El Pórtico de la Gloria hace penitencia
La obra maestra del románico, creada hace ocho siglos, afronta la recta final de su restauración
Hubo un tiempo en que Santiago fue el fin del espacio y el fin del tiempo. Y hubo un hombre llamado Mateo que lo dejó escrito en piedra hace más de 800 años, cuando los hombres creían que el acabose estaba a la vuelta de la esquina y que la muerte biológica conducía al renacer eterno, repleto de castigos o de glorias según el currículo de cada cual. Entre 1168 y 1188, Mateo y un virtuoso equipo de canteros labró un pórtico para la fachada occidental de la catedral de Santiago que relataba en granito todo lo que los hombres medievales no atinaban a leer en el Apocalipsis: el juicio final, la segunda llegada de Cristo, la felicidad (tan espiritual) de los salvados y las torturas (tan físicas) de los condenados. El fin del mundo era una posibilidad real para el peregrino europeo que llegaba a Compostela: allí asistía a su relato sobre piedra con el sobrecogimiento que hoy se reserva para los efectos especiales en 3D.
Mateo necesitó 20 años para construirlo. Los restauradores que hoy afrontan la que acaso sea la operación más ambiciosa desde el siglo XII emplearán casi una década (hasta 2017) para devolverle viveza y estabilidad a profetas, apóstoles, ángeles, demonios, el poeta Virgilio y la mismísima reina de Saba. Después de lo estudiado se sabe que el Pórtico ha sufrido más en las últimas décadas que en los siglos anteriores. El enemigo está en casa: el agua que entra por la fachada barroca está minando irreversiblemente las esculturas románicas. El maestro Mateo hace penitencia, aunque los pecados no son suyos.
“Los artistas medievales pensaban en lo espiritual y los barrocos, en la escenografía”, compara Francisco Prado-Vilar, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Harvard y del Real Colegio Complutense de Harvard, que ha coordinado la investigación histórico-artística sobre el Pórtico. Más crudamente (y con sus excepciones): los medievales construían para la eternidad y los barrocos para la galería. En el siglo XVIII Fernando Casas Novoa proyectó una espectacular fachada, que acabaría convertida en la icónica imagen de la ciudad y en la mayor amenaza del Pórtico de la Gloria. La catedral de Santiago se convirtió en una matrioska rusa: su interior románico original se envolvió con vistosos ropajes barrocos, no todos igual de afortunados.
La Torre del Reloj, diseñada por Diego de Andrade para la fachada de la Quintana en el siglo XVII, da aún hoy lecciones arquitectónicas. “Cuando la visité iba de asombro en asombro, de genialidad en genialidad”, elogia Javier Alonso, arquitecto y responsable del plan director de la catedral, que contempla una necesidad presupuestaria de 30 millones de euros hasta 2021 para ponerla al día. El templo vive un paradójico renacimiento como lugar de peregrinación –recibió el año pasado a 215.880, las capillas son una pequeña Babel donde se dan misas en cualquier idioma; y sus visitas totales superan los dos millones anuales— al tiempo que afloran sus grandes achaques.
Sin embargo, las deficiencias estructurales con las que nacieron las torres del Obradoiro existen desde el día siguiente de su conclusión, si bien no resultaron letales hasta que en el siglo XX se decidió atajar la entrada de agua a base de hormigón. Del monumento desaparece entonces la ventilación, el único respiro posible para secar la piedra en una ciudad donde el agua es parte del paisaje (en 2013 cayeron 2.308,6 litros por metro cuadrado, 181 días de lluvia).
A la altura de 2012, después de tres años de estudios exhaustivos dirigidos por un comité científico, la Fundación Barrié, que paga en solitario la restauración del Pórtico (cuatro millones de euros, la mitad para investigación y divulgación que incluye simposios y exposiciones internacionales que ya han pasado por Londres y Berlín), decidió detener el proyecto mientras no se resolviese el origen de uno de sus mayores males.
La Fundación Catedral, propiedad al cien por cien del cabildo, impulsó una campaña de mecenazgo para intervenir en las torres —dos moles que en conjunto pesan 24.100 toneladas— que se estrelló en plena crisis económica. Las respuestas más generosas procedieron de una empresa irlandesa que fabrica los quesos Pilgrim’s Choice (la elección del peregrino) y la compañía de autobuses Alsa, aunque Daniel Lorenzo, el canónigo que preside la fundación, disculpa la baja respuesta: “Muchas empresas me dicen que el dinero que dedican para obras lo están destinando a proyectos sociales y yo, ¿qué les voy a decir si también soy párroco y sé las necesidades de la gente?”. Finalmente la Xunta de Galicia, a la que el canónigo elogia en tres ocasiones durante la entrevista, liberó fondos para las torres (dos millones de euros). Y en pocos días será el Gobierno central el que anuncie dinero para continuar las obras, probablemente en el resto de la fachada del Obradoiro. “La situación de las torres era grave, podría haber causado problemas de seguridad con la caída de gárgolas. En la torre norte había fracturas y elementos sueltos en la balaustrada”, señala el canónigo.
Antes de marzo, calcula Lorenzo, se podrían retirar los andamios que ahora mismo recubren las torres del Obradoiro. No es un simple lavado de cara para eliminar vegetación —en las cubiertas de la catedral crecen plantas y árboles, además de anidar una colonia de halcones roqueros— y limpiar la piedra. Se trata de enmendar errores estructurales para evitar problemas de seguridad y que, con las próximas lluvias, se repitan viejas escenas, que de nuevo afecten a la obra románica.
En 2009 se iniciaron los estudios previos para conocer el estado de deterioro del Pórtico de la Gloria y decidir sus tratamientos. El diagnóstico fue alarmante: se han difuminado casi todas las policromías, hay colonias biológicas, polvo y sales incrustados en el granito y se han dañado esculturas por efecto de la humedad (también hay alguna pérdida por efecto de la perversión: la reina de Saba se quedó sin pechos hace algunos siglos para evitar que siguiese alimentando populares leyendas eróticas entre la monarca y el profeta Daniel, que luce frente a ella la sonrisa más franca de todo el conjunto escultórico). Claro que ocho siglos es tiempo suficiente para que algo se estropee, pero los científicos que han escrutado el Pórtico como un equipo de cirujanos en los últimos años ya saben que la obra se ha dañado más en las últimas décadas que en los anteriores siglos. El maestro Mateo, expone Prado-Vilar sobre los andamios que permiten acercarse a sus expresivas criaturas pétreas, “estaba convencido de que estaba realizando una obra maestra porque incluso los detalles que sabía que no se verían están acabados perfectamente”. El tiempo le dio la razón. “Tratamos con algo equivalente a la Capilla Sixtina”, añade el profesor, uno de los integrantes del comité científico sobre los que la Fundación Barrié descargó tanto las decisiones técnicas como los tiempos. Javier López, director de la fundación, recuerda que Gäel de Gichen, el químico que revolucionó la conservación del patrimonio con su defensa de la prevención y la concienciación y que asesora en las cuevas de Altamira, les tiraba de las orejas. “No se puede considerar una intervención sin implicar a la sociedad”, señala ahora López, con la lección aprendida. Así arrancaron las visitas guiadas por los andamios del Pórtico (gratuitas mientras estuvieron en manos de la Barrié y a 10 euros, ahora que dependen de la Fundación Catedral). Una especie de Abierto por obras, el programa tan visionario desarrollado durante la restauración de la catedral de Santa María de Vitoria, por Juan Ignacio Lasagabaster, también miembro del comité científico del Pórtico.
Tan esencial como entender la piedra era entender qué había proyectado el maestro Mateo y qué significó en su contexto histórico. “Es importante restaurar la obra, pero también es importante restaurarla en su significado”, advierte Francisco Prado-Vilar, que ha desentrañado las claves que esconde el conjunto románico, que nació como un espacio abierto.
A cualquier hora del día o de la noche que un peregrino llegase al final de su camino se encontraba ante la representación del universo espiritual medieval: un Pantocrátor que doblaba el tamaño humano, la orquesta del Apocalipsis afinando instrumentos, las páginas del Antiguo y el Nuevo Testamento grabadas en la piedra, el cielo y el infierno con demonios tan expresionistas como si emergiesen de un cuadro de 1920. Un universo granítico que refulgía gracias al pan de oro, al lapislázuli y a las piedras preciosas. Hasta 1520 el Pórtico de la Gloria permaneció abierta al mundo y a la intemperie, sin puertas, e íntegro. A partir de esa fecha comenzó el proceso de arrinconamiento. Se instalaron puertas para evitar peleas muy terrenales —incluso algún asesinato— a los pies de la corte celestial. Cuenta el historiador de Harvard que se desmontaron las figuras de Enoch y Elías, testigos del Apocalipsis que señalaban al tímpano, que han acabado en los fondos del Museo de Pontevedra. Se perdió también el rastro a las esculturas de los profetas Jeremías y Ezequiel, que finalmente han reaparecido entre las propiedades de la familia Franco, que ha convertido en propiedad privada buena parte de los regalos que el dictador recibió en su condición pública de jefe del Estado durante casi cuatro décadas.
Finalmente, en el siglo XVIII, la apoteosis barroca engulló la pureza románica. “El nártex abierto y luminoso concebido por el maestro Mateo como espacio catalizador para el desarrollo de una escenografía figurativa dinámica y envolvente habría de ir transformándose poco a poco en un caparazón cerrado y sombrío”, escribe Prado-Vilar en El románico y sus mundos imaginados (Fundación Santa María la Real).
Se cerró la fachada, aunque la catedral conservó su espíritu de gran plaza pública donde se juntan quienes rezan, quienes se recrean con el arte y quienes simplemente atajan por el templo para ir de Praterías al Obradoiro. Hoy sigue sin cobrar por la visita, aunque con más vigilancia, eso sí, desde que en 2011 un electricista llamado Manolo se llevó a su casa durante un año el Códice Calixtino, que así describía la catedral: “En esta iglesia no hay grieta ni defecto alguno…”. Pero eso fue en el siglo XII.
Babelia
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