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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pena máxima

La leyenda se nutre de penaltis marcados y penaltis fallados en proporción tal que da para escribir una enciclopedia

David Trueba

Viendo Informe Robinson uno se pregunta por qué el deporte goza de ese programa. El canal de pago recoge en ese archivador historias particulares, ajenas a las premuras de la actualidad, miradas transversales. La pregunta es por qué no se concede un espacio similar a las bellas artes ni a la economía o a la historia política, ni a la arquitectura ni al diseño, ni siquiera a la ciencia. El deporte recibe ese trato deferente en los medios, elevándose por encima de todo el resto de disciplinas. La prima a nuestros futbolistas en el Mundial, inalcanzable en otro oficio, es una consecuencia de esa matemática constante.

En la última entrega del estupendo programa, El penalti de Nash, el profesor Natxo Palacios-Huerta, injerto de la London School of Economics y el Athletic de Bilbao, explicaba la relación entre la teoría de los juegos del premio Nobel John Nash, aquella mente maravillosa, y los lanzamientos de la pena máxima. Tras estudiar una cantidad ingente de penaltis ha llegado a establecer un parámetro. En el 60% de la ocasiones gana en la tanda de penaltis el equipo que chuta primero y también el que peor ha jugado el partido. Los lanzadores tienden a primar su lado natural al golpear el balón. Los porteros muestran también alguna tendencia detectable.

La leyenda se nutre de penaltis marcados y penaltis fallados en proporción tal que da para escribir una enciclopedia. El programa nos cuenta que la selección holandesa contaba con un informe detallado sobre España por si se llegaba a los penaltis en la final del Mundial. También el Chelsea decidió la final de Champions de 2008 contra el Manchester United por penaltis, con la ventaja de saber que el portero rival mostraba tendencia a tirarse hacia el lado natural del lanzador y que si Cristiano Ronaldo se detenía un instante antes de chutar, golpearía hacia la derecha. Todo sucedió según el plan, pero nadie contaba con que el capitán Terry resbalara, bajo la lluvia, en el quinto disparo. Y que, en el desempate, Anelka incumpliera la orden marcada. El entrenador, Avram Grant, sigue maldiciéndose por no ejecutar su impulso de sustituirlo antes de que tirara aquella pena máxima. En el casino humano las matemáticas no siempre se cumplen.

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