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Unos premios con mordida

La primera edición de los galardones cinematográficos Feroz recurre a la acidez en la gala y la ecuanimidad en el reparto de estatuillas

Foto de los actores de los galardonados durante la entrega de los I Premios Feroz que otorga la Asociación de Informadores Cinematográficos de España, ayer en el Cine Callao
Foto de los actores de los galardonados durante la entrega de los I Premios Feroz que otorga la Asociación de Informadores Cinematográficos de España, ayer en el Cine CallaoFernando Alvarado (EFE)

"Voy de amarillo porque, total, no voy a subir al escenario”. Aura Garrido, nominada en los Premios Feroz a mejor actriz por su papel en Stockholm, se equivocaba. Es verdad, no recibió el galardón. Pero ayer por la noche sí pisó la platea del Callao City Lights para recoger, con el equipo del filme, la distinción a mejor película dramática. Junto a ella, en un fin de fiesta alborotado y familiar, Inma Cuesta, también de un amarillo que brillaba entre tanto traje oscuro, celebraba con sus compañeros la victoria de 3 bodas de más como mejor película cómica.

Ellas encarnan la bicefalia de los premios otorgados por la Asociación de Informadores Cinematográficos. Unos galardones que han resultado, finalmente, una hidra. Ninguna de las dos películas ganadoras se llevó otro de los grandes premios, y 3 bodas de más solo engrosó su palmarés con la estatuilla a mejor cartel. Vivir es fácil con los ojos cerrados vio premiados dirección y guion, a cargo de David Trueba, uno de los protagonistas de la noche, y Las brujas de Zugarramurdi triunfó con sus actores secundarios (Terele Pávez y Mario Casas). El premio a mejor actor fue a parar a manos de Antonio de la Torre por Caníbal, aparentemente tan querido por la prensa como por la Academia (le esperan dos nominaciones en los cercanos Premios Goya). Salomónicamente, y siguiendo el rumbo que marcaba el Festival de San Sebastián, Marián Álvarez se llevó el Feroz a mejor actriz por La herida. Ecuanimidad o falta de consenso, según se mire.

El que se fue de balde fue Daniel Sánchez-Arévalo, que no se llevó a casa ni una de las seis nominaciones que había obtenido La gran familia española. Grand Piano, con dos nominaciones, incluida mejor película dramática, se hizo con el galardón a la mejor música original. En el lado opuesto, Gente en sitios obtuvo el 100% de los premios a los que optaba: uno, al mejor trailer, un empate con el de Los amantes pasajeros, que subió a recoger el mismo Pedro Almodóvar. El manchego tuvo que aguantar las bromas de la presentadora, Alexandra Jiménez —guionizadas y orquestadas por el director Paco Cabezas (Spanish Movie)— sobre su ausencia, y la de su filme, en los principales premios.

Poco parecía importar todo esto, sin embargo, en una gala que, creada a imagen de los Globos de Oro estadounidenses (cena incluida), tenía más de fiesta que de acto formal. De hecho, la gala comenzó con un brindis -el de David Carrón, director de la Asociación por el periodismo y por el cine, y terminó con las consecuencias visibles de la euforia pasada por Rioja: alguna lengua de trapo, exaltación de la amistad y revuelo en el escenario con una foto de familia anárquica y feliz.

En los Premios Feroz no faltó tampoco quien hincara el colmillo. Más Tina Fey que Gervais, Jiménez condujo la gala entre pullas a diestro y siniestro, acogidas a carcajadas, y algún despunte surrealista del folleto de Cabezas, recibido con tímidos aplausos. Queriendo desmarcarse de los Goya y su corrección, en los más ácidos Feroz no se salvó ni el apuntador. Primero, un dardo a la Academia del Cine: “Por primera vez en España tenemos premios en los que la gente vota habiendo visto las películas”, espetaba la presentadora. Después los artistas, de Candela Peña (“se han acabado los chistes políticos por hoy, salvo que, Candela, tengas algo que añadir”) a Javier Cámara (que se tragó un irónico “eres un camaleón”). Por último, la prensa: si la gala la cerraba un personaje híbrido entre los críticos Javier Ocaña y Carlos Boyero, una suerte de Fantasma de la Ópera, Trueba lanzaba la puñalada más aguda: “Puedo decir que soy periodista, de lo que no me siento especialmente orgulloso”. Nada de lo que preocuparse, porque, como rezaba el guión de Cabezas, “Una industria sana es una industria capaz de reírse de sí misma”.

Bromas aparte, no faltaron palabras de unidad. Un recuerdo a los “11.000 periodistas que han perdido su trabajo desde 2007”, como recordaban Trueba y De la Torre, que también combinaba el oficio de actor con el de la información; un aplauso a los compañeros secuestrados en Siria; un aullido de ánimo a dos industrias, la del celuloide y la del papel, heridas de gravedad. José Sacristán, premio de honor, ya señaló esta relación de necesidad mutua entre cineastas y periodistas. Daniel Castro, que recogió el premio Feroz especial por Ilusión, lo materializó: “Sin vosotros, esta película [pequeño equipo, pocos medios, bajo presupuesto] habría sido invisible.

La hermandad fue también contra el poder político. De la Torre loaba al municipio burgalés de Gamonal como ejemplo de “que las luchas de pueden ganar, porque somos más, somos mejores y tenemos razón”. La voz grave y profunda, de hombre de teatro, de José Sacristán, apelaba a la “ferocidad” de los premios contra “el feroz recaudador, el feroz recortador”. Todo con la alegría del superviviente, con la que Trueba explicaba el porqué de tanta fiesta en mitad de la tormenta: “Cualquiera que haya sacado adelante una película este año, no es que se merezca un premio, es que se merece un homenaje de la Agencia Tributaria”.

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