Carlos de Hita, naturalista: “En la selva, cada árbol tiene su propio sonido de lluvia”
Este explorador de paisajes sonoros ha recopilado en un libro casi cuatro décadas de grabaciones de animales y comunidades humanas por todo el mundo. “Hoy en día hay menos voces en la naturaleza”, advierte
Después de casi cuatro décadas explorando paisajes sonoros, el naturalista Carlos de Hita (Madrid, 63 años) acaba de lanzar un libro con grabaciones de sus viajes por todo el globo: Sonidos del mundo (Ed. Anaya Touring). “Esta es la historia de mi vida”, comenta el especialista en sonidos de la naturaleza, que cree que la sociedad moderna se ha olvidado de escuchar. Sus grabaciones transportan a increíbles rincones del planeta, pero también dan testimonio de una realidad muy preocupante: “Han desaparecido muchas voces, pues más del 60% de los animales, del número de individuos del paisaje sonoro, han callado”.
Pregunta. ¿Qué se aprende cuando se viaja por espacios naturales de todo el mundo pendiente del oído?
Respuesta. La principal virtud de ir a la escucha es que te obliga al sosiego. No basta llegar a un lugar y ponerte a escuchar, porque cuando llegas a un sitio no suena nada. Necesitas parar, reposar un rato y esperar a que sucedan las cosas. Hay un libro maravilloso sobre el leopardo de las Nieves en el que el escritor de viajes Sylvain Tesson trabaja con el fotógrafo de naturaleza Vicent Munier y de él aprende las virtudes de la paciencia, del aguardo, de quedarse en un lugar esperando que suceda algo. En el libro, Tesson cuenta que lleva toda la vida pensando que viajar es ir a muchos sitios y se da cuenta de que cuando de verdad se ven cosas es cuando te quedas quieto en un sitio.
P. ¿En todos sus viajes, cuál es el sonido que más le ha impresionado?
R. Uno de los sonidos que más me ha impresionado ha sido el del volcán de La Palma. Cuando llevas toda la vida buscando sonidos, descubres de pronto un volcán relativamente pequeño aquí que supera todos los límites. El ruido del volcán crecía y crecía y crecía, parecía que no iba a parar nunca, me tuvo hipnotizado durante tres meses. No sólo es el tremor, también son explosiones, rocas que bajan rodando, el sonido cristalino de la lava… Porque tú ves la lava fluida como si fuera chocolate, pero no suena pastoso, suena como cristal, pues la costra superficial se está enfriando.
P. ¿Y el sonido de un animal?
R. Hay fenómenos en la naturaleza que son apabullantes, como una ballena saltando, el sonido brutal de toneladas de agua desplazadas a la vez. Y luego la sutileza de los murmullos de la misma ballena sumergida, captados con un micrófono subacuático. Pero más que la voz de un animal en particular, lo que me interesa es el paisaje sonoro.
P. ¿En qué se diferencia un paisaje sonoro?
R. Cuando estoy en la jungla del centro del Rajastán [en India], lo que cuento no es cómo ruge el tigre, sino como corre la alarma entre el resto de animales. Tú no ves al tigre, pero la jungla te está diciendo que está ahí. Esas son las cosas que me fascinan.
P. ¿A qué suena la selva?
R. En el Amazonas es interesante el sonido de la lluvia. En la selva, cada árbol tiene su propio sonido de lluvia, cada planta, cada hoja. Cuando deja de llover, me quedo a dormir una noche entera en Belén de Pará [Brasil], cerca de la desembocadura del río Amazonas, y se produce algo maravilloso: en la oscuridad se levanta un clamor con un orden perfecto en la biofonía. Los insectos se distribuyen por capas, ocupando todos los estratos acústicos, de forma que las voces de las diferentes especies no interfieren unas con otras.
P. En este libro también incluye sonidos de comunidades humanas.
R. Sí, el sonido de la selva también es el de los tambores de agua de las mujeres baká [indígenas de Camerún], cuando palmotean con sus manos en la superficie del río. Hacen música con la propia selva, están tocando la selva. Es igual que cuando los lamas de Mustang, en Nepal, hacen sonar las trompas. Los tambores, las campanas, las trompas forman parte del paisaje sonoro como el trueno, el agua o las aves. No hablo del ruido de ciudades, del tráfico, de músicas actuales, sino del sonido de comunidades humanas que viven dentro de un espacio sonoro natural.
P. Asegura que la selva no es un lugar tan idílico como se piensa.
R. La selva es el corazón de las tinieblas, ahí no se puede sobrevivir. Sin embargo, hay un momento emocionante en el que estoy de noche en medio de la selva en Camerún, donde todo pincha, todo duele, rodeado de ruidos amenazantes, y a lo lejos veo una nube rojiza, humo de hogueras, de donde emergen risotadas de los baká. Es el entorno más hostil que te puedas imaginar, pero hay un grupo de humanos que están a lo suyo divirtiéndose. Pienso que es la imagen de la humanidad desde la noche de los tiempos.
P. ¿En los 37 años que lleva grabando el paisaje sonoro, ha cambiado en algo el sonido de la naturaleza?
R. Ha cambiado de dos maneras. Por una parte, han desaparecido muchas voces, pues más del 60% de los animales, del número de individuos del paisaje sonoro, han desaparecido, han callado… En la urdimbre sonora, hay menos alondras, menos codornices, menos insectos, menos abejas. Hoy en día hay menos voces en la naturaleza y ese empobrecimiento del concierto natural es el relato de la crisis. Pero al mismo tiempo también empiezan a aparecer voces nuevas. Desde hace unos años, en mi casa de Valsaín [Segovia] escucho a las chicharras, cuando nunca hubo ahí. Ese raca raca es como el sonido del calor que sube por la montaña. Para mí, es el sonido del cambio climático.
P. ¿Por qué es tan especial el sonido?
R. El sonido tiene una ventaja respecto a la imagen y es que es inmersivo. El sonido te rodea, no estás fuera de la escena, estás en el centro de ella. La imagen es más descriptiva, pero el sonido lo sugiere todo, tiene una capacidad evocadora muy fuerte. Si tú cierras los ojos, puedes ver lo que estás oyendo.
P. ¿Con las prisas de la vida moderna, nos olvidamos de escuchar?
R. La gente que va de prisa por la vida, o sea toda la humanidad, y yo incluido la mayor parte del tiempo, nos estamos perdiendo todo ese disfrute. La única cosa buena del confinamiento en la pandemia fue que la gente abrió las ventanas y escuchó la naturaleza en las ciudades. Se decía que la naturaleza había vuelto. No, no había vuelto, estaba ahí, pero la gente no estaba escuchando, estaba con la música, con los auriculares puestos, con las prisas… Para la civilización de hoy, el sonido de la naturaleza que nos ha acompañado toda nuestra historia es una cosa exótica, nos hemos vuelto sordos a la naturaleza.
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