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EL PAÍS que hacemos
Por Equipo de Comunicación

La artesanía tras el suplemento ‘Babelia’

Un grupo de suscriptores de EL PAÍS y socios de Fnac visitan la redacción del diario para encontrarse con los periodistas de la publicación cultural

Los periodistas Berna González Harbour y Guillermo Altares conversan con un grupo de suscriptores de EL PAÍS en la redacción del diario en Madrid.
Los periodistas Berna González Harbour y Guillermo Altares conversan con un grupo de suscriptores de EL PAÍS en la redacción del diario en Madrid.ALEX ONCIU
El País

La industria cultural inunda el mercado cada año con nuevas propuestas. Autores noveles buscan hueco entre los consolidados. Los diversos géneros intentan posicionarse como el de moda. ¿Cómo elegir qué obra abordar en un espacio como Babelia, el suplemento cultural de EL PAÍS? ¿Qué criterios se siguen para hablar con uno y otro creador? ¿Cómo se compone una crítica literaria sin dejarse arrastrar por gustos propios o la presión de los actores culturales? ¿Qué merece ser contado? Guillermo Altares y Berna González Harbour, periodistas del diario que bregan cada día con estas cuestiones, compartieron la artesanía tras la confección de Babelia con un grupo de suscriptores del diario y socios de Fnac que visitaron la redacción de Madrid como parte de las actividades del Club de lectura de EL PAÍS.

González Harbour, subdirectora del diario que llegó al suplemento ―el cuál dirigió― tras estar al frente de diferentes secciones, confesó que pasarse al periodismo cultural le cambió “los biorritmos” al poder compartir noticias felices y despegarse de la aceleración del último minuto. No obstante, matizó que no todo es fácil. “El ego de los autores es la peor parte de todas”, confesó la también escritora nada más empezar el encuentro, que se enmarca dentro del programa para suscriptores de EL PAÍS+.

La periodista evidenció que “forma parte del trabajo” lidiar con las quejas de los escritores, así como de las casas literarias. La periodista no esperaba que la presión de la industria fuese tan cruda, pero tal y como convino con Altares, redactor jefe de la sección de Cultura, no caer en la trampa es tan fácil como “recordar que se trabaja para el lector y no para el editor”.

Esta es la misma postura que adquieren antes de escoger una obra que reseñar: se preguntan así mismos si merece la pena que los lectores gasten su tiempo y dinero en ese producto cultural. Ante las dudas, dialogan con los compañeros de Cultura y también de otras secciones para conocer sus impresiones. La linde entre el contenido que ofrece la sección y el suplemento la explicó Altares. “No es fácil, pero diría que si el lector quiere que le aconsejen, vaya a Babelia; si quiere información, tiene que ir a la sección”.

La corrección política y la cultura de la cancelación han calado también en el periodismo y ambos temas estuvieron presentes en la conversación. Los periodistas recordaron que el arte “debe ser absolutamente libre”, si bien, se puede señalar a través de la información que se ofrece los componentes racistas, homófobos, misóginos o de cualquier otra clase que contenga la obra.

Sobre este tema y también en referencia a la construcción de las críticas literarias y su mayor o menor objetividad, ambos defendieron que el periódico es “una máquina de construir criterio” y que bajo el paraguas del respeto y la profesionalidad debe ofrecer herramientas para que el lector tome sus propias decisiones, incluso la de contrariar el criterio defendido por el periódico.

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