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Marcos Ordóñez dobla la esquina del recuerdo

El escritor y crítico publica ‘Un jardín abandonado por los pájaros’, unas emotivas memorias

Jacinto Antón
El escritor y crítico Marcos Ordóñez.
El escritor y crítico Marcos Ordóñez.CARLES RIBAS

Hemos quedado aquí, en un bar del Raval barcelonés, porque a muy poquita distancia su abuela vio volar caballos y perdió un brazo. Literalmente. Fue el 17 de marzo de 1938, durante el peor momento de la ofensiva de la aviación fascista italiana: una bomba alcanzó de lleno a un carro de la basura tirado por caballos y los lanzó al aire mientras la metralla mutilaba a la mujer.

Llega Marcos Ordóñez (1957) a la cita con gorra de El hombre tranquilo y hambre de lobo. Pide dos bocadillos de queso y una Coca-Cola light. Mientras le observo beberla no puedo dejar de pensar en el momento de su nuevo libro, Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph), en el que habla de su infancia y primera adolescencia (de gran precocidad literaria aunque problemática con el plinto), y recuerda su primera Coca-Cola: “Una galerna color caramelo estallando en burbujas y espumas, sobrevolada por un gajo de limón como un tucán”. El libro, memorialístico pero con una clara voluntad narrativa, es puro Marcos Ordóñez en estado de gracia, que ya es decir.

“No es solo un libro autobiográfico”, señala, “sino que cubre un siglo y algo más de memoria familiar, y ahí he tenido que novelizar, por supuesto, porque el recuerdo personal no alcanza; digamos que es una autobiografía basada en hechos reales”. Un jardín abandonado por los pájaros está lleno de deliciosos guiños generacionales (los darlins, los serenos, la Esplugas City de Balcázar, Herta Frankel, a la que el niño Ordóñez ¡besó la mano!, el Bazar del Poster en el Pasaje Arcadia, el Kok D’Or –“la versión pop del Piolindo”-, la colección RTV, el cine de sesión contínua, las calcomanías, El agente de Cipol) y en ese sentido Ordóñez señala que es “una autobiografía compartida”. Apunta que su “modelazo, inalcanzable”, es Habla, memoria, de Nabokov.

El libro de Ordóñez relata de manera entrañable, luminosa y con muchísimo humor, aunque también con momentos de un tremendo dramatismo (como el episodio de la abuela y la Aviazione Legionaria) la historia de la familia del escritor y la primera etapa de la vida de éste (el primer recuerdo, el primer libro, el primer teatro), hasta los 16 años, en los primeros setentas, cuando se cierra la casa de los abuelos. “Es la etapa de formación, cuando descubres todo por primera vez, cuando las maravillas tienen más fulgor. El tiempo de la infancia está bajo el signo de lo eterno, el verano no acaba nunca, la gente no se muere, Huckleberry Finn flota para siempre en su balsa. Paralelamente está el tiempo histórico, en el que suceden las cosas, el río tumultuoso de la vida, el tiempo de la novela familiar, de un barrio y unas gentes”. La familia incluye personajes tan interesantes como el bisabuelo Restituto, carlista; el general Ordóñez, “constructor del famoso cañón Ordóñez”, ganador de la Lauredada en Cuba y al que mató un francotirador en la guerra de Marruecos; o el tío Juan Manuel, que fue accidentalmente el primer soldado nacional que entró en Madrid: se fugó de su regimiento a las afueras de la capital para visitar a su prima en el barrio de Salamanca, donde hizo su irrupción con uniforme de requeté mientras los niños gritaban: "¡Ya han entrao, ya han entrao!" (“esa historia le gustaría mucho a Azcona”).

El reparto de estas memorias familiares de gran scope, que arrancan con un travelín por la escalera de vecinos y su ambiente napolitano, y están escritas con obvia felicidad, incluye por supuesto al padre, comisario de policía, del que Marcos Ordóñez ya ha escrito en otros libros anteriores, y que era amigo de Capri, se carteaba con Jardiel Poncela y lloraba con Pepe le Moko, o la tía Florentina, enamorada de del protagonista de West Side Story y que fue puntualmente cada día durante dos años a ver la película hasta que el cielo la recompensó con un beso del mismísimo actor.

El libro es un acto de amor hacia la familia, empezando por la madre. “Y de gratitud. De joven crees que no le debes nada a nadie, luego ves que estás hecho de muchas aportaciones, y que hay que dar las gracias, gracias por tantas por tantas cosas, empezando por estar vivo”.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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