El hombre es el que hace herramientas, el hombre es el que caza, lo tienes en los libros científicos sobre prehistoria, en el imaginario común y hasta en Los Picapiedra: que no cazan, pero ellos son los proveedores. Es muy importante que se esté empezando a demostrar que las mujeres también participan en la caza.
P. ¿Y la que más escuece?
R. Todo lo que tenga que ver con el ejercicio del poder. Les fastidia cuando se demuestra que había mujeres que tenían poder, porque rompe esa dinámica de que los únicos que pueden mandar son los hombres. Las guerreras [descubiertas] fastidian un montón porque es muy probable que tuvieran poder, y por eso se han negado siempre. La controversia con la Dama de Baza fue porque tiene cuatro conjuntos de armas, y durante mucho tiempo se negó la posibilidad de que era una mujer, porque eso era incomprensible. ¿Cómo nos han explicado la historia? Guerra, tratado, tratado, guerra y tratado. Y si les damos capacidad bélica a las mujeres, les jode mucho. Pero en los estudios que se han hecho en la Edad del Bronce en el centro de Europa, entre el 20% y el 30% de las sepulturas que tienen armas son de mujeres. Y les han dado caña, porque tienen traumatismos craneales, heridas defensivas, estaban en batallas. ¿No son todas las mujeres? No, no son todas las mujeres. ¿Son más hombres que mujeres? Sí, pero no me digas que no están, porque sí que están.
P. Escribe: “A las mujeres nos hace falta el ADN para demostrar que estábamos ahí”. La genética ha ayudado a visibilizar esa presencia.
R. Nos ayuda mucho, porque a veces es la prueba de que es una mujer lo que está enterrado ahí. La metodología, el ADN y los isótopos son importantísimos, fundamentales. Pero si yo no hago las preguntas adecuadas, esto no sirve de nada. Con todas las tecnologías que podamos tener, si no hacemos preguntas distintas, no vamos a cambiar el discurso histórico. En ciencia, lo importante son las preguntas, lo que nos preguntemos sobre la sociedad del pasado.
Si no hacemos preguntas distintas, no vamos a cambiar el discurso histórico. En ciencia, lo importante son las preguntas
P. ¿Se hace mejor ciencia con perspectiva feminista?
R. Sí, porque estamos haciendo preguntas que no se habían hecho nunca. Y yo creo que eso es muy importante. Cuando tú eres científica, necesitas la mejor muestra posible para que los resultados correspondan en lo máximo posible a la realidad de esa población. Hablando de moscas o de piedras, si no utilizas toda la muestra que tienes disponible, estás sesgando el resultado. Preguntar sobre mujeres, sobre la infancia en el pasado, está ampliándote la muestra de una manera brutal y, por tanto, te está dando una información que se acerca mucho más a la realidad de lo que pasó. Pero todo esto no funciona si tú antes no te has preguntado por la producción de alimentos, el textil, las prácticas de cuidado, el aprendizaje y la socialización en el pasado, o qué métodos se utilizan para la curación y la sanación. Ese conocimiento es mucho más enriquecedor para entender el pasado, ¿o solo hay que saber cómo se fabrica una punta de flecha? ¿Eso es lo que nos va a enseñar quiénes somos?
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