Un oasis a espaldas de Babilonia
La sierra granadina de las Alpujarras atesora desde hace 20 años una comuna habitada por un centenar de personas que un día decidieron reconducir sus vidas hacia una existencia ajena a la edad contemporánea
Dos agentes de la Guardia Civil custodian la entrada de la comuna durante una tórrida mañana de julio. "Tiene cojones que los de Babylon lleguen hasta aquí", dice Carlos, un joven cordobés que, a pesar de llevar solo un par de días en Beneficio, ya ha hecho suya la jerga del lugar. Las caras de los jipis hablan por sí solas: los agentes de la ley y el orden no son bienvenidos. Son piezas de Babilonia, es decir, miembros de un sistema que, de forma generalizada, consideran "contaminado por el poder y el dinero". Han venido acompañados de dos guardas forestales para evaluar el riesgo de incendios estivales en la zona y el ambiente entre los residentes es tenso: los agentes de la ley representan todo aquello de lo que un día decidieron huir.
El papel higiénico no está permitido porque los químicos de la celulosa "contaminarían" los excrementos, que son utilizados como abono para los huertos
En el tablón de anuncios hay un enorme cartel marrón en el que se establece el viernes como el "Hug day" (día del abrazo)
Este y otros muchos más clichés de la historia universal del jipismo se cumplen a rajatabla en Beneficio, una comuna que brotó de la naturaleza hace 20 años gracias a la iniciativa de unos cuantos extranjeros de hacerse con las tierras de un pequeño valle situado entre las localidades granadinas de Órgiva y Cañar; un discreto paraíso natural bañado por varias corrientes de agua dulce a lo largo de las cuales va brotando un verdor de eucaliptos y pinos que contrasta radicalmente con el generalizado amarillo secano de la región.
Pasando el día
Beneficio es un lienzo de infinitas pinceladas. Una mezcolanza de pintorescas edificaciones y gentes dispares que parecen vivir como en suspensión, sin más responsabilidades que las de ir a la panadería, un rudimentario edificio de adobe en el que no tiene por qué haber pan cada mañana; las letrinas, de las que se reciclan los excrementos para hacer abono o el hoyo del dragón, una zona infantil donde los niños colorean libros de texto y juegan con animales de juguete.
Existen dos tipos de personas en Beneficio. Por un lado están los que han venido solo para paladear durante unos días aquello del espíritu libre y la armonía. Y por otro, están los que tienen establecido de forma permanente su domicilio en el corazón de la sierra de las Alpujarras.
Daguara es un caso intermedio. Este tinerfeño de 50 años, de bronceado africano y dentadura casi inexistente, lleva solo una semana en la comuna, pero está pensando en quedarse de forma "fija" (aunque constantemente trata de evitar esa palabra). "Una de las cosas que más me gustan es que no está permitido beber. El alcohol es el peor veneno del mundo", comenta como con la mirada clavada en un pequeño taller de tambores que hay al otro lado de un riachuelo. Lleva consigo dos botellas y está buscando lo que buscan todos: el manantial.
Baño en las entrañas de la serranía
Todos consideran que el manantial es el lugar más preciado. Un enclave no más grande que media cancha de baloncesto en el que reposan en paz las gélidas y vidriosas aguas que escupe una cascada que, situada un par de metros más arriba, da a luz las mismas corrientes que luego son embotelladas por los de Lanjarón.
Cuando anochece en el manantial, los tábanos le pasan el relevo a numerosas jaurías de mosquitos. El silencio, únicamente respondido por el eterno rumor de la cascada, invade la piscina, tomada ahora por los murciélagos que revolotean junto a alguna que otra libélula rezagada. Pero, independientemente del momento del día, el manantial siempre ofrece una conversación porque en Beneficio todos parecen tener una historia que contar.
Incluso los objetos. En la cocina, (un habitáculo excavado en la roca con siete asientos de automóvil en torno a un fuego central) una taza blanca con un mensaje impreso reposa solitaria sobre un horno de leña: "Queridos Guardias Civiles, la próxima vez que quieran fumarse un porro, por favor paguen para lo que se lleven". El mensaje, firmado por Órgiva-Ámsterdam-Europa, hace alusión a una visita sorpresa que realizaron las autoridades en 2009 (suelen personarse unas cuatro veces al año) y en la que decomisaron 164 plantas de marihuana.
El centro neurálgico
El tipi, o Big Lodge, es una extensión circular formada por 13 palos de madera altos como farolas que conforman la clásica configuración de tienda de campaña india. No está permitido beber alcohol, tomar carne, ni pisar con calzado su interior, forrado con ocho alfombras de motivos orientales y sucias como un vertedero.
Es una especie de sala común en la que se reúnen para comer en familia y compartir con la naturaleza alguna de las sesiones musicales que improvisan por las noches. De las paredes de tela cuelgan gigantescas lonas con líderes religiosos y espirituales como Buda, Shiva o Krishna.
Hoy el desayuno corre a cargo de un matrimonio alemán. Andan de aquí para allá pidiéndole a la gente que les traigan algo de leña mientras uno corta rodajas de pepino y la otra fríe en la sartén un pan al que llaman chapati mientras su hijo busca con insistencia la leche de sus mamas.
Terminado el desayuno, el esposo empieza a tocar con una guitarra unos acordes que recuerdan a The End, de The Doors. Frente a él, en la otra punta del círculo, su mujer fabrica un cuenco golpeando un bloque de madera con un cincel. Su hijo, saciado de leche, se ha quedado dormido y descansa rodeado de timbales sobre una alfombra más pequeña que parece estar colocada ahí expresamente para él. A su lado, un francés barbudo y enclenque comparte la historia de su vida con todo aquel que quiera escucharla. Dice que trabaja como cartero en Toulouse pero que también ha sido repartidor en Carrefour, Aluchan y E.Leclerc. En la comuna jipi en la que ni el papel higiénico está permitido, dos personas hablan de supermercados.
Una persona, una historia
Un inglés coge la guitarra. Está charlando fluidamente con dos alemanes sobre lo emocionante que era atravesar en bicicleta la frontera entre la orilla oriental y occidental de Berlín. El inglés es guapo y parece espabilado. Tiene una barba pelirroja (la más cuidada del lugar) y luce unas Ray-ban bajo su sombrero de paja. Fuma marihuana de una preciosa y delicada pipa de madera oscura que revela a gritos su condición de turista en Beneficio.
En el tipi también está Tao, un palestino grande como un armario y muy moreno (aquí todos lo son) que asegura llevar 20 años en la comuna. Esta mañana está tocando un bongo, como siempre, como si no hubiera un mañana. Con la mirada en tensión y fija en un punto indeterminado, de repente rompe su habitual silencio para informar de que va a ser un día muy caluroso. Aunque aquí, como en toda comuna, no hay líderes, Tao parece ser una de las gentes más respetadas y sociables del lugar. Si te aburres, Tao te presta un ajedrez y si tienes sed, Tao te regala una garrafa vacía.
Un jipi informa a los nuevos del lugar con una sonrisa: a la hora de ir al baño, hay que limpiarse con agua porque "los químicos de la celulosa del papel higiénico contaminan el abono". Los champús y jabones tampoco son tolerados. Solo se permiten dos extravagancias pertenecientes a Babilonia: una placa solar y un par de mangueras procedentes del manantial para poder regar los girasoles, pepinos, tomates, fresas, patatas y demás hortalizas que aquí se cultivan.
María es una de las personas que trabaja los huertos. Lleva tres años aquí. Era profesora de primaria en París hasta que un día, cliché, conoció a un tipo que le convenció para mudarse a España con aquello de que "la vida que llevas te hace infeliz y deberías buscar la existencia que de verdad te llene". Solo habla de espiritismo, canales de chakra y karma y asegura que ya existe curación para todo tipo de cánceres, pero que ha enterrado el hacha de guerra con la farmacéuticas porque no quiere más enemigos en esta vida. Un anuncio suyo descansa pinchado en el tablón de anuncios: "Masaje de cinco minutos por un euro". Asegura que ya vuelve a darlos gratis y que puso ese anuncio porque necesitaba ahorrar diez euros para tramitar la ciudadanía europea de su hijo.
Los días transcurren tranquilos en este verde oasis tan atípico de la campiña andaluza. Otra tarde más en la que el tiempo se ha detenido para ver la vida pasar. Otra tarde más en el manantial, ocupado ahora por una mujer que llena su garrafa y un joven austríaco de rastas y guitarra. Una roca se desprende y cae al agua con sonoro plof. Acontecimiento inusual. La mujer, que es española y que no tiene pinta de haber llegado ayer a la comuna, se sorprende y espeta un "¡qué peligro!". El chico, que ya estaba recogiendo sus cosas para irse, regala con una sonrisa el último cliché del reportaje: "La vida es peligrosa". Entonces desciende por el empedrado de las escaleras y desaparece.
Un lugar que no figura en los mapas
Como todo paraíso, Beneficio es difícil de encontrar. Oculto entre dos paredes montañosas, el único modo de acceder al paraje es mediante uno de los muchos caminos de tierra que nacen de la carretera comarcal que conecta Órgiva con Cañar, las dos localidades en cuyo término municipal se encuentra la comuna. Tras serpentear varios cientos de metros, un bosque de coches y caravanas se revela súbitamente. Es el aparcamiento de la comuna, la última huella de civilización contemporánea antes de abandonarla definitivamente y también la última oportunidad para beber alcohol, algo que está muy mal visto en la comuna.
Una pequeña tablita que hace las veces de puente en un pequeño riachuelo (el primero de cientos) delimita la frontera con Babylon. A partir de ese punto, el terreno se vuelve empinado y un frondoso verde lo inunda todo.
La configuración del lugar es simple: la comuna está dividida por una senda principal que nace en el párking y muere en el manantial que hay en su cima. A medida que se recorre dicho camino, van brotando senderos secundarios que conducen a las distintas instalaciones y domicilios particulares.
Situado entre Órgiva y Cañar, el alcalde de ésta última asegura que solo una mínima parte del terreno está en manos privadas y que el resto pertenece a la Agencia Andaluza del Agua. En Beneficio, el sentir general es otro: creen que la tierra les pertenece.
Babelia
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