Juego y cacería
Crítica de 'El tango de la Guardia Vieja', de Arturo Pérez Reverte
Tres veces se encuentran en cuatro décadas los dos protagonistas de la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte, El tango de la Guardia Vieja: a bordo de un transatlántico rumbo a Buenos Aires en 1928, en una mansión de Niza en plena guerra civil española y en 1966, cuando en las radios suena la canción Ragazzo triste, de Patty Pravo, a la salida de un gran hotel de Sorrento. Max Costa se hace llamar el héroe, guapo, alguna vez bailarín profesional de salón en barcos y hoteles, gigoló, ladrón, cazador de lo que no es suyo. Lo conocemos en el momento en que pone los ojos en una pieza excepcional: la belleza Mecha Inzunza, granadina, hija del rey de las aguas minerales y mujer del célebre compositor Armando de Troeye, un cuarentón veinte años mayor que su esposa, amigo de Picasso y Stravinski. Con su camarada Ravel acaba de hacer una apuesta: mejorará el Bolero con un tango. Y a eso va a Buenos Aires el matrimonio Troeye: a escribir el tango más verdadero, el tango de la Guardia Vieja.
La intriga tiene tres nudos: las coincidencias entre Mecha y el bailarín, guía y amante ideal por los arrabales del tango genuino, un superhéroe que deberá vencer en tres pruebas, planteadas en dos planos temporales, entre el pasado de 1928 y 1937, y el presente, 1966. Pero el dispositivo acuciante que mueve la historia es atemporal: el baile, un lance de espías, un torneo de ajedrez, el robo, el arrebatamiento, el sexo, el juego y la caza siempre, sin que a veces sepamos bien quién es la presa y quién el cazador. Presente y pretérito fluirán por fin, simultáneos, en dos misiones que transcurren paralelas, en Niza y Sorrento. El botín son unas cartas del yerno y ministro de Asuntos Exteriores de Mussolini, en la caja fuerte del banquero español que paga el golpe del generalísimo Franco, y los libros secretos del campeón mundial de ajedrez, custodiados por el KGB. Las mismas manos curarán las heridas del héroe en Sorrento y en Niza.
Ha utilizado con genio, como un seductor deslumbrante, la iconografía cinematográfica, canónica
Arturo Pérez-Reverte ha utilizado con genio, como un seductor deslumbrante, la iconografía cinematográfica, canónica, del héroe y la heroína, dos bellezas. Max, con “cicatrices de amores y batallas”, legionario a los 19 años en la guerra de Marruecos, “suavemente cínico (…) algo canalla”, se mantiene patológicamente solitario por salud, por instinto de superviviente. Lúcido, educado en la experiencia propia y ajena, viste como un caballero ropa de caballero, brilla en las mejores casas y, si es necesario, roba con escalo, abre cajas fuertes, para una cuchillada, revienta un ojo con un dedo, y resiste a la tortura, todo con serenidad profesional, eternamente “leal y recto en sus mentiras y traiciones”. Y la mujer, Mecha, también es de película: una potencia económica y sexual, puro glamour e inteligencia. “Durante miles de años los hombres habían guerreado, incendiado ciudades y matado por conseguir mujeres como esa”, piensa Max. Siempre aparece como acompañante, mujer de un compositor genial en Buenos Aires o Niza, y en Sorrento madre del aspirante a campeón mundial de ajedrez.
Y hay una sorpresa, un rasgo más de talento, en este Tango. Creo que Pérez-Reverte aprovecha los juicios de los protagonistas sobre la música del compositor de Troeye para exponer su propia idea de la obra de arte. “Se requiere mucha inteligencia para disfrazar de artificio las propias emociones”, dice el héroe. “Más le divierte trabajar con la copia que con el original (…) enmascararse adoptando maneras de pastiche. Parodiando incluso, y sobre todo, a los que parodian (…) Es un compositor extraordinario, que merece su éxito”, sentencia la heroína. En esta novela-espectáculo puede aparecer un personaje que, puesto que su presentación no gusta al héroe, pide repetir su entrada en escena, como si todo fuera un teatro o una secuencia de película. El espía más sanguinario del cuento debe recordarnos en presencia de dos cadáveres que “esto no es una novela. Así que no pienso dedicar el último capítulo a explicar cómo ocurrió todo”. Y, cuando el héroe viejo hace mutis, dirige una leve reverencia hacia el pasado y el sueño, que le da la espalda, como “despidiéndose de un público invisible que desde allí hiciera sonar aplausos imaginarios”.
Decorados y vestuario son esenciales en esta historia: el fabuloso mundo perdido, nombres de barcos, bebidas, bailes, hoteles, sastres y diseñadoras de moda, marcas de coches, tabaco, pistolas, perfumes y cajas de caudales, músicas, un escenario que se desmonta mientras se representa la última función. El drama trata de clasismo, aspiraciones y resentimiento, de deseos. El asunto es doble, como el de todos los poemas: el amor y la muerte, aunque sea una muerte aplazada y vivida en plenitud a lo largo de cuarenta años. El tango de la Guardia Vieja es un logro, una novela feliz.
El tango de la Guardia Vieja. Arturo Pérez-Reverte. Alfaguara. Madrid, 2012. 498 páginas. 21 euros
Babelia
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