Desproporción
La fotografía es épica. Al enjuto Woody Guthrie le cuelga un cigarrillo de la boca, su mirada es desafiante, lleva colgada una guitarra en la que están inscritas estas palabras: “Esta máquina mata fascistas”. Además de ser un compositor excepcional y un personaje justificadamente legendario, se sabe que Guthrie mantuvo un romance ancestral con el alcohol. Solo desde la ensoñación etílica se puede llegar a la certidumbre de que las canciones puedan exterminar al facherío. Sin embargo, hay demasiados y trágicos casos en los que el poder absoluto le ha arruinado la existencia a los trovadores que actúan como moscas cojoneras, ha respondido a cañonazos contra sus denuncias y agravios.
Al clileno Victor Jara, Pinochet y sus patriotas no solo le frieron a tiros, sino que antes le destrozaron sus subversivas manos. Cheb Khaled, esplendido príncipe del rai, sabía que si pisaba Argel le iban a dar matarile. Sinéad O´ Connor, poseedora de una voz muy hermosa y signos antiguos de desquiciamiento, tuvo la legítima ocurrencia de romper una foto del beatificado Wojtyla durante un concierto. Casi la linchan ( Kristofferson le ofreció su brazo y la sacó del escenario, Dylan, que también andaba por allí, se hizo el loco, algo muy consecuente en el hombre que se arrodilló contrito y emocionado ante Wojtyla) y su carrera se esfumó.
El castigo y el boicot a la irlandesa incendiaria siguió cursos democráticos en comparación a lo que le ha ocurrido a las niñas punkis cuya canción araño los sagrados genitales de Putin. Aprovechando que los curas ortodoxos también se han mosqueado lógicamente por haberla interpretado en una de sus iglesias, el zar decide que la pena mínima por atacar en una canción a su intocable persona son dos años de trullo para las deslenguadas. Y gracias. Cuando Putin era el jefe del KGB ( aunque jamás podamos imaginar al maquiavélico y fascinante Karla que inventó Le Carré con los rasgos y la personalidad de Putin ) lo más probable es que las punkis acabaran flotando en el Volga o haciéndose viejas en unas cárcel siberiana. Ahora conviene guardar ligeramente las formas. Ni siquiera Putin se atrevería a matar a treinta mineros que se manifestaban en Sudáfrica pidiendo un aumento de sueldo. ¿O si?
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