Una cosecha de 1.500 toneladas de sal: el sueño de unos ecologistas de recuperar salinas abandonadas en Murcia
La asociación ANSE inició en 2019 la compra de terrenos para rescatar 8 de las 64 hectáreas del conjunto salinero de Marchamalo por su gran valor natural
Cuando en 1993 la empresa Salinera Catalana dejó de explotar las salinas de Marchamalo, en el extremo sur de La Manga del Mar Menor, la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE), una de las entidades ecologistas más antiguas de España, ya alertó del deterioro medioambiental que supondría el abandono de esa actividad y comenzó a luchar por su recuperación. Han tenido que pasar 30 años, pero el trabajo ha dado sus frutos: el pasado mes de septiembre, ANSE recogió de esas salinas una cosecha de 1.500 toneladas de sal, a pesar de que solo gestiona una pequeña parte de las mismas, unas 8 hectáreas de un total de 64. El sueño de los ecologistas es lograr que todo el entramado de balsas y canales vuelva a estar vivo.
”Si con una inversión pequeña, en apenas un año y medio, desde una asociación ecologista hemos conseguido recuperar un bien natural, que es también compatible con una actividad económica tradicional, está claro que la recuperación se puede extender al resto del conjunto, y que se puede repetir en otras salinas de la zona”, explica Pedro García, director de la asociación al pie de la montaña de sal que han recogido en esta primera campaña.
Aunque ANSE tenía en el punto de mira las salinas de Marchamalo desde su abandono, García marca como punto de inflexión el año 2012, cuando parte de las balsas llegaron a secarse por completo, afectando gravemente a la fauna y flora que las rodeaba. La entidad ecologista protagonizó diversas protestas en la zona que tuvieron como resultado que la comunidad autónoma asumiera bombeos de agua para evitar que las balsas volvieran a secarse. En ese año, ANSE supo también que parte de las salinas eran de dominio público marítimo terrestre e inició los trámites para hacerse con la concesión de esos terrenos. No fue hasta 2019 cuando lo logró: a base de campañas, recaudaron unos 80.000 euros con los que compraron la concesión para gestionar ocho hectáreas de las salinas, y otras parcelas de unos 7.500 metros cuadrados, en los que había varias naves semi derruidas.
El gran impulso llegó en 2022, cuando ANSE, junto con WWF y el Instituto Español de Oceanografía accedió a ayudas europeas del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia para poner en marcha un proyecto más amplio de recuperación de ecosistemas en el entorno del mar Menor denominado Resalar, que incluía la recuperación de las salinas, y para el que han obtenido 1,7 millones de euros. Esos fondos les dieron alas para empezar a trabajar, en marzo de 2023, para dragar lodos y sedimentos de las balsas salineras, construir canales de agua y reconstruir los muros de piedra seca que separaban las charcas, así como los muros perimetrales, eliminar torres eléctricas, extraer unas 500 toneladas de materiales procedentes de la Sierra Minera, instalar bombas para el suministro de agua y rehabilitar una de las naves adquiridas, entre otras actuaciones. Todo ello para habilitar apenas un 40% del total de la concesión de los ecologistas, que prevén iniciar la recuperación del resto de balsas a partir del próximo diciembre. Pero García considera que el proyecto ha tenido ya un gran impacto en el paisaje, está comenzando a tenerlo en la recuperación de la biodiversidad, y será también una fuente de empleo en la zona. Por el momento, dos personas trabajan de manera permanente en la salina: Julio Calderón, salinero, y Mar Celdrán, bióloga.
Calderón tiene 52 años y lleva desde los 7 viviendo a escasos 50 metros de los terrenos adquiridos por los ecologistas. Carpintero de formación, recuerda haberse colado de niño en las salinas para ver de cerca el espectáculo de aquellas montañas blancas que se trasladaban en camiones hasta la localidad vecina de Cabo de Palos, donde se construyó un pequeño muelle para llevar en barcazas la sal hasta enormes barcos salineros que la distribuían por España. Celdrán conoce al dedillo la historia de las salinas, pues su abuelo, Francisco Celdrán, fue el gerente de Salinera Catalana. Las fotografías del archivo familiar muestran las antiguas vagonetas con las que se transportaba el mineral, los “saleros” o depósitos de piedra construidos en Cabo de Palos para almacenarla, y el trabajo manual, a base de palas y ganchos, para arrancar la sal del fondo de las charcas.
Calderón ha tenido que aprender el oficio desde cero, asesorado por la empresa Salinera Española, que explota la única salina que sigue activa en el entorno del mar Menor, la de San Pedro del Pinatar. El trabajo recuerda al de la agricultura, porque depende en buena medida del tiempo, y requiere una constante supervisión: el agua del mar Menor llega directamente a las balsas a través de canales de bombeo con una salinidad de 5 grados Baumé y, para cristalizar, esa salinidad debe subir a unos 26 grados. La salinidad aumenta en las balsas calentadoras y la actividad pasa luego a las balsas cristalizadoras, donde los grados deben mantenerse aportando o sacando agua. La sal va cristalizando por capas, creando auténticas piedras, duras y afiladas.
Para la extracción de esta primera campaña, ANSE contrató maquinaria y operarios especializados para evitar el duro trabajo que supone la extracción a mano. Un trabajo que recuerda con claridad, a sus 85 años, Pedro Martínez Peñalver, al que todos conocen en la zona como El Nene de las Salinas, en las que trabajó desde los 15 años hasta su jubilación, 46 años en total. “Era un trabajo muy pesado, a pala y capazo. La sal se picaba con ganzúas y se montaba en vagonetas, que iban sobre raíles tiradas por mulas. La llevaban en carros a Cabo de Palos y entre cuatro hombres la cargábamos en una gabarra para llevarla hasta los barcos salineros”, explica con pasión. “Se hacía todo en julio y agosto. En el invierno se trabajaba en las balsas, que se atablaban con mulas para dejar liso el piso. La sal salía mejor cuando había viento. Si no había viento, se formaba en la superficie un telo que había que quitar”, cuenta. Según dice, se alegra de que los ecologistas hayan empezado a recuperar la zona, pero ve complicado poder poner en marcha toda la superficie que conoció en su juventud, aunque rompe una lanza a favor del proyecto: “La mejor sal era la de aquí. No como la de San Pedro y las de Alicante. Como la de aquí, ninguna”, insiste, rotundo.
La cosecha de los ecologistas de este año, por el momento, no cuenta con las autorizaciones para comercializarse para el consumo humano. No obstante, García confía en que su explotación permitirá que la salina se autofinancie en próximas campañas. El sueño del grupo ecologista pasa ahora por extender su proyecto al total del conjunto de la salina, que incluye otras 16 hectáreas de dominio público y unas 40 de propiedad privada, en las que hay diversas naves y los restos de un molino para moler sal, el único que queda en la zona. ANSE tiene solicitada la concesión del resto de hectáreas de dominio público y lleva un tiempo “en conversaciones” con los propietarios de la parte privada. “En un contexto muy derrotista como el que hay en el entorno del mar Menor, donde parece que nada tiene recuperación posible, hemos demostrado lo contrario: que un lugar completamente abandonado se puede recuperar, respetando el patrimonio y el paisaje. Después de esta experiencia, sí, nos atrevemos con el resto”, subraya.
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