Peret, un ventilador a toda máquina
Consiguió que la rumba se convirtiera en popular y sonara en fiestas de barrio y clubs
Ahora es fácil reverenciar a Peret y el género que inventó, pero durante demasiados años la rumba catalana fue considerada por algunos poco menos que un subgénero de los palos flamencos más fiesteros, o directamente (aunque no se atrevían a decirlo en voz alta), música de gueto. Tuvo que venir Gato Pérez para lavar muchas orejas y proclamar que la rumba de Barcelona era el folklore más vivo y contagioso de su ciudad, encarnación pura de la rauxa.
A Peret le dolían, naturalmente, aquellas descalificaciones primeras, pero que le echaran un galgo: sus canciones arrasaban en las listas y era recibido en Europa y, sobre todo, en Sudamérica, como un auténtico embajador del sabor, hermano de sangre de los soneros mayores. Peret vendió lo que quiso durante aquellos años, protagonizó con éxito un puñado de películas, y consiguió que la rumba catalana se convirtiera en una música auténticamente popular, que sonaba en radio y televisión, en las fiestas de barrio y en los clubs de la zona alta: en todos lados. Hizo verdadera música pop, y así se lanzó el trabajo de muchos de sus seguidores en aquellas antologías (Lo mejor para bailar: rumbas pop) con las que muchos quisimos ver en el sello Discophon una suerte de Tamla Motown rumbera. Pop o rock, según se mire, porque Peret reivindicó siempre la doble influencia de Elvis y Pérez Prado (y de muchas otras aguas, por supuesto). Podríamos decir que la rumba catalana era rockera, vigorosa en su rítmica, y popera en su espíritu: trallazos breves, rápidos, con letras divertidas y melodías eminentemente bailables.
Durante un buen tiempo muchos creímos, porque así nos lo contaron, que habían inventado el género otros padres fundadores, o que nació del encuentro entre músicos gitanos y cubanos en las salas de fiesta de la Barcelona de los 50. Tuvo que llegar Juan Puchades, autor de Peret. Biografía íntima de la rumba catalana (Global Rythm Press, 2011) para averiguar que al monarca recién fallecido le correspondía la invención del ventilador, base y motor del feliz asunto, que consiste "en golpear la parte inferior de la guitarra con la palma de la mano abierta, haciéndola sonar como un bombo, tras rasgar las cuerdas y bajar la mano", completando la suerte utilizando las palmas, reacompasadas, a la manera de segunda percusión: toda una máquina de ritmo absolutamente unplugged.
El catalán inventó el ‘ventilador’, movimiento clave del género que consiste en golpear la guitarra con la palma de la mano abierta
Nacido en Mataró el 24 de marzo de 1935, Pedro Pubill Calaf, en arte Peret, pasa a la historia como guitarrista, compositor, letrista, cantante, y también productor. Creció en la calle de la Cera, en una zona que los gitanos denominaron "El Portal", a un paso de la Ronda de San Pablo, esto es, en las estribaciones del Raval. De su padre, Emilio Pubill, aprendió a tocar tarantos y tanguillos. Arrancó a los doce años, en 1947, con su prima Pepi y su primo Paló, bajo el sobrenombre de Hermanos Montenegro. Se forja luego como músico profesional, durante siete años, en Los Claveles, un local de Calella, en la Costa Brava. En 1958 incluye en su repertorio Ave María Lola, una guaracha de la Sonora Matancera, casi en clave de rock. La canción aparece en 1962 en Patio flamenco, un elepé compartido, en el sello EMI, junto a su primera composición, Recuerda, que pasa por ser la primera rumba catalana grabada en disco de la que dan cuenta las crónicas, aunque en la solapa del disco aparezca como "rumba gitana".
En 1964 lanza su primer sencillo, en el que destaca una rumba incendiaria, La noche del hawayano, toda una declaración de intenciones. Siguen cinco sencillos más, con buenas ventas, pero no pega el zambombazo hasta el sexto, cuando el tema estrella, Belén Belén, comienza a sonar en la radio. En 1965, el año de Flamenco, de Los Brincos, Peret canta Belén Belén ante el público joven que sigue El gran musical, de la SER, y arrasa.
Enlaza luego triunfo tras triunfo, con versiones inconmensurables – El muerto vivo, La fiesta no es para feos, Don Toribio, No sé, Te veo luego– y, en 1966, un tema propio, Rumba pa ti, le sirve para alzar el mentón y proclamar que ha llegado para quedarse: "Yo soy el rey de la rumba / el que a la gente arrebata / por si alguien no lo sabe: / yo soy el que lleva el ritmo / y también tengo la llave".
Su megalanzamiento tiene lugar en el Midem de Cannes, la feria del disco europea, en 1967, a la que sigue un fichaje millonario con el sello Vergara. Hasta entonces, la sonoridad de sus discos para Discophon era, pese a los escasos presupuestos, más que notable, pero llega a rozar la perfección con las nuevas producciones del músico Ramón Farrán. Alcanza el número uno de las listas con Una lágrima, rodeada de más versiones estupendas: Gato, sobre el tema de Cheo Feliciano, El gitano Antón, a partir de El negro Bembón de Bobby Capó, o la preciosa Flor de azalea, de Urquiza y Esperón. Se suceden festivales, giras internacionales, y una cota en su tierra: interpreta la preciosa El mig amic (El amigo a medias), dedicada a su padre, en el mismísimo Palau de la Música de Barcelona.
En 1971, ya en Ariola, su gran éxito europeo será, qué duda cabe, la pegadiza Borriquito, a la que sigue la eurovisiva Canta y sé feliz, aunque de esa época brilla con muy superior luz la sorprendente y ambiciosa Chaví (1972), cantada en caló, con producción propia y arreglos del guitarra Josep María Bardagí, que enlaza aires funky a lo Isaac Hayes con ecos árabes. Convertido al culto evangélico en 1982, Peret se mantuvo alejado de la escena durante ocho años en los que predicó como pastor. Regresó para grabar y producir un nuevo disco, No se pué aguantar, en 1991, y fue una de las indiscutibles estrellas de la ceremonia olímpica del 92, en el Estadio de Montjuïc, a lomos de su popularísima canción Gitana hechicera. Desde entonces siguió imbatible, cantando y tocando su música hasta el final.
Babelia
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