Melocotón en acíbar y perros desnortados
En 'Bona Gent', acaba uno poniéndose del lado del presunto villano, y no sé si eso es un problema o una muestra de astucia 'El coloquio de los perros' es una propuesta decepcionante, una puesta al día en el que la voz de Cervantes se queda en balbuceo
1. David Lindsay-Abaire estrenó Good People (2011) en el Manhattan Theatre Club: la función obtuvo muy buenas críticas y Frances McDormand se llevó un Tony. El año pasado la presentó en castellano Claudio Tolcachir en Buenos Aires, con Mercedes Morán y Gustavo Garzón, y ahora la dan en el Goya barcelonés, en versión catalana (Bona gent) del impecable Joan Sellent y dinámica puesta de Daniel Veronese. Margie Walsh, su protagonista, es una madre soltera en paro, con una hija discapacitada, que vive en Southie, un suburbio de Boston, y visita a Mark Dillon, un antiguo amor del barrio, ahora médico acaudalado, para pedirle trabajo. Pese al título, el autor no dibuja a su protagonista como una santita. Margie es una mujer desesperada y humillada que provoca una constante mezcla de solidaridad y repulsa. Tiene muchas cuentas pendientes en la tripa, que estallan como un géiser, para gran regocijo del público, pero es más bruja que el bicho que picó al tren, y no cito ejemplos para no destripar la trama. Acaba uno casi poniéndose del lado de Mark, el presunto villano, y de Kate, su esposa, que tienen una paciencia que ni el santo Job, y no sé si eso es un problema o una muestra de la astucia de Lindsay-Abaire: que cada cual saque sus conclusiones.
Los problemas, a mi juicio, son otros. Uno: Margie guarda un secreto, que revelará en su arrasadora visita a la casa del matrimonio, y resulta ser un sacrificio un tanto inverosímil, de melodrama victoriano. Dos: la función es el segundo acto. El primero es una exposición muy dilatada, con cuadros más informativos que dramáticos (el diálogo inicial con Stevie, el encargado del súper; la charla con las amigas Dottie y Jean, o la visita al bingo), todos ellos muy bien defendidos, eso sí, por Rubén Ametllé, Angela Jové y Nies Jaume. Veronese imprime el ritmo y la naturalidad precisos, con diálogos escopeteados, pero el texto no despega hasta la visita de Margie al consultorio de Mark. A partir de ahí la función va como una seda. Mercè Arànega, poderosísima actriz, exhala fuerza sarcástica y rencor acumulado en un personaje que parece escrito a su medida. Àlex Casanovas lleva varias temporadas bordando sus roles y defiende como un lobo a ese Mike que tiene todas las apuestas en su contra. El careo entre ambos, muy bien secundados por Càrol Muakuku (Kate), es una escalada de tensión notablemente pautada, que acaba echando chispas (lo raro es que no acabe como Atracción fatal) y vale por todo el espectáculo.
2. Es una verdadera lástima que un actorazo del calibre de Ramon Fontserè haya cocinado, como director y dramaturgo (tarea esta que comparte con Albert Boadella y Martina Cabanas) una propuesta tan decepcionante como El coloquio de los perros, intento de “puesta al día” en el que la voz de Cervantes se queda en balbuceo, cosa insólita en un teatro como el Pavón, nacido para difundir a nuestros clásicos. Podríamos olvidarnos de eso como lo hicimos en El retablo de las maravillas (2004), otra versión libérrima (con la firma de Boadella), pero con más ingenio, mordiente y teatralidad. A mí no me importa que se aparten del original, siempre y cuando la realidad que quieran satirizar sea viva y compleja. Aquí, Cipión y Berganza, reconvertidos en chucho y chucha (Fontserè y Pilar Sáenz) dialogan con Manolo (Xevi Vilà), guardián nocturno de una perrera, propenso a la réplica revisteril (“Esos dos han criado casi como los Ruiz-Mateos”, “¿En qué equipo juega ese Can Cerbero?”, etcétera) y narran su viaje y sus encuentros con la gente de hoy. Extrañamente, de todo lo que está sucediendo a nuestro alrededor, los dramaturgos solo parecen interesados en los “animalistas” que liberan perros y gatos por las noches, las señoras plurioperadas que gastan mucho dinero en sus mascotas o la policía que afana lo que decomisa en los aeropuertos. Nos queda claro, por lo mucho que se repite, que para Fontserè y compañía los perros no son personas y que hay gente que les trata mejor que a los humanos. Y que el campo ya no es lo que era, y que los pastores de hoy (un magrebí y un castellano) no tienen nada que ver con los de las églogas (cosa que demuestran enculando a los perros). Se desperdician, a mi juicio, ideas potencialmente graciosas, como la propuesta de fundar una ONG canina, o personajes sugestivos que se quedan en el apunte (el Collie y la pequinesa que, ataviados como rockeros, desafían a la muerte cruzando la autopista nocturna). Las caricaturas son muy planas y muy bajo el vuelo del humor, desde ese prescindible “Meca, meca… me cago en el moro” hasta el baratísimo “Vivo sin vivir en mí / y tan alta vida es perro / que muerdo porque no muerdo” que suelta la encocada Berganza. Hay incongruencias pasmosas, como el punk, músico ambulante, de quien se nos dice que “sustenta a seis furcias como a unas reinas”, imagino que para suscitar la previsible diatriba: “Esto del ganar de comer holgando tiene muchos aficionados y golosos, por eso hay tantos titiriteros en España”. El epílogo, protagonizado por una pareja de “animalistas” sin entrañas, hubiera complacido al Martínez Soria de ¿Qué hacemos con los hijos? Llorenç Corbella firma una escenografía mínima, esencial, que resuelve con imaginación los muchos cambios de espacio. Dolors Tuneu y Xavi Sais se multiplican para encarnar, en un notable trabajo de máscara y pechando con los arquetipos, a todos los que Cipión y Berganza se encuentran en su camino. Lo mejor, el estupendo trabajo gestual de Fontserè y Sáenz.
3. También he visto Els ferèstecs (I rusteghi), de Goldoni, en el Lliure. Una comedia (lo que antes se llamaba “juguete cómico”) deliciosa e hilarante, versioneada y dirigida por Lluís Pasqual con mano maestra. Un carrusel milimétrico, imparable, sin un bajón de ritmo, que el patrón del Lliure ambienta en la Cataluña profunda de los días de la primera República, con una compañía extraordinaria: Jordi Bosch, Rosa Renom, Laura Conejero, Rosa Vila, Andreu Benito, Xicu Masó, Pol López, Boris Ruiz, Carles Martínez, y una revelación cómica llamada Laura Aubert. No es frecuente ver a todo un teatro puesto en pie al acabar: esta función es el tónico ideal para subir el ánimo más alicaído. En breve se lo cuento.
Bona gent. De David Lindsay-Abaire. Dirección: Daniel Veronese. Intérpretes: Mercè Arànega y Àlex Casanovas. Teatre Goya. Barcelona. Hasta el 5 de mayo.
El coloquio de los perros. Adaptación de la obra de Cervantes. Dirección: Ramon Fontserè. Intérpretes: Ramon Fontserè, Pilar Sáenz. Teatro Pavón. Madrid. Hasta el 28 de abril.
Babelia
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