El hielo delgado
El mundo de las apariencias consume al protagonista de 'Nuestro modo de vida' Situada en la Argentina de los ochenta, la novela de Fogwill se publica póstumamente
“No hay que ser: hay que parecer más, lo que parece más es más”, dice su jefe al protagonista de Nuestro modo de vida, pero Francisco Romero ya lo sabe: a este gerente de una compañía multinacional de actividad difusa lo único que le preocupa, lo único que realmente le apasiona, es librarse del coche blanco que posee y adquirir uno azul, ya que este color es el que parece estar de moda.
Romero es uno más de esos personajes de Fogwill que participan de instituciones y de procesos sociales que no comprenden, pero en los que se orientan sin dificultades: su talento se desprende tanto de la falta de inteligencia de quienes lo circundan (magnífica la reproducción de la conversación vacua, y masculinamente perentoria entre los gerentes) como de una cierta moderación, que en el caso de Romero lo lleva a no desear más de lo que posee (a excepción del coche azul), no hacer preguntas, no excederse en el consumo de drogas, no involucrarse emocionalmente en exceso, no cuestionar los proyectos de sus jefes (uno de los cuales consiste en organizar una fiesta con prostitutas “disfrazadas de gitanas” para unos empresarios japoneses de cuya satisfacción depende un importante contrato), no prestar atención a las señales que indican que su existencia se desliza sobre una capa de hielo delgado, que son las señales propias de la Argentina inmediatamente previa a la escritura de este libro, en 1981 (la referencia a La luz argentina de César Aira, que fue publicada en 1983, hace pensar que esa fecha pudo haber sido posterior, aunque también es verosímil que Fogwill leyera la novela de Aira en manuscrito): inundaciones, suicidios de indigentes, cadáveres flotando en el Río de la Plata, personas desaparecidas, tiroteos nocturnos, tomas de casas por parte de organizaciones guerrilleras, una serie de acontecimientos que, en uno de los pasajes más brillantes del libro, permite a Fogwill imaginar la historia de Argentina como “un gran insecto volcado sobre su lomo, agitando en vano infinidad de miembros en el aire opaco. Seguramente todo sucede a sus espaldas: fuera del campo de la visión animal; detrás de sí, debajo suyo, se procesan innumerables hechos que él ignora y que lo van modificando con lentitud, a pesar del ansioso agitarse de sus patas, su cola, sus inútiles antenas”.
En una de sus últimas novelas, Urbana (2003), Fogwill se preguntó por las razones por las que se debería leer lo que alguien ha dejado escrito antes de morir: su importancia como escritor hace que, al menos en su caso, esas razones sean evidentes a pesar de que Nuestro modo de vida no es su mejor libro (véanse pasajes como el siguiente, por ejemplo: “Por la vereda de mosaicos rojos ya no sentía el tacto áspero del césped a través de la suela de sus zapatillas. Sentía ahora la trama geométrica de la superficie del mosaico superponiéndose con la trama antideslizante de la cara externa de la suela de sus zapatillas. Duro, el mosaico golpeaba duramente el blando suelo de sus pies al marchar”) y se ve perjudicado, además, por una sucesión de errores que su autor (interesado siempre en la “precisión” de lo dicho) habría corregido de haber tenido oportunidad: un día concluye con “un atardecer de invierno” y lo sigue “una mañana tibia y nublada de otoño”; el pollo que el personaje ha comido se convierte en jamón páginas después; en una hora, el personaje principal tiene tiempo para vestirse, correr dos kilómetros, ducharse, cenar y tomar dos copas de vino; se insiste en la expresión tener “la pelota” por el suelo, cuando se trata de un plural; etcétera.
Nuestro modo de vida tiene pasajes excepcionales, sin embargo: el hallazgo de los cadáveres en el río, la idea de que, en relación a su costo, “un auto es igual a un sexto de cuatro hijos, es decir, dos tercios de hijo, poco más o menos”, la de que las noches de oscuridad perfecta se agazapan detrás de los días de cielo azul y una concepción del sueño como “cortina que protege de la irritante claridad de los días vividos”. No parecen suficientes para inscribir Nuestro modo de vida entre las grandes novelas de Fogwill (que posiblemente sean La experiencia sensible y En otro orden de cosas), aunque sí para situarla entre las mejores novelas argentinas publicadas este año, lo que posiblemente signifique que, incluso en horas bajas, el autor de Los Pichiciegos fue mejor que sus imitadores, sobre todo cuando sus temas (como en esta novela) fueron la vida económica como ficción y la fragilidad de la existencia social, ese deslizarnos sobre el hielo delgado que Fogwill narró magistralmente en libros mejores que Nuestro modo de vida.
Nuestro modo de vida. Fogwill. Alfaguara. Madrid/Buenos Aires, 2014. 219 páginas. 18 euros (digital, 8,99)
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.