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Echenoz evoca su biblioteca juvenil de la mano de Manguel

Los autores se encontraron ayer en el Instituto Francés de Madrid Hablaron de cómo sus lecturas de infancia y juventud despertaron el escritor que llevaban dentro

Elsa Fernández-Santos
El escritor francés Jean Echenoz.
El escritor francés Jean Echenoz.DANIEL MORDZINSKI

Mientras anoche una fría tormenta teñía de naranja la puesta de sol, dos butacones rojos esperaban sobre el escenario del salón de actos del Instituto Francés de Madrid el acomodo de Jean Echenoz (Orange, 1947) y Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948), dos escritores dispuestos a evocar sus lecturas juveniles e infantiles entre rayos y truenos. Un encuentro con el público (que tan solo medio llenó la sala) para charlar durante casi dos horas sobre libros, literatura, nietos y el futuro del papel (los dos coinciden en rechazar los discursos apocalípticos). Echenoz, ese escritor de gusto melancólico (“mezclada con ironía, vivacidad y elegancia”, según la crítica), se encorvó en el asiento —quizá por timidez: “decir que soy escritor me suena ridículo”, había dicho en la antesala del acto— mientras Manguel (ese escritor e historiador de la lectura en permanente búsqueda de la biblioteca perfecta) se mantuvo erguido manteniendo el tono y el ritmo de la conversación. “Hacía tiempo que perseguía un encuentro con Jean, pero nos costaba cuadrar la agenda, me alegra que por fin sea, aunque no estemos solos”, confesó Manguel.

Básicamente, hablaron de lecturas de infancia y juventud, y de cómo despertó en sus conciencias el escritor que llevaban dentro. “Los primeros libros que recuerdo leer son los cuentos de los hermanos Grimm”, relató Echenoz. “Me gustaban las aventuras fantásticas, me gustaba asustarme leyendo, pasar miedo sabiendo que al final todo acabaría bien. Mis padres viajaban mucho y yo solo recuerdo una constante en mi infancia: los libros, ellos me proporcionaban una seguridad que hoy, cuando vuelvo a ellos, sigue intacta”. Grimm, Andersen (“con su dosis de violencia”), las Condesa de Segur… “En ellos encuentro más fidelidad que en ninguna otra parte. 65 años después, aún guardo algunos de aquellos libros”. Para el Echenoz el miedo respondía a una fascinación que no implicaba ningún terror: “yo estaba solo con mi libro pero no había un trauma de por medio… La presencia de la crueldad en los cuentos es permanente, pero se trata de una crueldad fascinante”.

Para Echenoz, “un lector fabrica el libro tanto como el autor”, y eso convierte, como apuntó Manguel, “cada biblioteca en una autobiografía”. Al escritor argentino aún le admira “el ojo censor” que siendo aún crío surgió en él. “Detectaba lo que no me gustaba y no temía descartarlo. Leía de una forma muy libre”. “Recuerdo leer cosas que no entendía en absoluto, como una novela de Moravia que cayó en mis manos antes de tiempo. Leemos cosas que no entendemos pero les damos un valor casi mágico, de misterio… Las palabras difíciles, los obstáculos, se convierten en tesoros”. El escritor evocó también el descubrimiento de la mentira: “Yo tenía siete años y fue leyendo la cubierta de La isla del Tesoro. El chico narrador no coincidía con el tipo que firmaba el libro. ¿Qué era eso? ¿Es que alguien me engañaba? Todo aquello solo era un juego”.

El autor Alberto Manguel.
El autor Alberto Manguel.CLAUDIO ALVAREZ

Embustes, juegos, bibliotecas paternas (“mis padres eran grandes lectores”, recordó el francés),  colecciones de libros juveniles rosas y verdes, y, ¿cómo no?, Kipling. “¡Elefantes, camellos..! Estoy deseando que mi nieta crezca un poco para poder leerle los cuentos de Kipling”, aseguró Manguel.

Los dos autores explicaron entonces su desembarco en la escritura. Para Manguel fue la consecuencia directa de su amor a la lectura, para Echenoz la convicción de que no tenía nada mejor que hacer. “Empecé a escribir porque me gustaba leer, lo malo fue comprobar que esas lecturas no se traslucían en mis esfuerzos, como lector sabía que lo que escribía no merecía la pena. Así que de los 10 a los 15 años lo dejé. Borges dijo que los escritores escriben lo que pueden mientras que los lectores leen lo que quieren. ¿Por qué no aceptar esa enorme libertad? No sé, supongo que como lector es aún más difícil ganarse la vida”, dijo el argentino.“

“Es curioso, a mi la conciencia de escribir tonterías no me impidió hacerlo”, admitió Echenoz. “Creo que me pasé 30 años escribiendo cualquier cosa pero sin poder dejar de hacerlo. Antes de los 10 años ya sentí que no tenía nada mejor que hacer que escribir”. El autor de 14, explicó que sería incapaz de escribir para niños, “tampoco podría escribir un ensayo, ni una obras de teatro Solo novelas. Las ideas no me llegan antes sino cuando empiezo a escribir, se desencadena en el proceso”. El diálogo siguió citando a Dickens, Vargas Llosa y Kafka hasta llegar a un punto de discrepancia: ¿lo que un autor no quiere publicar en vida hay que respetarlo después de muerto? Manguel cree que lo que un escritor no destruye con sus manos es porque en el fondo busca encontrar un lector. “Cuesta destruir lo que uno a escrito pero no por eso quieres publicarlo”, le rebatió Echenoz. “Hace 25 años escribí una obra de teatro que no quiero que nadie lea, pero me cuesta deshacerme de ella. Aunque después de esta conversación lo voy a hacer nada más llegar a casa”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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