Adiós al corsario del rock
Muere el cantante Willy Deville a los 55 años
Willy Deville ha fallecido a los 55 años en Nueva York, ciudad en la que residía, al no poder superar un avanzado cáncer de páncreas, según anunció la empresa promotora de sus conciertos Caramba Spectacles.
Corsario y seductor, Deville formaba parte de una especie en extinción en el mundo del rock. Como músico de raza y sin patrones preconcebidos, navegaba en su condición mestiza al igual que un pirata a la deriva en los agitados mares del negocio discográfico. Con una guitarra en la mano, la línea marcada en el ojo, sus anillos y pendientes, el cigarrillo a medio caer y ese bigotillo estiloso y bárbaro, siempre se mantuvo fiel a la aventura musical, que lo llevaba indistintamente a versionar con toques mariachis el célebre tema de Jimi Hendrix Hey Joe como a dejarse fascinar musical y vitalmente por todos los puertos que pisaba, fuera Nueva York, Nueva Orleáns o su querida París.
Nacido en Stamford, Connecticut (Estados Unidos), William Borsay, su nombre original, fue un chaval más inquieto de lo normal que a los 14 años se encontraba viviendo en un ático neoyorquino cuando la ciudad hervía en mitad de los sesenta en una esplendida conjunción de sonidos urbanos. Él quería parecerse a Little Richard pero aquel muchacho se empapó de una fantástica marejada de blues, jazz, pop y folk y además tuvo tiempo de irse una temporada a San Francisco para entrar en contacto con la psicodelia.
A mediados de los setenta, formó Mink Deville, uno de los grupos más originales de la escena punk de Nueva York y que, junto con los Ramones, tocaba en directo semanalmente en el ya desaparecido CBGB's. Mientras el resto de compañeros del imperdible desarrollaban rock acelerado, Deville destacaba por asimilar influencias del R&B, teniendo a los Drifters como una de las formaciones de cabecera. Por eso, parece como si el destino le reservara encontrarse con Jack Nietzsche, reputado productor de la época dorada del pop. Con él grabó su primer disco, Cabretta, que incidía en sus pasiones afroamericanas. Y a partir de ahí, llegaron álbumes inteligentes y variados, repletos de sonidos dispares como el cajun, el cabaret, el soul o el doo-wop. De entre todos, Le Chat Bleu fue el que le dio el mayor reconocimiento y le hizo coquetear con cierto éxito.
En 1985, comenzó una carrera en solitario llena de altibajos. Como un dandy de la música, compuso el tema principal de la película La Princesa Prometida y se adentró aún más en los sonidos latinos mientras forjaba una independencia infranqueable. En España, se le conoció más allá de los circuitos de fans por su versión de Demasiado Corazón. Pero no era un cantante percha para hacer hueco. Era un artista de los pies a la cabeza, que tenía discos maravillosos como Victory Mixture o el más reciente, Pistola, abundante en cadencias del sur norteamericano.
Nunca conquistó un número uno ni alcanzó a ser un superventas, pero en su defensa siempre pudo decir que tampoco fue derrotado, ni siquiera cuando se hundió en el ostracismo del negocio musical en los últimos años de su vida. Era un rollo pirata: componía a su aire y ampliaba su legión de seguidores. Parecía el hermano pequeño de Keith Richards o el socio de taberna de Tom Waits. Tras cancelar su última gira, sus seguidores empezaron a recaudar fondos por Internet para que pudiera luchar contra el cáncer y una hepatitis C que arrastraba. Algunos querían mandarle mensajes de apoyo. Pero Deville no tenía conexión a la red y desconocía el correo electrónico. Entonces, como en otra época, su casa se llenó de cartas escritas a mano y miles de rosas.
Babelia
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