Rondó para cuartetos
'El baile', de Neville, una de las grandes comedias de los cincuenta, vuelve dirigida por Luis Olmos
Un amigo se fue de Montevideo a los 17 y volvió 20 años después. Llamó a la puerta de una antigua novia y se le cortó el aliento: era idéntica a su recuerdo adolescente, como si el tiempo se hubiera detenido. Tardó unos segundos eternizados en caer en la cuenta de que estaba ante la hija de su viejo amor. Una epifanía similar da alas a la clausura de El baile, de Edgar Neville, tal vez la comedia más delicada, melancólica y romántica de la España de los cincuenta, y también la más exitosa. Conocido como cineasta, narrador y bon vivant, el aristócrata Neville había estrenado Margarita y los hombres en 1934; llevaba, pues, casi dos décadas alejado del teatro cuando en otoño del 51 “le llovió del cielo” la idea de El baile, dictada en cuatro mañanas (sí, han leído bien) a su secretaria Isabel Vigiola, esposa de Antonio Mingote, como ella contó hace poco en este diario. El baile se estrenó en el Arriaga de Bilbao en junio de 1952, con Conchita Montes (Adela), Rafael Alonso (Julián) y Pedro Porcel (Pedro), dirigida por el propio Neville. En septiembre, según la costumbre de entonces, llegó a Madrid, a la Comedia, donde se afincó por varias temporadas. Más tarde triunfó en Sudamérica y se vio también en Berlín, París y Londres, representada allí por la propia Conchita Montes en inglés, idioma que dominaba desde la infancia. En 1955, Neville estrenó la secuela Adelita, que comenzaba justo donde acabó la anterior, con el mismo trío protagonista, secundados por Mercedes Albert, Fernando Guillén y Gerard Tichy, de nuevo en la Comedia. Fue bien acogida, pero quedó muy lejos del bombazo de su predecesora. No volvió a soplar con tanta fuerza la musa teatral sobre Neville: sus restantes piezas (a excepción de La vida en un hilo,aunque inferior a la película original) tienen planteamientos sugestivos, pero resoluciones desmañadas.
El baile, con influencias claras de la alta comedia benaventina y de Coward y Wilde, narra la historia de un triángulo platónico (dos amigos, entomólogos, enamorados de la misma mujer) y su empeño por detener o hacer retornar el tiempo. Pepe Viyuela, en doble rol de actor y productor (¡olé ese riesgo!), ha encargado la puesta de la comedia a Luis Olmos, y tras una gira por España, el montaje ha recalado en el madrileño teatro Fernán-Gómez, con reparto completado por Susana Hernández y Carles Moreu.
El principal escollo del espectáculo es su adaptación, cosa curiosa porque lleva la firma de Bernardo Sánchez
Para mi gusto, el principal escollo del espectáculo es su adaptación, cosa curiosa porque lleva la firma de Bernardo Sánchez, un hombre de teatro (y cine y televisión) que suele realizar excelentes trabajos, como sus versiones de El verdugo o El pisito. Por un lado, creo que ha cortado demasiado, y no veo la necesidad. Cierto que en el original había alguna reiteración, algún pasaje que podía requerir peinado, pero los diálogos seguían sosteniéndose y brillando admirablemente. Tampoco me parece buena idea actualizarla. Los tres actos de Neville sucedían en 1900, 1925 y 1950. Los de la versión de Sánchez, en 1952 (fecha del estreno), finales de los setenta y nuestro presente. Adela (Susana Hernández) es un personaje formidable, una mujer libre y moderna, anticipada a su época, que Neville pareció concebir como un acto de amor hacia Conchita Montes (es difícil no percibir su fraseo), pero diría yo que no tiene la misma fuerza ser libre y moderna en 1900 que en los años cincuenta. No es el único problema. En el último acto, Pedro (Carles Moreu) y Julián (Pepe Viyuela) viven juntos, y han convertido la casa en un templo a la memoria de Adela, como hacía el protagonista de La chambre verte, de Truffaut. Trasladar la acción a una residencia de ancianos se carga radicalmente ese clima y ese dispositivo, y se pierde (o se adelgaza) el hermosísimo ritual de retorno al pasado. Me gusta, en cambio, que en ese tercer acto Adelita, la nieta, no sea “una colegiala de uniforme”, que era lo más chirriante del texto de Neville: aquí es una mujer de veintitantos. Y diría que Sánchez ha tomado (y queda muy bien) una idea de la secuela: cuando la muchacha “acompaña” a Pedro y Julián al último baile, a la manera de la Dama que cerraba la comedia.
Me parece muy mejorable la escenografía que firma Gabriel Carrascal. Comprendo perfectamente que la crisis aprieta y que hay que buscar, sobre todo para una larga gira, decorados sencillos y funcionales, pero la austeridad no está reñida con la imaginación ni con la poesía: ese último acto, en concreto, requería algo más que unos sosísimos paneles.
Con todos los peros, El baile es un trabajo de amor. Veo que Viyuela, Hernández y Moreu coincidieron ya en Las visitas deberían estar prohibidas por el código penal (2007), el homenaje a Mihura que montó Ernesto Caballero en el María Guerrero. No conozco tanto la trayectoria de Moreu, pero Viyuela y Hernández comparten pasión por el teatro de humor español de “la otra Generación del 27”, y parece que llevaran años haciéndolo. Vuelve a aflorar el espléndido registro tragicómico de Viyuela en ese Julián refunfuñón, tan mihuriano, pero de corazón de oro, capaz de la mayor generosidad, y la conjunción de brío, encanto y luz de Susana Hernández, tan poderosa en las escenas de humor como en aquellas donde intenta recuperar la juventud perdida. Me pareció que en el primer acto Carles Moreu estaba más cercano a los payasos blancos de Marcel Achard, con el peligro de deslizarse hacia la blandura, y creo que Luis Olmos debería ajustar más las riendas del ritmo porque hay caídas de tensión. En el segundo, sin embargo, todo va como una seda, y la emoción contenida de los tres la multiplica, como está mandado: Neville juega ahí, del mismo modo, la difícil baza de conducirnos hasta las lágrimas sin forzar el chantaje sentimental, con la elegancia de su amigo y colega López Rubio, otro autor a reivindicar (¿cuántos años hace que no se representan Celos del aire o La otra orilla?) y sin empozarse en los almíbares que arruinaron tantas funciones de Víctor Ruiz Iriarte, de algún modo continuador de ambos. En el tercer acto, Viyuela y Moreu están en una clave más seca e igualmente efectiva, que recuerda al Neil Simon de The sunshine boys, pero, insisto, me sigue faltando ahí el lirismo casi onírico del original.
El baile. De Edgar Neville. Dirección: Luis Olmos. Intérpretes: Susana Hernández, Pepe Viyuela, Carles Moreu. Teatro Fernán-Gómez. Hasta el 4 de mayo.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.