Todo pasa, la RAE permanece
García de la Concha, director de la docta casa entre 1998 y 2010, publica la historia de la Academia
Del chocolate con el que quisieron tener un detalle para los editores del primer Diccionario a los avatares de la Guerra Civil. Del desprecio a las imposiciones de Franco al reto de la unidad de la lengua en su diversidad. De la constante búsqueda de lazos fraternos con América a los tiempos de escasez. De la denodada lucha por la independencia a las épocas —como las del conde de Cheste, en plena restauración monárquica y con Cánovas en el cogote— en que tras las sesiones prácticamente daban comienzo los consejos de ministros. Del hueco que se ha ido abriendo muchas veces a regañadientes para las mujeres, con el esfuerzo de figuras como Gertrudis Gómez de Avellaneda o conspiraciones en las que andaba doña Emilia Pardo Bazán, a la audacia de sus grandes obras: el Diccionario, la Gramática, la siempre esquiva Poética…Todo, al detalle, ha tenido en vilo y asombrado a quien fuera su director entre 1998 y 2010, Víctor García de la Concha, para seguir paso a paso la enjundiosa y crucial historia de la Real Academia Española (RAE), que ahora cumple 300 años.
Para el exdirector, la institución lleva en su ADN la independencia
Cree García de la Concha que esta institución lleva en su ADN la marca de la independencia. “Desde su fundación ha sido al tiempo una garantía de excelencia para los Gobiernos y un quebradero de cabeza para los mismos. En sus filas siempre se ha dado espacio a todas las sensibilidades políticas”. Así ha ido consolidándose, entre los vaivenes, las escasas glorias y las escaramuzas más o menos habituales de la historia moderna y contemporánea de España, desde que un grupo de novatores abiertos a empatar con el resto de Europa se les ocurriera proponer a Felipe V su necesaria existencia, liderados por el marqués de Villena, ilustrado impenitente.
Siempre se ha dado espacio a todas las sensibilidades políticas”
“Éste era el único país que no contaba con un foro así en todo el continente”, comenta García de la Concha, que presentó ayer en la sede de la RAE el volumen titulado La Real Academia Española. Vida e Historia (Espasa). Y tampoco con un diccionario como correspondía, con la excepción del Tesoro de la Lengua Castellana o Española de Covarrubias. “El primer gran reto de estos novatores fue llevarlo a cabo. Y todavía no salgo de mi asombro: lo hicieron muy bien y muy rápido, en una época en la que ni siquiera existían los lexicógrafos”.
Pero como en ese campo y ante dicho ejemplo no se sabe qué fue primero, si el huevo o la gallina, una cosa alumbró la otra y el caso es que los tomos comenzaron a publicarse en 1726 hasta que en 1739 apareció el último de aquella primera edición: “Una auténtica gesta. Había que arbitrar una lexicografía, una ortografía y lo acometen con un admirable sentido de la perfección”.
Después, resulta de lo más curioso comprobar cómo en paralelo a ese empeño en, dice García de la Concha, “ser jueces pero no maestros con sus obras” para lo que se refiere a las normas de la lengua, sus miembros aparecen implicados en todas las encrucijadas determinantes de la historia de España. Sus miembros no se han perdido una. Desde la expulsión de los jesuitas, “que se fraguó aquí, con los académicos primeros que formaban, por qué no decirlo, una especie de masonería”, asegura el antiguo director, a la actual y preponderante bandera del español en la aldea global.
Reyes y gobernantes siempre han querido meter mano dentro. Movimientos de vanguardia cultural e intelectual o grupos de no adeptos y heterodoxos se han entremezclado dentro de sus filas. Del jansenismo español a la protección de comunistas en plena época de Franco, su impenetrable sentido de la independencia ha ido prevaleciendo también con luces y sombras.
“Han existido épocas de esplendor y otras de verdadero sufrimiento”. Entre las primeras, García de la Concha destaca la del marqués de Molins, amigo íntimo de Larra hasta el punto de haber dado con él un paseo la tarde en que se suicidó. En pleno reinado de Isabel II, Molins acomete una reforma radical de todas las academias tan visceral que consigue inyectar energía para muchas décadas. “Su huella fue tan impactante en ese aspecto y en otros que hoy incluso es noticia porque mandó elaborar un informe sobre el enterramiento de Cervantes”.
El dictador sólo pisó esta casa una vez: ordenó expulsar a los exiliados”
Del marqués de Villena a Molins o de Ignacio de Luzán a los Menéndez —Pelayo y Pidal— hasta el presente profesor José Manuel Blecua, García de la Concha no ahorra detalle. Muy conveniente recordar el papel en pleno régimen franquista. “El dictador solo piso esta casa una vez. Cuando ordenó que se expulsara de la institución a los exiliados, aquel requerimiento se guardó en un cajón y nunca más se supo de él”. Desprecio absoluto. Como lo hubo a la petición de mostrar lealtad el régimen, un trámite que se fue pasando por alto salvo excepciones bastante curiosas: “Aquella de Pío Baroja, que llegó a Salamanca muy dispuesto y preguntando: ‘¿Que hay que jurar?”.
Entre el rigor histórico y la implicación personal, el autor, ha tenido que resolver sus años al frente de la institución con un capítulo donde se citan muchas voces. “He querido ahí dar paso a la crónica más personal y agradecida a quienes me acompañaron para sustituir la Historia. Me limité a cumplir lo que Fernando Lázaro-Carreter, mi antecesor me pidió. ‘Ahora Víctor, tienes que ocuparte de dos cosas: consolidar nuestra economía y América…’. Sí, América”.
Han existido épocas de esplendor y otras de verdadero sufrimiento”
Lo primero se ha ido resolviendo. Lo segundo, que Lázaro-Carreter no llegó a iniciar a fondo pese a morirse soñando ir a Buenos Aires, ha sido uno de los grandes logros de García de la Concha. Desde el principio de su mandato se empeñó en la implicación conjunta en la conquista del territorio global a manos del español de las 22 academias asociadas de la lengua en el continente al otro lado del Atlántico. “La familia Panhispánica”, que llama él. Una estrategia impecable que ayudará a la RAE a sobrevivir otros tantos años porque, ya se sabe: todo pasa, pero la Academia permanece.
Babelia
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