¿Solo zumbao?
La venganza es un argumento que da mucho juego en el cine y en la literatura, pero no abunda en la vida real
El personaje que interpreta Darín en Relatos salvajes no padece esquizofrenia, tampoco va ciego de copas y otras adictivas sustancias cuando decide utilizar su familiaridad con los explosivos para volar (cuando no hay nadie dentro, sabiendo que su bomba no se cebará con ningún inocente) las oficinas municipales en las que no hacen ni puto caso a sus justas demandas, donde solo recibe desprecio e implacabilidad burocrática. Y su vida profesional, familiar y sentimental se hunde por algo tan kafkiano como una multa inmerecida. En el momento que este encabronado ciudadano decide vengarse de esa maquinaria terrorífica que te priva del derecho a protestar y a razonar, sospecho que los espectadores nos identificamos hasta el entusiasmo con su reivindicativa acción. Y después, acepta con tranquilidad que le encarcelen en un castigo previsiblemente largo, pero convertido en héroe para sus colegas de trullo. Y para nosotros, por supuesto, que nunca nos atreveremos a realizar ese anhelo. A pesar de nuestra impotencia o nuestra cobardía, en ese momento todos nos sentimos como el Bombita porteño.
La venganza es un argumento que da mucho juego en el cine y en la literatura, pero no abunda en la vida real. Resulta difícil de entender que los familiares de las víctimas de ETA nunca se tomaran la justicia por su mano. Se supone que por miedo a las consecuencias, aunque te machacaran la existencia siempre queda algo valioso que perder. Curiosamente, la mayoría de las venganzas homicidas en el mundo real las perpetran esos machos siniestros contra las mujeres que se niegan a seguir compartiendo su vida con ellos, por celos, por el comprensible rechazo que han sufrido, por la monstruosa convicción del “serás mía o de nadie”. Algunos llegan incluso a asesinar a sus hijos, al horror inimaginable.
Y deduces que tiene que estar muy enferma la mente de ese parado que, a la dos de la madrugada y en presunto volcán etílico, conduce desde Teruel hasta Madrid con el deseo de empotrar su coche, cargado con dos bombonas de butano y los conocimientos terroristas que le ha proporcionado Internet, contra el Congreso en plan V de vendetta. Y es tragicómico y surrealista que por su escaso conocimiento de las calles de Madrid renuncie a su propósito inicial y embista contra la sede del PP. Su deseo era atentar contra todos los políticos. No me extrañaría que los de siempre le echaran la culpa no a la demencia o a la desesperación del tal Daniel, sino a las consignas subversivas de Podemos. Se admiten apuestas.
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