El año de coge el dinero y corre
José María Guelbenzu ahonda en su nueva novela, ‘Mentiras aceptadas’, en la pérdida de valores y el afán de enriquecimiento que marcó a la sociedad en 2005
Escritor, editor y crítico, José María Guelbenzu (Madrid, 1946) pisa con conocimiento casi todos los frentes del territorio literario español. Gran experto en narrativa anglosajona, es uno de los pocos escritores que ha logrado llevar con naturalidad la doble labor de autor y crítico, o “reseñista”, como precisa él. Su verdadera vocación, la de novelista, se inició en 1967 con El mercurio y ahora sube un peldaño con Mentiras aceptadas (Siruela), historia que transcurre en 2005, mal año para su protagonista y peor aún para el inminente descalabro de la sociedad española. “Porque ese es el año en el que todo el mundo tiene dinero, y quien no lo tiene parece tonto”, explica Guelbenzu. “Pero a la vez es el año en el que todo lo que se va a pudrir ya está bajo el suelo. Como en aquella maravillosa primera secuencia de Terciopelo azul que arranca con un feliz saludo a la americana y acaba con la cámara atravesando la tierra, apuntando hacia el mal…”.
“La crisis actual dará buenas novelas si no se cae en el casticismo”
La imagen de la película de David Lynch sirve para expresar la inquietud que late en una novela que arranca con un suceso: el atropello de un niño en una mañana invernal madrileña. Gabriel Cuneo, un guionista televisivo de éxito separado de una mujer guapa, lista y trepa, y padre de un hijo adolescente, es testigo de la tragedia. Desde ese día, y por diferentes motivos, la vida de Cuneo, que vive en Argüelles y hace footing en el paseo de Rosales para luego mojar el café con churros y tabaco, se tambalea. “Él es un tipo contradictorio. Un, por llamarlo de algún modo, progre desvaído, metido en un ritmo de vida burgués pero sin olvidar, aunque no los ejercite, sus valores. Ahora se le plantea un problema ante un hijo adolescente que empieza a volar y un padre enfermo. Eso le obliga a mirar al futuro, y al pasado”.
Los ingredientes que abonan el camino de gran parte de los personajes del libro son el dinero fácil, la corrupción y la picaresca, la degradación del poder y de profesiones como la periodística (“el 23-F marcó el momento exacto en que el periodismo se convirtió en el cuarto poder y solo algunos supieron asumirlo con responsabilidad”, argumenta el autor) y sobre todo la pérdida de moralidad que precipitó la situación presente. “Lamento decirlo, pero las crisis son ideales para un escritor. La mejor literatura de más o menos la segunda mitad del siglo XX es la alemana, y Alemania estaba dividida, histérica y sujeta a la teoría del doble gatillo atómico, mientras los otros países eran burguesías apacibles contando historias de triángulos amorosos. La situación actual dará buenas novelas si no se cae en esa tendencia española al casticismo y al costumbrismo, mala para la ambición literaria”.
En la primera página, una cita de La Eneida (“Ea, padre querido, monta sobre mi cuello. / Te sostendré en mis hombros. No va a agobiarme / el peso de esta carga…”) y una dedicatoria (“A Javier Pradera, por su ejemplar dignidad, por su amistad y por su última sonrisa”). “Yo he tenido tres referentes: Pradera, García Hortelano y Juan Benet”, explica Guelbenzu. “Yo escribo para ordenar mi experiencia y estos tres referentes han sido fundamentales para orientar esa experiencia. Conocí a Pradera en una charla marxista, cuando yo era muy joven. Admiraba su capacidad de interpretar la realidad, su enorme coherencia. Benet, que no podía tener discípulos porque era un escritor terminal y no seminal, nos transmitió algo muy importante: un extraordinario rigor en la escritura y en la concepción de la literatura”.
“Yo he tenido tres referentes: Pradera, García Hortelano y Juan Benet”
Ese rigor le obliga a rechazar al que llama “lector ingenuo, que se identifica con lo que lee”. Y añorar al que se distancia y es crítico. “En España hay un público muy reducido para las novelas de ambición literaria. La gente que intenta escribir de manera distinta sigue teniendo un rechazo mayoritario. Yo cuando escribo no pienso en el público, escribo para la literatura, si es que se pudiera decir así, pero como no soy idiota también quiero un público. Lo cierto es que cuanto más profundizas en un tema, menos lectores tienes. Porque lo que falla es el lector complejo. Philip Roth ha dicho a propósito de la muerte de la novela que no es la novela lo que está muriendo, sino el lector complejo, y que eso acabará dirigiendo la novela a otro sitio. Medio en broma solemos calcular que en España solo hay 10.000 de esos lectores y seducirlos pone la cosa realmente muy complicada”.
Babelia
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