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El pintor de la bruma industrial

La Tate Britain reexamina la obra de L.S. Lowry, gran pintor popular británico del siglo XX, y rompe con décadas de menosprecio crítico

Álex Vicente
L. S. Lowry, 'Piccadilly Circus, Londres 1960'. Private Collection © The Estate of LS Lowry. © Christie’s Images Limited / The Bridgeman Art Library.
L. S. Lowry, 'Piccadilly Circus, Londres 1960'. Private Collection © The Estate of LS Lowry. © Christie’s Images Limited / The Bridgeman Art Library.

Sus cuadros colgaron durante décadas en todo comedor al norte de Worcestershire. A lo largo de la primera mitad del siglo pasado, L.S. Lowry se convirtió en el más popular de los pintores británicos, pese a que sus obras no figuraran en las galerías de ningún gran museo estatal. Ni siquiera se le consideraba un artista de verdad, sino un mero aficionado con cierto talento para el paisajismo urbano. "Existen muchas percepciones erróneas sobre su figura que nunca se han acabado de extinguir. Se le trató de artista menor, provinciano, amateur y sin formación alguna. Esta exposición pretende demostrar que todos esos prejuicios son inadecuados", explica Helen Little, una de las comisarías de la gran retrospectiva que la Tate Britain acaba de inaugurar en Londres. Se trata de la primera de estas dimensiones en más de treinta años. Y también del primer tributo que encierra la voluntad de rendirle justicia de una vez por todas. "Cuando llegaron los setenta, Lowry dejó de estar de moda. Su obra parecía vieja e irrelevante cuando, en realidad, es todo lo contrario. Fue el único pintor británico que se esforzó en convertir la industria en un tema digno para el arte", añade la comisaria.

Más de noventa lienzos de Lowry, que creció en la periferia de Manchester que retrataría durante toda su vida, relucen ahora en el mismo museo londinense que lo ha ignorado durante décadas. Hace dos años, una petición liderada por el actor Ian McKellen protestó contra su exclusión de las galerías públicas, considerada un signo de desprecio por la cultura industrial del norte del país. Entre quienes lo apoyaron se encontraba la pintora Paula Rego, que fue su alumna durante los cincuenta, o el cantante Noel Gallagher, quien le rindió un sentido homenaje en su vídeo para The masterplan . "Lowry es igual que los Beatles: para mí siempre ha estado ahí. Me parece increíble que un artista con una identidad tan fuerte todavía no sea aceptado", declaró Gallagher, aludiendo a un supuesto esnobismo antinorteño que explicaría que sus cuadros criaran polvo en un almacén de la Tate. Tal vez no sin razón: un crítico de arte de The Times comparó recientemente sus cuadros con "las ilustraciones de ¿Dónde está Wally?".

L. S. Lowry. 'Returning from Work 1929'. Private Collection © The Estate of LS Lowry.
L. S. Lowry. 'Returning from Work 1929'. Private Collection © The Estate of LS Lowry.

La muestra de la Tate pretende demostrar que despreciar a Lowry es solo un mecanismo fácil. Como define el poeta Michael Symmons Roberts, el pintor descubrió "la belleza visionaria de las malezas posindustriales" y se esforzó en trasladar al lienzo las fábricas de ladrillo que brotaban en el perímetro industrial de Manchester, en oposición frontal con la imagen oficial de lo que debía ser el arte británico: una serie de ensoñaciones pastoriles dignos de los tiempos victorianos, cuando no de los artúricos. El cristal con que miraba Lowry era menos embellecedor. El ruido de las máquinas y el humo de las chimeneas configuraba un nuevo paisaje poblado por cientos de miles de obreros que encontraban un breve remedio a su inevitable alienación en la misa dominical, la feria ambulante y los torneos de fútbol. Hasta que llegaba el lunes y todo volvía a empezar.

Una inalterable monotonía marcaba el ritmo vital de esta tierra baldía, sin variación ni progreso apreciable en el horizonte, en el que el individuo se había convertido en miembro integrante de un gigantesco rebaño. Dickens había descrito la revolución industrial negro sobre blanco, pero casi nadie había cogido un pincel para hacer algo parecido. "Mi ambición fue poner la escena industrial en el mapa, porque nadie lo había hecho con un poco de seriedad", dejó dicho. En ese mismo submundo se originaría la fotografía de Tony Ray-Jones y el primer Martin Parr, así como el cine social de Ken Loach o Mike Leigh, quien no por casualidad dedicó a Lowry una escena en una de sus primeras obras teatrales. Pese a esta britishness inherente, la Tate insiste en apuntar la influencia de Seurat, Courbet o Pissarro y en observar que fue discípulo de Adolphe Valette, pintor impresionista exiliado en Manchester. Hasta el punto de calificarle, reciclando la célebre expresión de Baudelaire, como "el pintor de la vida moderna".

L. S. Lowry. 'The Pond 1950'. Tate © The Estate of L.S. Lowry.
L. S. Lowry. 'The Pond 1950'. Tate © The Estate of L.S. Lowry.

Sin distancia ni contexto, sus cuadros pueden parecer inofensivas postalitas filosindicales que celebraban esa nueva vida envuelta en la bruma industrial. La exposición apuesta por cambiar de tesis. Al yuxtaponer sus panorámicas urbanas, las inocentes figuras trazadas sin excesiva atención al detalle (esos matchstick men u "hombres-palillo", como los llaman en su patria) se acaban convirtiendo, quién sabe si contra la voluntad de Lowry, en integrantes de una masa de obreros cabizbajos que avanzan sin cesar, pero también sin preguntarse hacia dónde. "Lowry no tuvo ninguna intención de ser un pintor político, pero lo fue", afirmó la escritora Jeannette Winterson en The Guardian.

No es extraño que la propaganda izquierdista intentó servirse de sus imágenes, convirtiendo al pintor en una especie de icono del laborismo de posguerra. Aunque, en realidad, Lowry fue un conservador declarado, pese a que nunca se afilió a ningún partido y fue poseedor de un récord histórico por haber rechazado, hasta en cinco ocasiones, que le colgaran la medalla de caballero del Imperio un récord histórico por haber rechazado, hasta en cinco ocasiones, que le colgaran la medalla de caballero del Imperio. Murió en 1976, tras toda una vida trabajando como cobrador de alquileres, viviendo con su madre y sin haber practicado nunca el sexo, según su propia confesión. Dejó toda su fortuna a una aprendiz de pintora que llamó a su puerta cuando solo tenía 13 años, con la que estableció una extraña amistad. La exposición en la Tate se complementa con otra muestra en su ciudad natal, Salford, donde se exhiben por primera vez más de un centenar de dibujos extraños y torturados, repletos de muñecas robóticas y de sexualidad latente y algo enfermiza.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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