El periódico díscolo del tardofranquismo
El diario ‘Madrid’ edita un número especial para conmemorar los 50 años de la orden de cierre
Una orden del Ministerio de Información firmada el 25 de noviembre de 1971 en la que se cancelaba su inscripción en el registro de empresas periodísticas puso fin a uno de los rotativos más simbólicos del tardofranquismo. El diario Madrid no era una publicación crítica con la dictadura de Franco (algo inimaginable) pero tampoco exhibía una adhesión inquebrantable. No se prodigaba en halagos ni practicaba el compadreo con los autócratas sino que se erigía en defensa de las libertades y transitaba por la incómoda senda de la discrepancia. La decisión de la clausura del periódico sobrevino “por falta de calor en el elogio al régimen”, según explica el editorial de un ejemplar conmemorativo impreso este mes de noviembre, 50 años después de ser silenciado, por la Fundación del Diario Madrid.
La cabecera había nacido en 1939, pero su papel fue determinante a partir de 1966, cuando Rafael Calvo Serer, notable miembro del Opus Dei, asumió la presidencia del consejo de administración y nombró director a Antonio Fontán. Nació entonces un Madrid más independiente y despojado del barniz propagandístico. Para acallar al vespertino, que actuó de avanzadilla de la Transición democrática, el Ministerio de Información invocó irregularidades sobre la financiación y la titularidad de las acciones de la empresa propietaria. La clausura, como dijo en 1971 su director, empobreció la opinión pública del país.
Durante un lustro (hasta 1971) fue un medio que apostaba por el aperturismo. Eso se tradujo en 16 expedientes sancionadores y la suspensión de su difusión en más de una ocasión. La más sonada, antes del cierre definitivo, fue en 1968 a propósito de un artículo firmado por Calvo Serer titulado Retirarse a tiempo: No al general De Gaulle. Y aunque los responsables habían aceptado la sugerencia del asesor legal del diario de suavizar el titular original (No al general) eso no evitó el secuestro fulminante de aquella edición y la incoación de un expediente por vulnerar la Ley de Prensa que culminó con la suspensión del periódico durante cuatro meses. Las autoridades franquistas consideraron que las críticas expresadas en ese texto al régimen “más o menos autoritario” del entonces presidente de la República Francesa, podían trasladarse a España.
Historiadores, políticos y escritores rememoran en este número especial de 40 páginas las grandes noticias de la época: desde la llegada del hombre a la Luna al accidente en la localidad de Palomares de un avión estadounidense cargado con cuatro bombas nucleares, del que la prensa no dio cuenta hasta una semana después. Periodistas como Román Orozco, Fernando Ónega, Rafael Latorre, Miguel Ángel Gozalo, Diego Carcedo y Rubén Amón se hacen eco de los quiebros y los ejercicio de funambulismo a los que los redactores del Madrid recurrían para despistar a la censura.
Con una fina sutileza, el cronista deportivo Cuco Cerecedo elogiaba el juego futbolístico por la izquierda, mientras que la derecha, matizaba, era propicia a los tuercebotas. Para que los juegos de palabra surtieran efecto, el lector tenía que estar preparado. Juan de Oñate, coordinador de este especial, remarca que “si el público no entraba en esta dinámica, no servía de nada lo que se escribía. El Madrid iba dirigido a un lector inteligente”. Este tono irónico se mantuvo hasta el último número, que incluyó en portada un anuncio de la película de Jack Palance La brigada de los condenados.
Los actos conmemorativos, con el apoyo de la Asociación de Periodistas Europeos y la secretaría de Estado de Memoria Democrática, incluyen una exposición de medio centenar de viñetas de Chumy Chúmez y El Roto, publicadas en el diario Madrid y EL PAÍS, respectivamente, sobre el ejercicio del periodismo, el impacto de la censura y la libertad de expresión. De Oñate, que ha buceado a fondo en los archivos, considera que la validez de sus viñetas es “eterna” por el carácter conceptual de su humor.
Los fondos documentales de Madrid están custodiados en un edificio gestionado por la fundación en la madrileña calle Larra, adquirido gracias la cesión de las acciones de Luis Valls Taberner, alrededor del 20%, y otros socios. El inmueble, que fue sede de La Voz y El Sol y tras la Guerra Civil albergó a Arriba y Marca, se convertirá a partir de enero en un centro de pensamiento periodístico y estará a disposición de los profesionales de la información. “Queremos”, sostiene Oñate, “que el espíritu del Madrid permanezca, que sea un ejemplo de que las libertades no nos las regalan”.
La sede original del diario Madrid se vendió para sufragar las deudas de la empresa y poco después saltó por los aires en la que pasó a ser la primera voladura controlada en España. Pese a que en el imaginario colectivo ha quedado la idea de que lo voló el Gobierno franquista, el presidente de la Fundación Diario Madrid, Miguel Ángel Aguilar, matiza que aquella explosión fue “una estratagema, una forma de llamar la atención”. “El Gobierno no puso la carga de dinamita, pero el cierre fue un escarmiento”, dice Aguilar, que inició su andadura en esa cabecera al mando de una revista de prensa que no le libró de ser procesado y de comparecer ante el Tribunal de Orden Público. En aquellos tiempos, los redactores se veían obligados al antiperiodismo. “Si teníamos una noticia relevante”, recuerda, “intentábamos publicarla de manera que no infundiera sospecha. No iba en portada sino en páginas interiores, casi perdida, titulada a una columna para que colara. Renunciábamos también a las exclusivas porque el riesgo para nosotros disminuía si la información la publicaban varios medios. Era algo extraordinariamente doloroso”.
Pese a todo, este aniversario no aspira a ser una conmemoración nostálgica ni es una mirada a través del espejo retrovisor. “Su objetivo es dar un impulso a nuevos proyectos vinculados al periodismo y a sus deberes sociales”, explica Aguilar. Y recuerda la lección que tras de sí dejó el periódico: “Tras el cierre, el Gobierno propuso que volviera a salir bajo la dirección de un falangista, pero los trabajadores se opusieron; dijeron libertad o cierre”.
Nativel Preciado se incorporó a Madrid en 1967 como una figura equivalente al becario de hoy en día. Su primer destino fue el turno de cierre. La periodista evoca aquella redacción “viva, apasionada y comprometida” en la que abundaban “jóvenes redactores antifranquistas, defensores de la democracia y la libertad y sin intereses políticos” que prolongaba la jornada en reuniones de fuera del periódico. El punto de encuentro era el Dickens, un pub cercano a la sede del rotativo que servía de lugar de reunión para los corresponsales extranjeros. “Fue una época de periodismo legendario, como de película en blanco y negro”, que intentaba sobrevivir en un régimen “represivo y cochambroso”, cuenta.
Vivió el cierre como un mazazo. “Fue dramático”, apunta Preciado. “Teníamos amenazas constantes de cierre y cuando llegó fue algo muy trágico. Los jóvenes nos quedamos en paro”. Algunos encontraron empleo en los semanarios Opinión o Doblón, también en la diana de censores y represores. Aguilar, corresponsal en Londres cuando llegó la orden de clausura, coincide en la tragedia que supuso. “Lo admirable es que en aquel momento la plantilla de 209 redactores y trabajadores del Madrid desafiara la ley de la gravitación laboral y decidieran que más valía paro con honra que la continuidad en el empleo con vilipendio”. Ningún diario recogió la herencia del Madrid, si bien revistas como Triunfo, Sábado Gráfico o Cuadernos para el diálogo despuntaban como vehículos hacia la democracia.
Medio siglo después del drama del Madrid, el periodismo se enfrenta a nuevas amenazas, como las noticias falsas, la manipulación y la desinformación. Para Aguilar, esto no es algo nuevo, pero adopta nuevas formas. “Lo más peligroso”, puntualiza Preciado, “es el avance del populismo, que se infiltra de una manera mucho más inteligente que en otras épocas”.
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